Pastoreo
El Pastor Moldeado por El Evangelio
Los pastores son un grupo variado de almas. Representamos diferentes personalidades y trasfondos, diferentes metodologías y estilos, sin mencionar denominaciones, tradiciones, y teologías. Sin embargo, he aprendido a través de los años que hay algo que muchos de nosotros tenemos en común: un profundo sentido de inseguridad para el cual el único antídoto es el evangelio.
Es fácil sucumbir a la tentación de comparar el propio ministerio con el de otro pastor, o ceder a la necesidad de impresionar a los demás y ser querido.
El único remedio para estas idolatrías ministeriales —y todas las demás— es el evangelio, porque anuncia, entre muchas cosas, que somos justificados, aceptados, amados, y satisfechos por Dios en Cristo.
Hasta que los pastores descubran y abracen su identidad en Cristo, lo cual se logra por Cristo y se recibe por fe, no por obras, seguirán tratando de encontrar su identidad en su posición, su predicación, su persona, y sus programas.
Si bien cada pastor afirmaría la importancia del evangelio en su ministerio, aun así debemos recordarnos mutuamente que esto no es solo una formalidad religiosa. Saber cómo el trabajo terminado de Cristo funciona en nuestras propias vidas y ministerios es de vital importancia.
Entonces, ¿Cómo nos convertimos en un “pastor formado por el evangelio”? ¿Cómo (y por qué) debemos mantener las buenas nuevas de la obra terminada de Cristo en el centro de nuestros corazones y al frente de nuestras mentes? Hay muchas razones, pero aquí hay cuatro de las más importantes.
1. Recuerda el evangelio para que tengas el poder que necesitas
En las trincheras del trabajo diario del ministerio, puede ser trágicamente fácil pensar en todo esto como una empresa. Planificamos y programamos, somos mentores y entrenadores, escribimos y predicamos. El trabajo relacional del ministerio es agotador. Estudiar es duro.
Casi todos los pastores que conozco se han sentido cansados por el ministerio. Por esta razón, debemos recordar que el cristianismo no es una metodología religiosa común. Es sobrenatural.
Oramos porque no tenemos el control. Predicamos las Escrituras porque solo la Palabra de Dios puede cambiar corazones. Compartimos el evangelio porque solo la gracia de Cristo puede dar vida a los muertos. Tenemos que recordar quiénes somos en Cristo o vamos a volar en piloto automático en el ministerio, suponiendo que trabajamos por nuestro propio poder.
Conocer el poder del evangelio (Ro. 1:16, 1 Ts. 1:5) significa que la debilidad del pastor no es obstáculo para el Señor en lo absoluto. De hecho, la idea misma del cristianismo presupone la incapacidad y la debilidad humana. Pablo hasta se jacta de su debilidad, sabiendo que cuando él es débil, Cristo es fuerte (2 Co. 12:9-10).
Cuenta la historia de un pastor coreano que visitó una vez los Estados Unidos, y se le preguntó qué pensaba de la Iglesia estadounidense, a lo que respondió: “Es sorprendente lo que la Iglesia en Estados Unidos puede hacer sin el Espíritu Santo”. ¡Que esto nunca se diga de nosotros!
Si perseguimos el ministerio pastoral con nuestra propia fuerza, confiando en nosotros mismos, estaremos en un gran problema. Nuestras iglesias serán devastadas, y nosotros también.
No, recordemos que todo lo que somos es por Cristo, y aparte de él, no podemos hacer nada. Esta realidad potenciará nuestro liderazgo y nuestra predicación y logrará un impacto espiritual real.
2. Recuerda el evangelio para que el éxito no se suba a la cabeza
Ya que somos pecadores, somos propensos a tomar más crédito del que merecemos. Para el pastor, especialmente, crece la tentación de abrazar el tipo equivocado de orgullo cuando las cosas comienzan a ir bien en una iglesia. Está bien “enorgullecerse” de nuestras iglesias. Pablo a menudo les dice a las iglesias que son “su jactancia”. ¡Pero él dice esto para animarlos y celebrar su crecimiento, no para atribuirse el mérito!
Cuando implementamos un programa, y este despega, ¿no es tentador creer que podemos programar el éxito? Y cuando recibimos comentarios excelentes sobre nuestros sermones, ¿no es tentador creer que el impacto espiritual proviene de nuestras frases bien hechas más que de la Palabra inspirada de Dios? Tal vez esto no sea así para ti, pero lo es para mí. El éxito puede ser peligroso, especialmente para los líderes.
