Evangelio
Entre domingos: La vida en los medios de la gracia
DOMINGO
Con diez minutos de antelación, David se sentó en la banca que se había convertido en su lugar habitual: el balcón superior derecho. Levantó la vista para ver a Dan, un amigo cuya esposa lo había dejado recientemente. Fue desastroso, y la noticia de la infidelidad de su mujer se había propagado por la congregación incluso mientras los ancianos oraban y trabajaban entre bastidores para ayudar.
David se apresuró a orar por Dan: «Padre, no puedo imaginar lo que siente Dan en cada momento de cada día, pero recuerdo el versículo que leí ayer por la mañana que decía que tenemos un Sumo Sacerdote misericordioso y fiel en el Señor Jesús. Por favor, ayúdale a saber que te conmueven los sentimientos de nuestras dolencias. Ayúdale a saber que no estás lejos, sino cerca durante este tiempo de horrible sufrimiento».
El servicio comenzó con el habitual llamado de adoración. David recordó el texto del Salmo 95:1: «Venid, cantemos con gozo a Jehová; cantemos con júbilo a la roca de nuestra salvación». Honestamente, no tenía ganas de cantar, ni siquiera de estar allí. La semana pasada había sido dura. Su presentación ante el equipo directivo no había ido bien, y se hablaba de que podría no ser un buen candidato para su puesto. Sin embargo, cuando escuchó al ministro que presidía la reunión leer las palabras «la roca de nuestra salvación», su mente comenzó a concentrarse en esas palabras. Necesitaba una roca en ese momento, y la salvación de la que había oído hablar desde su infancia era cada vez más valiosa para él. «La salvación —afirmó el pastor desde el púlpito —es nuestra mayor necesidad, y Dios ha hecho por nosotros lo que no podíamos hacer por nosotros mismos».
«Ahora mismo, siento que no puedo hacer nada por mí mismo», pensó David. Entonces llegó el himno de apertura: «Venid los que amamos al Señor». Hablaba de «marchar hacia Sión, la hermosa ciudad de Dios». Este era uno de los himnos favoritos de David desde su infancia, y hoy, las palabras «Marchamos por la tierra de Emanuel hacia mundos más bellos en las alturas» le ayudaron a recordar que, independientemente de lo que tuvo que afrontar la semana pasada o lo que tuviera que afrontar esta semana, el propio Señor Jesús había caminado por la tierra y vivido perfectamente, había muerto vicariamente y había resucitado victoriosamente por él. Poco a poco, su mente se centró en las palabras de la Biblia, y cuando oró, comenzó a derramar su corazón ante Dios.
Un versículo vino a su mente cuando comenzó a orar con el ministro: «Esperad en él en todo tiempo, oh pueblos; derramad delante de él vuestro corazón. Dios es nuestro refugio». David comenzó a derramar su corazón ante Dios en oración. Recordó cómo había calumniado a su amigo Miguel, que lo había calumniado a él. Pidió a Dios que lo perdonara; sabía que debía orar por los que se oponían a él en el trabajo. Poco a poco, con cada mención de su pecado, se fue preocupando y reconfortando al mismo tiempo. Cuanto más pensaba, más pecados recordaba. Cuanto más pecados recordaba, más se preocupaba por su alma. Cuando escuchó las palabras del ministro prometiendo el perdón de Dios, pensó: «No tengo esperanza porque no puedo dejar de pecar, al menos en esta vida».
El sermón se centró en Romanos 5:1-11. Era un pasaje difícil de entender, pero a medida que el pastor explicaba lo que significaba ser justificado por la fe y permanecer en la gracia de Dios, incluso a través de las pruebas y los sufrimientos, una confianza en Dios creció lentamente en su corazón. «Dios está construyendo algo en mí —pensó David—. Aunque es duro, y odio todo lo que estoy pasando en el trabajo, sé que el Señor ha prometido no desperdiciar nunca las pruebas. Las usa para cambiarme y santificarme».
LUNES
David despertó temprano el lunes por la mañana para hacer ejercicio. Mientras trotaba, escuchaba las Escrituras. Esta mañana le resultó difícil concentrarse porque no quería enfrentarse a todos en la oficina. Sentía como si todos estuvieran en su contra por lo ocurrido la semana pasada. «Por nada estéis afanosos; sino sean dadas a conocer vuestras peticiones delante de Dios en toda oración». Este fue el versículo que se le quedó grabado de su podcast de lectura de las Escrituras de la mañana. «Padre —oró David—, tengo miedo de lo que pueda pasar, pero te pido que me ayudes en todo lo que voy a afrontar hoy».
