Pastoreo

El Privilegio Y El Poder de Una Esposa de Pastor Que Ora

Por Erin Wheeler

Erin Wheeler vive en Washington, D. C., con su marido, Brad, y sus cuatro hijos. Asiste a Capitol Hill Baptist Church, donde Brad sirve como pastor asociado.
Artículo
17.08.2021

En cualquier sábado, puedes estar segura de que al menos dos cosas están pasando en nuestra casa: mi esposo estará trabajando en su sermón y yo estaré orando por él. Suena más bien sencillo, pero esto no es algo que llegó a suceder sin mucha (digamos) práctica.

Cuando Brad comenzó por primera vez la ardua y gran tarea de la predicación, tuvimos mucho que aprender juntos como equipo en el ministerio (y no éramos una máquina bien aceitada). Hubo chirridos y ruido, a menudo bastante literal, mientras emprendíamos el malabarismo de la vida ministerial y lo que se acuñó como «prepa-sermón». En lugar de ser un apoyo para él, me di cuenta de que estaba actuando más como un peso muerto que lo distraía.

Sin duda existen sacrificios para una esposa del ministerio, pero también existen tremendas bendiciones. Aprender cómo orar por mi esposo y por el ministerio al que estamos dando nuestras vidas tomó tiempo: primero Dios tuvo que alejar mi corazón de mis propios deseos personales y hacerme señas para acercarme a él. Tuve que aprender a orar, «De mañana presentaré mi oración a ti, y con ansias esperaré» (Sal 5:3). Mi Padre celestial estaba invitándome a traer mis peticiones y deseos a él y esperé con una fe expectante para que me respondiera según su buen plan y propósito.

HAY PODER EN LA ORACIÓN, ASÍ QUE HAZ GUARDIA

No compres la mentira de que la oración no hace mucho. Podrías creer que la oración es importante, pero ¿estás orando regular, específica y expectantemente?

Tristemente, nuestra respuesta a menudo es, «no lo suficiente». La oración es un trabajo duro y el engañador hará cualquier cosa para mantenernos alejadas de ella. Sin duda, podemos recitar Santiago 5:17, declamando la promesa de que la oración de un hombre justo es poderosa y efectiva, pero luego rara vez hacemos el trabajo duro de en realidad orar. Elisabeth Elliot lo dijo bien,

La oración no es un deporte. La oración es trabajo porque un cristiano simplemente no puede «vivir» sin ella. El apóstol Pablo dijo que «luchamos» en oración. En la lucha de un cristiano en oración «nuestra lucha no es contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los poderes de este mundo de tinieblas, contra las fuerzas espirituales de maldad en las regiones celestes» (Efesios 6:12).

El trabajo es duro porque mucho de él no se ve. Hay ladrones de gozo en todo nuestro alrededor. El engañador intentará hacer tanto ruido como pueda para distraernos de nuestro llamado a ser ese apoyo para nuestros esposos pastores. Y si él puede derribarnos, tristemente, entonces nuestro esposo y el ministerio a menudo son los próximos. Lamentablemente, he visto que esto les ha pasado a algunos amados amigos en el ministerio. Al no priorizar tiempo con el Señor, se alejaron de otros miembros de la iglesia y se desilusionaron por todas las luchas y las dificultades de la vida del ministerio. Hermanas, oren para que Dios las proteja a ustedes y a sus maridos mientras trabajan para el Señor.

Como esposas de pastores, existen muchas cosas que sabemos, escuchamos, vemos y sentimos sobre la obra del reino por la que nuestros esposos están dándose a sí mismos con todos sus corazones y almas. En medio de todo esto, no debemos rendirnos al miedo o a la preocupación. No debemos hacernos cargo o forzar nuestro plan de solución inmediato para la iglesia. No obstante, tampoco debemos cruzarnos de brazos en alegre ignorancia de las muchas necesidades de nuestros esposos y de nuestras iglesias.

Hermanas, debemos estar orando (y porque la oración requiere trabajo duro), necesitamos hacerlo una prioridad. Como dice el dicho Puritano, necesitas aprender cómo «orar hasta que ores». Trabaja en oración por tu esposo mientras él trabaja por las ovejas que le fueron confiadas. Como un apoyo adecuado para él, eres capaz de animarlo en una manera muy práctica al orar regular, específica y expectantemente por él y a menudo con él.

EL PRIVILEGIO: EL MEJOR BIEN QUE PUEDES HACER

«Ella le trae bien y no mal todos los días de su vida» (Proverbios 31:12).

Tan solo piensa en eso por un minuto. ¿Quién más conoce a tu marido como tú? Una cantidad de personas podría estar orando por él. Es probable que él tenga compañeros para rendir cuentas y compañeros de oración y quizás ancianos que oran con él y por él. Sin embargo, ninguno puede orar con la particularidad y la ternura de una esposa.

Después de todo, sabes si el sueño lo ha evadido por días debido a un dolor crónico o a hijos enfermos. Conoces las dudas que podrían estar asediando su mente, las mentiras susurrantes de rechazo o de desánimo. Sabes cuántas horas pasa a menudo en soledad, derramándose en la Palabra de Dios mientras lucha con un texto. Puedes leer sus hombros caídos cuando entra por la puerta, sintiéndose pateado y golpeado por la vida. Sabes que se siente inadecuado para la tarea, pero que es llamado a mantenerse avanzando en fe. ¿Qué otra cosa mejor podemos hacer por nuestros maridos pastores que orar por ellos?

Hay mucha fortaleza en la quietud de la oración, puesto que desde esa quietud, se manifiesta el poder de Dios. Como esposas de pastores a menudo tenemos el privilegio de ver la fidelidad de Dios obrar de muchas maneras. Seguro, estamos al tanto de muchas cosas difíciles también, pero tenemos asientos de primera fila para ver la fidelidad de Dios.

Vemos relaciones restauradas, poderosos sermones predicados preparados con poco o casi nada de sueño, dinero crucial a último minuto, amigos que crecen en su odio al pecado y su amor por Jesús (y la lista sigue y sigue). A menudo le cuento a mis amigas que mi perspectiva única me hace sentir como María, quien «atesoraba todas estas cosas, reflexionando sobre ellas en su corazón» mientras veía cómo se revelaba el plan de Dios por medio de su hijo Jesús. Mi corazón canta en alabanza por las maneras en las que he visto a Dios obrar, no solo en nuestras vidas, sino que en las vidas de las congregaciones de las que he sido parte a lo largo de los años. Es un llamado difícil, pero siempre uno privilegiado.

Existe algo especial sobre sentarse en una banca al final de una larga semana, mirando a la persona que más amas en este mundo predicarle a aquellos que fueron confiados a su cuidado, dándose a sí mismo a la Palabra de Dios por medio del poder del Espíritu Santo.

Como esposas de pastor, tenemos un privilegio único. Suceden muchas cosas de un domingo a otro y nuestro Padre celestial lo sabe todo, mucho más que nosotras. Sin embargo, aun así él nos llama a ir a él, a llevarle todo nuestro «conocimiento como alguien que lo vive desde adentro» a él, todo lo que provoca preocupación o enojo, gratitud o alegría.

Queridas hermanas, ¿acaso no es Dios quien es capaz de hacer mucho más en abundancia de todo lo que pedimos o pensamos, de acuerdo al poder que obra en nosotras (Ef 3:20)? Entonces, ¿por qué, oh por qué, no descansamos a sus pies?