Cuando recordamos nuestra identidad en Cristo, recordamos que es Él quien nos ha creado, y no nosotros mismos (Sal. 100:3). Cuando recordamos el evangelio, es imposible llenarse de orgullo porque el evangelio es humillante. Nos pone en nuestro lugar, y al mismo tiempo nos da mucha confianza. Esto es especialmente necesario cuando no es un éxito que estamos experimentando, sino un fracaso.
3. Recuerda el evangelio para no ser devastado por el fracaso
Pastoreé una iglesia que se triplicó en asistencia en unos pocos años, y lancé programa tras programa bien recibidos. Y pastoreé una iglesia que mantenía a la gente como un colador, con un nuevo declive en cada esquina. Estoy aquí para decirte que ninguna fue más fácil que la otra. Ambas tentaron igual al orgullo dentro de mi corazón.
Lo mejor de centrarse en el evangelio de Jesucristo para el ministerio pastoral es que ayuda a protegerse del orgullo en medio del éxito, y ayuda a protegerse de la desesperación en medio del fracaso.
En tiempos difíciles, podemos sentirnos abatidos acerca de nuestros ministerios y quedar envueltos en mal humor y autocompasión. O podemos enojarnos y ponernos a la defensiva. El evangelio calibra. Cuando nos enfocamos en lo que somos en Cristo, su gloria lava nuestros ídolos ministeriales con fuerza similar a un tsunami.
Centrarse en la gloria de Cristo nos cambia (2 Co. 3:18), incluso cuando no hay una ganancia notable en la vida ministerial. Piensa en Isaías en el templo, por ejemplo (Is. 6), o en cualquiera de los otros profetas. Piensa en cuán solícitos fueron ellos en la obra de Dios, y piensa en su carácter en medio del exilio y el cautiverio, cuando los tiempos eran difíciles.
Saber que pertenecemos a Dios, saber que estamos unidos a Cristo, saber que somos justificados, no con base en el éxito de nuestro ministerio, sino con base en Cristo, es enormemente satisfactorio y sobrenaturalmente alentador.
Pastor, necesitas que el evangelio limpie el aire, especialmente cuando la nube de polvo de los escombros del ministerio te rodea. Y una forma importante en que el evangelio despeja el aire es ayudándonos a definir correctamente el éxito.
4. Recuerda el evangelio para que sepas cómo medir el éxito
Ver crecer una gran iglesia; liderar un equipo en crecimiento; predicar sermones excepcionales; todo esto es admirable, pero la Biblia realmente no nos llama a hacer nada de esto. Eso no convierte estas cosas en objetivos equivocados, simplemente significa que no debemos sintonizar nuestros corazones con nuestro relativo éxito en estas áreas.
No, la Biblia llama a los pastores a hacer solo unas cuantas cosas importantes: hacer discípulos, alimentar a las ovejas, equipar a los santos. Esto significa que no es tarea del pastor tener éxito, sino ser fiel.
Pastor, que el Señor te conceda un éxito increíble. Incluso podemos orar para que nos ayude a tener éxito en las cosas que nos ha llamado a hacer. Pero oremos más a menudo y con más fervor para que él nos mantenga fieles. Nadie entra al cielo por una gran iglesia o un estilo dinámico de predicación. Nadie obtiene la corona porque publiquen sus libros, o por plataformas de conferencias, o por seguidores en las redes sociales. Somos salvos solo por gracia.
Reflexionando sobre su tiempo en Corinto, Pablo escribe estas increíbles palabras:
“¿Qué es, pues, Apolos? ¿Y qué es Pablo? Servidores mediante los cuales ustedes han creído, según el Señor dio oportunidad a cada uno. Yo planté, Apolos regó, pero Dios ha dado el crecimiento”, 1 Corintios 3:5-6.
Los grandes presupuestos y los grandes edificios no son la verdadera medida del éxito en nuestro ministerio. La verdadera medida es la fidelidad con la que confiamos y guiamos a la gente a la gloria del Cristo resucitado. El verdadero éxito ministerial no proviene de nuestro crecimiento, sino proviene de Cristo (Jn. 3:30).
Por eso es importante recordar nuestra identidad en Cristo, porque no somos nada. Solo Dios lo es. Pastoreémonos a nosotros mismos y a los demás en y hacia esa realidad.
Artículo publicado primero en Coalición por el Evangelio