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«Dios (no) es inglés…»

Por Jamie Southcombe

Jamie Southcombe es pastor de la iglesia de Gracia de Guildford (Inglaterra).
Artículo
20.11.2023

Si tecleas en un buscador «Dios es…», cerca de la primera posición está «inglés» (justo después de «astronauta», ¡fíjate!). En Inglaterra citamos esta frase todo el tiempo. Es de un conocido libro de R. F. Delderfield. Basta decir que la relación de mi país con Dios tiene una historia larga y complicada. En ninguna parte es esto más evidente que en las palabras del himno «Jerusalén». Considerada una de nuestras canciones más patrióticas, el himno también tiene el dudoso honor de ser el único en el que cada línea puede responderse negativamente:

¿Y esos pies [de Jesús] caminaron en la antigüedad sobre las verdes montañas de Inglaterra? [¡No!]

¿Y el Divino Semblante, Brilló sobre nuestras nubladas colinas? [¡No!]

¿Y fue visto el santo Cordero de Dios en los agradables pastos de Inglaterra? [¡Otra vez, no!]

¿Y se construyó Jerusalén aquí entre esos oscuros molinos satánicos? [Todos juntos ahora: ¡No!]

William Blake escribió el poema a partir de una historia apócrifa sobre un adolescente Jesús que visitó las costas de Inglaterra y descubrió que era el paraíso en la tierra. El himno fue escrito cuando el fervor religioso reinaba en Inglaterra; muchos creían que Dios «favorecía» a nuestra tierra. Tales palabras transmiten que la nacionalidad, y no la espiritualidad, es la máxima prioridad de Dios. Además, suponen algo de «los ingleses» que exige que Dios sea más para nosotros que para los demás. Tal sentimiento, me temo, no está confinado al pasado o restringido a mi nación.

Ahora añoro la asistencia a la iglesia, el respeto a la Biblia y el celo evangélico de las generaciones anteriores de mis parientes según la carne. Sin embargo, la aparente vinculación de mi antepasado entre «inglesidad» y «cristianismo» no sólo era antibíblica, sino positivamente contraria a la Biblia.

LA UNIDAD EN EFESIOS

Durante los últimos tres años, he predicado sobre Efesios en mi iglesia. Semana tras semana, el tema ha sido la unidad. A lo largo de Efesios, Pablo hace hincapié en la unidad porque los cristianos están unidos en Cristo, no porque tengan el mismo trasfondo terrenal. De hecho, la unidad de los cristianos existe a pesar de nuestras diferencias temporales. Pablo se regocija en la verdad de que el evangelio proporciona una unidad superior.

Estas son algunas de las cosas que Pablo dice a los efesios:

  • En el capítulo 2, escribe: «Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo. Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos (judíos y gentiles) hizo uno, derribando la pared intermedia de separación» (la cursiva es mía).
  • En el capítulo 3, explica: [Este misterio…] «que los gentiles son coherederos y miembros del mismo cuerpo, y copartícipes de la promesa en Cristo Jesús por medio del evangelio».
  • En el capítulo 4, se deleita en la verdad de que «[Hay un] un cuerpo, y un Espírituun Señor, una fe, un bautismo, 6 un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos».

A la luz de estas grandes realidades espirituales, no es de extrañar que a Pablo le preocupe que la iglesia esté deseosa de mantener «la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz» (4:3).

LOS CRISTIANOS TIENEN EN COMÚN LO MÁS FUNDAMENTAL

Las múltiples implicaciones de estas verdades son gloriosas. Pero una de las principales es que los cristianos compartimos lo más fundamental en común, independientemente de nuestros orígenes terrenales. De hecho, Efesios enseñó a nuestra iglesia que nuestro vínculo espiritual es mucho más fuerte que nuestros lazos terrenales. Escuché este mismo sentimiento cuando alguien me dijo recientemente: «Tengo más en común con mis hermanos y hermanas que sufren en las iglesias clandestinas de China o en las iglesias pobres del África subsahariana que con los inconversos de mi patria que votan, viven, visten y hablan como yo».

En otras palabras, lo más importante para nuestras iglesias es que estemos unidos en Cristo, no que estemos juntos en Inglaterra.

Esta verdad me golpeó más profundamente hace varios años, cuando llegamos a Estados Unidos para el seminario. Nos instalamos en nuestro alojamiento del campus y descubrimos que uno de nuestros vecinos era de África Occidental y el otro de Texas. Culturalmente, nuestras tres familias tenían muy poco en común. Teníamos gustos muy diferentes en cuanto a comida, música y deporte. A decir verdad, al principio nuestras conversaciones no fluían libremente.

Sin embargo, la dinámica de la conversación cambió cuando hablamos del Señor, de su Palabra y de su obra en nuestras vidas. De repente, teníamos mucho de qué hablar. Nuestra conversación fue cálida al reconocernos como hermanos y hermanas en Cristo. Desde un punto de vista terrenal, éramos extraños. Pero gracias a Cristo, éramos familia. Nuestro amor por Jesús superó y sobrevivirá a nuestro amor por nuestros países de origen.

ESTOY AGRADECIDO DE SER INGLÉS, PERO. . .

No me malinterpretes, hay muchas cosas por las que agradezco a Dios vivir en Inglaterra. La principal de ellas: Los cristianos en nuestro país han disfrutado más o menos de la libertad de proclamar el evangelio. Y sin duda, sea cual sea el país desde el que estés leyendo esto, hay elementos de tu cultura por los que también puedes dar gracias a Dios. Sin embargo, nunca debemos confundir la bondad de Dios hacia nuestra madre patria con la idea de que la nacionalidad es su principal interés.

No, seamos de Nigeria o de Nepal, de Gran Bretaña o de Bahrein, los creyentes en Jesús de todas las naciones compartimos lo más importante en común: que hemos sido llevados de la muerte espiritual a la vida y compartimos una herencia eterna. Al mostrar una unidad diversa en las iglesias locales de todo el mundo, presagiamos el día en que toda tribu y lengua y pueblo y nación estará ante el trono, adorando a Jesús como uno solo.

Así que, contrariamente a la frase popular de mi país, Dios ciertamente no es inglés, y por eso, este inglés está muy agradecido.

 

Traducido por Nazareth Bello