Pastoreo

En el ministerio, el gozo y el dolor no se anulan entre ellos

Por Winston T. Smith

Winston T. Smith es el rector de la Iglesia de Saint Anne en Abington, Pennsylvania. También es autor de Untangling Emotions (Crossway, 2019).
Artículo
07.10.2019

Por muchos años, el perdón y la alegría fueron los pilares de mi fe. Mi razonamiento fue bastante directo: Dios había perdonado mis pecados, ¡así que alégrate! Asistí a una iglesia que seguía la misma lógica. El culto dominical consistía en canciones de alabanza que nos exhortaban a cantar con alegría sobre la gracia de Dios, seguidas de un sermón que exponía las mismas ideas. Hasta donde yo sabía, ese era «el evangelio». Y durante un tiempo, fue muy útil en lo a esto se refiere.

Pero después de muchos años como consejero profesional, encontré que el enfoque singular en el perdón y la alegría era cada vez más preocupante, incluso doloroso. Mi vida cotidiana involucraba largas horas con personas problemáticas, destrozadas y que sufrían. Como resultado, comencé a sufrir mucho, y la desconexión entre lo que sentía y lo que veía los domingos por la mañana se volvía cada vez más discordante. Sentí que me pedían que ocultara mis sentimientos.

Esta disonancia me hizo preguntarme: ¿realmente entiendo el evangelio? Anhelaba saber que Jesús se preocupaba por mi sufrimiento y que no me convertía en un fracaso espiritual. Finalmente, me di cuenta de que la alegría y el dolor no se anulan entre sí, como los valores en lados opuestos de un balance espiritual, sino que ambas pueden ser expresiones importantes del amor de Cristo.

UNIÓN CON CRISTO

Somos miembros del cuerpo de Cristo (1 Co. 12:27). Debemos vestirnos de Cristo (Col. 3:12). Él mora en nosotros y nosotros moramos en él (Juan 15: 4). Aquí y en otros pasajes, la Biblia nos enseña que Dios nos ha unido a su Hijo. Eso es más que una transacción legal. De una forma misteriosa y muy real, nuestras vidas son una expresión de la suya y se ajustan cada vez más a la propia vida de Jesús. A medida que maduramos, sus alegrías y sus penas se vuelven cada vez más nuestras.

Este es el caso de todos los cristianos, y los pastores particularmente necesitan recordar esto. El llamado del pastor no es simplemente enseñar acerca de Cristo, sino reflejarlo lo mejor que pueda a su pueblo. Como escribió Pablo, el amor sincero se goza con los que se gozan y llora con los que lloran (Ro. 12:15). El regocijo y el duelo son expresiones esenciales del amor de Cristo por su pueblo. La tarea del pastor, entonces, no es tanto encontrar un equilibrio entre la alegría y el dolor, sino encarnarlas apropiadamente mientras ministra a los demás.

Si alguien está experimentando gozo, entonces entro en ese gozo. Si alguien experimenta dolor, entro en ese dolor. A veces, se mezclan. A veces, entramos en largas temporadas de cada uno. Y a veces, por supuesto, habrá momentos en los que el pastor necesite pastorear a los afligidos hacia la alegría y los alegres hacia la tristeza dependiendo de la necesidad del momento. Pero es importante no pensar en el objetivo como reemplazar el dolor con la alegría.

TOMA TU CRUZ Y SÍGUEME

Los últimos seis años han sido un tiempo de sufrimiento para mí. Durante ese tiempo, mis dos padres murieron al igual que mi hermano. Otros más cercanos a mí han sufrido enfermedades crónicas, depresión y tragedias personales. Estaba procesándolo todo recientemente, con un amigo que observó momentos sorprendentes de compasión y amor a través de todo esto. Mientras reflexionaba sobre las palabras de Jesús: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame» (Mateo 16:24), mi amigo me mostró una pequeña pintura de San Ignacio de Loyola en la visión de la Storta, mientras contemplaba a Cristo cargando su cruz y llamándolo a ese mismo servicio. En el fondo, el artista representa a otros clérigos que llevan a un hombre herido. Mi amigo explicó el significado del cuadro: «El ministerio no se trata solo de llevar tu propia cruz, sino ayudar a otros a llevar la suya. Ese es el consuelo que estás encontrando».

Soportar e incluso cargar a otros con sus penas es manifestar el amor de Cristo, y es una parte importante de nuestro llamado como pastores. Pensar en el ministerio como ayudar a otros a llevar su cruz ha cultivado en mí la fuerza, el coraje y, paradójicamente, la esperanza. ¿Por qué estoy sufriendo esto? ¿Por qué tú estás sufriendo eso? Muchas veces es imposible saberlo, pero lo que sí sabemos es que Dios tiene la intención de que caminemos a través de esto juntos en amor, soportando las penas de los demás. Entonces, nuestras penas están contenidas y sazonadas con el amor de Cristo.

VIDA DE RESURRECCIÓN

¡Por supuesto, el Jesús crucificado no es donde el evangelio termina! La cruz de Cristo es una hermosa expresión del poder y el amor de Dios en sí misma, pero es la resurrección de Cristo la que muestra el plan de redención de Dios en pleno florecimiento. Nuestra esperanza y nuestro gozo están anclados en la promesa de que la resurrección de Jesús prefigura la nuestra. La victoria del pecado y la muerte y la presencia del sufrimiento son solo temporales a la luz de la resurrección de Jesús. Entonces, nuestro gozo, incluso cuando éste disminuye en esta vida, está anclado en una promesa inquebrantable de liberación futura.

Sin embargo, esta victoria no está enteramente en tiempo futuro. De una manera muy real, el trabajo de la resurrección ya comenzó. Considere lo que Pablo les dice a los efesios. Él ora por la iglesia, para que puedan conocer la «supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, según la operación del poder de su fuerza, la cual operó en Cristo, resucitándole de los muertos y sentándole a su diestra en los lugares» (Ef. 1:19 –20). En otras palabras, el poder de la resurrección ya está trabajando en nosotros.

Esta es una fuente importante de alegría para nosotros, especialmente en épocas de sufrimiento. Si bien siempre estamos experimentando la muerte hasta cierto punto en la era actual, también estamos experimentando, al mismo tiempo, la vida resucitada. Mientras que en algunos aspectos parecemos estar consumiéndonos, en otros nos renovamos de día en día (2 Co. 4:16). Cuando comenzamos a buscar y ver las formas en que Dios nos está renovando, cultivamos el gozo.

Cuando experimentamos un gozo arraigado en la presencia y actividad de Dios en nuestras vidas, especialmente en los momentos más oscuros de sufrimiento, nos conectamos con una alegría que perdurará y crecerá.

NO BALANCE, SINO AMOR

La teología de Pablo a menudo se caracteriza como el «ya, todavía no». Cristo nos ha redimido y, sin embargo, no somos todo lo que seremos. En otras palabras, nuestra vida en Cristo es algo mixto. Experimentamos las alegrías del amor y la salvación de Dios mientras vivimos con continuos pecados y sufrimientos en un mundo caído. El objetivo no es tanto equilibrar esas realidades sino involucrarlas en el amor. La tristeza disminuirá y fluirá como la alegría, pero entramos en todo esto en amor para que la presencia y el poder de Cristo se manifiesten más a todos.

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