Cuando entró en la oficina, vio que su jefe venía por el pasillo. Su corazón se desplomó y el temor se apoderó de él. De repente le vino a la mente este himno: «No temas, yo estoy contigo, no desmayes, porque yo soy tu Dios y siempre te ayudaré». Respiró profundamente y siguió adelante. Su jefe lo saludó y le dijo que trabajaría con él para encaminar las cosas.
David pensó inmediatamente: «Soy terrible en este trabajo y realmente terrible en todo lo que hago». De repente, estos pensamientos lo sumieron en la tristeza. Hace tres semanas, el pastor asistente predicó un sermón sobre la oración y sobre hablarnos a nosotros mismos con el poder del Espíritu Santo. «Padre, estoy muy asustado y me siento fatal en este momento. Me preocupa que la vida esté a punto de desmoronarse, y entonces me quedaré solo y no sabré qué hacer». Mientras oraba, empezó a darse cuenta de que, pasara lo que pasara, Dios tenía el control de su vida.
La semana pasada, su mejor amigo, James, le recordó que el dolor de su pasado no tenía que seguir afectándole cada día. Hablar más, orar y simplemente aplicar la verdad de las Escrituras le ayudó a detener los malos pensamientos antes de que se apoderaran de su mente y le enviaran por el camino de la desesperación.
MIÉRCOLES
A medida que transcurría la semana, cada día parecía ser un poco más fácil. La rutina de David le ayudaba a mantenerse en el camino espiritual y en el trabajo. Los miércoles por la noche, después del estudio bíblico de mitad de semana, tenía su cena semanal con James, de la iglesia. Este era su momento favorito de la semana porque cuando se reunían, siempre hablaban del Señor y se animaban mutuamente. Entre las risas, los paseos y las comidas, la soledad de David se esfumó.
VIERNES
Durante sus devocionales del viernes, David miró el orden del servicio en línea y notó que la congregación celebraría la Cena del Señor. Mientras reflexionaba sobre la mesa, recordó que, aunque había pedido a Dios que lo perdonara por haber calumniado a Miguel, aún no se había reconciliado personalmente con él. Sintió que no podía acercarse a la mesa con la conciencia tranquila. Así que le envió un mensaje para concertar una reunión. Tras leer las enseñanzas de Jesús en el Sermón del Monte, se armó de valor y se decidió a hacerlo. Aunque confesar su pecado a Miguel fue humillante en el momento, el perdón y la reconciliación que recibió terminaron siendo vivificantes para su alma.
SÁBADO
El sábado, reflexionó sobre la conversación que tuvo con Michael, recordó la alegría que sintió cuando presenció el bautismo de Michael, y el agradecimiento de que su profesión de fe significara que era un auténtico hermano en Cristo. Esos recuerdos le recordaron a David la unidad del Espíritu en el vínculo de paz que ahora compartía con el resto de su congregación, lo que le llevó a pensar en cómo podría hacer un bien espiritual mañana a otros miembros de su iglesia.
DOMINGO (OTRA VEZ)
Cuando volvió a llegar el domingo, David se encontraba en el mismo lugar: el balcón superior derecho. El servicio comenzó, y toda la familiaridad le recordó el fundamento de su confianza en Dios. David no se había perdido un servicio de adoración en seis meses. Su vida estaba ligada a la gente y a la obra del evangelio en esta iglesia. Semana a semana. Domingo a domingo. Su pastor les había enseñado de los medios ordinarios de la gracia.
«Bienaventurado el varón que no anduvo en consejo de malos, ni estuvo en camino de pecadores, ni en silla de escarnecedores se ha sentado; sino que en la ley de Jehová está su delicia, y en su ley medita de día y de noche». El servicio comenzó con estas palabras. La pura previsibilidad de los siguientes 90 minutos fue todo menos aburrido. En cambio, las palabras de las Escrituras, los cánticos de los santos y el sermón de su pastor trabajaron para transformar su corazón, sus corazones.
«No puedo vivir sin estas palabras y este lugar», pensó David.
Traducido por Nazareth Bello