Las convicciones y creencias cristianas se van formando y haciendo fuertes a través de los años. Los creyentes, desde nuestra conversión comenzamos un glorioso proceso de transformación, que es producto de la renovación del entendimiento (Romanos 12:2). En otras palabras, son las convicciones las que le van dando forma a nuestro carácter. Actuamos como pensamos. Vivimos como creemos. Nuestra conducta, es un resultado necesario de nuestras convicciones. De ahí, la importancia de obtener un robusto, claro y exacto conocimiento de nuestra fe y de las verdades del Evangelio.
Pero ¿Qué deberíamos hacer si nuestras convicciones no son del todo exactas? ¿Qué sucede, cuando algunas de nuestras creencias no se conforman a las Sagradas Escrituras? ¿Qué sucede si supiéramos que las cosas que decimos creer, no necesariamente tienen sustento bíblico? ¿Qué pasaría si descubrimos que las cosas que hemos creído y enseñado por años, no representan la sana doctrina de la palabra de Dios? A estas preguntas, responderé con otras preguntas: ¿No sería mejor, corroborar, confirmar y verificar nuestras convicciones a la luz de lo que dice La Biblia? ¿No es mejor, hacer un examen de nuestras creencias y prácticas aun si eso significa reconocer que nos hemos equivocado?
Los creyentes debemos ser celosos en escudriñar, entender y comprender desde las Sagradas Escrituras todo lo que tiene que ver con nuestra fe. Mejor dicho, los cristianos somos responsables de verificar nuestras convicciones a la luz de la palabra de Dios. Esto es precisamente lo que hicieron los discípulos de una ciudad griega llamada Berea. Porque luego que Pablo y Silas predicaron, ellos “recibieron la palabra con toda solicitud, escudriñando cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran así” (Hechos 17:10-11). Lo que hicieron los discípulos de Berea, debe ser imitado por los creyentes de hoy, porque lejos de ser un cuestionamiento a las enseñanzas de Pablo, esa actitud representa la diligencia y el cuidado que debemos tener en cuanto a la fe.
Asimismo, los cristianos -luego de una consideración responsable y objetiva- debemos ser honestos y humildes en reconocer si hay algo que debe ser mejorado, corregido o hasta rechazado si las Escrituras lo demuestran. Los creyentes debemos tener la misma humildad que tuvo el gran predicador Apolos, quien a pesar de ser un gran orador, poderoso en las Escrituras y de espíritu fervoroso, La Biblia dice que “solamente conocía el bautismo de Juan…pero cuando le oyeron Priscila y Aquila, le tomaron aparte y le expusieron más exactamente el camino de Dios” (Hechos 18:24-26).
Por lo tanto, pidamos a Dios que nos ayude a valorar la importancia de nuestras convicciones. Qué Dios use de personas entendidas -como Priscila y Aquila- para enseñarnos “más exactamente” la sana doctrina. Pero de la misma manera, que seamos diligentes en confirmar nuestras creencias con el texto bíblico. Que estemos prontos a preguntar e investigar acerca de las verdades del Evangelio. Y si es el caso, que seamos humildes en reconocer si nos hemos equivocado o sí nuestro entendimiento era incompleto. Con diligencia y humildad, Dios guiará nuestros pasos; nos dará entendimiento para conocer la verdad y nos iluminará para corregir, afinar o fortalecer nuestras convicciones cristianas.