Pastoreo

Cómo Una Esposa de Pastor Lucha Contra El Agotamiento

Por Erin Wheeler

Erin Wheeler vive en Washington, D. C., con su marido, Brad, y sus cuatro hijos. Asiste a Capitol Hill Baptist Church, donde Brad sirve como pastor asociado.
Artículo
02.09.2021

Todas hemos tenido esos días. Ya sabes, aquellos en donde te arrastras hacia la cama aún maquillada, preguntándote si está bien no lavarte los dientes solo por esta vez. Mientras tanto, te preguntas qué pasó realmente con los minutos que se evaporaron en la historia.

Ha habido muchos días como ese para mí, particularmente como madre joven. Sin embargo, incluso ahora, cuando «una nueva temporada» tras «otra nueva temporada» parece aplastarme, me encuentro a mí misma preguntándole a mi Padre celestial, «¿adónde se va el tiempo? ¿Cuándo podré recuperar el aliento? Ya no tengo nada más que dar o entregar a todas las necesidades y clamores de ayuda a mi alrededor. Dios, ¿Cómo se ve la fidelidad cuando estoy así de vacía?». A veces, el viejo dicho, «los días son largos, pero los años cortos», comienza a sentirse más como «los días son largos y los años son largos».

Por lo tanto, ¿Qué hacemos, como mujeres a las que Dios ha llamado a ser «la ayuda y compañera de los subpastores», cuando las interminables exigencias nos apalean? Bueno, en muchas formas nuestro llamado es el mismo que el de cada mujer cristiana (y cada hombre cristiano). Debemos tomar nuestra cruz diariamente y seguir a Jesús (Lc 9:23). Y a menudo, esa cruz que cargamos es un llamado a dar desde la escasez, no desde la abundancia.

LLENÁNDONOS MIENTRAS NOS SENTIMOS VACÍAS

Mientras le enseñaba a sus discípulos un día en el templo, Jesús usó un curioso ejemplo de entrega piadosa:

Jesús se sentó frente al arca del tesoro, y observaba cómo la multitud echaba dinero en el arca del tesoro; y muchos ricos echaban grandes cantidades. Llegó una viuda pobre y echó dos pequeñas monedas de cobre, o sea, un cuadrante. Y llamando Jesús a sus discípulos, les dijo: “En verdad les digo, que esta viuda pobre echó más que todos los contribuyentes al tesoro; porque todos ellos echaron de lo que les sobra, pero ella, de su pobreza, echó todo lo que poseía, todo lo que tenía para vivir” (Mr 12:41-44).

Esta viuda (probablemente sola y rechazada por su sociedad) literalmente dio todo lo que tenía. Ella no retuvo nada para el Señor, confiándose a sí misma a aquel quien cuida por los más pequeños. ¿Vives así con tu tiempo y energía? ¿Te derramas como una ofrenda hacia él, esforzándote por alcanzar cosas perdurables, como las almas de las personas? ¿Rindes el preciado tiempo extra con tu marido para liberarlo y así él pueda ministrar a otros?

No tengo la intención de animar un tipo de sacrificio irresponsable que lleva un completo desgaste, amargura y agotamiento, lo que es una posibilidad genuina para aquellas que están en el ministerio vocacional a tiempo completo. Solo les estoy pidiendo a las compañeras esposas de pastor que miren con detención en sus corazones y examinen sus propias expectativas y limitaciones percibidas.

No existe nada como observar a Dios obrar por medio de tu vida cuando no llevas absolutamente nada a la mesa. Esos momentos fortalecen nuestra fe a medida que vemos que su fuerza nos renueva sobrenaturalmente. Bastante a menudo, me he encontrado a mí misma teniéndole pavor a algún compromiso que hemos hecho juntos con mi esposo solo para darme cuenta de que nuestra supuesta entrega se convirtió en recepción. No puedo ni comenzar a contar las veces que he visto a Dios bendecir a otros por medio de mí cuando me sentía absolutamente incapaz de amar y de cuidar de una hermana en necesidad. De hecho, a menudo han sido mis lágrimas de agotamiento y de desánimo que han animado a alguien más que mis sabias palabras en un «buen día».

¿Cuántas veces me ha animado el Señor mientras me siento y escucho a una amiga compartir su vida cuando yo tan egoístamente quería que escucharan mis dolores? Cada vez, me voy recordando que Dios es bueno y todo lo que él ha hecho por mí es bueno (Sal 119:68). Es un tipo de consuelo de 2 Corintios que ofrecemos, en el que nuestra desesperación y escasez en realidad destacan el poder y la fuerza de Dios en nosotras y por medio de nosotras: «Porque fuimos abrumados sobremanera, más allá de nuestras fuerzas, de modo que hasta perdimos la esperanza de salir con vida. De hecho, dentro de nosotros mismos ya teníamos la sentencia de muerte, a fin de que no confiáramos en nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los muertos».

Debemos alabar a Dios por las oportunidades de mostrar su poder en nuestras debilidades visibles.

LA PALABRA DE DIOS LLENA NUESTRAS ALMAS VACÍAS

Sin embargo, es necesario hacer una pregunta: ¿Qué debemos hacer cuando nuestros corazones se han enfriado? Cuando no tenemos nada más que dar, ¿adónde debemos ir?

Gracias a Dios que él nos dice en su Palabra: «todos los sedientos, vengan a las aguas; y los que no tengan dinero, vengan, compren y coman. Vengan, compren vino y leche sin dinero y sin costo alguno» (Is 55:1). Jesús nos ofrece descanso en él por medio del consuelo que encontramos en su Palabra.

Demasiado a menudo, trabajamos duro en nuestras propias fuerzas y nos preguntamos por qué estamos tan agotadas. En otros momentos, trabajamos y trabajamos solo para olvidar que el hombre no puede vivir solo de pan. El hombre solo puede vivir por cada palabra que sale de la boca del Señor (Dt 8:3).

Como las máscaras de oxígeno en un avión, debemos aferrarnos al oxígeno de la Palabra de Dios antes de ser útiles en cualquier manera para aquellos que se están sofocando con el humo de este mundo.

Hermanas, es probable que también necesiten aprender a decir «no» a algunas cosas con el fin de estar solas con su Señor. Nunca debemos descuidar nuestro primer amor por priorizar lo que percibimos que puede ser un trabajo más importante. Para volver a avivarnos, quizás deberíamos tomar un tiempo en soledad para darnos un banquete con la Escritura, escuchar sermones expositivos, escribir sobre las maneras en que Dios ha provisto u orar por los «estruendos» de nuestras almas. Luchar por el equilibrio requiere una comprensión dada por el Espíritu Santo.

GLORIFÍCALO AL CONFIAR EN ÉL

La viuda que Jesús elogió en el templo tenía el tipo de fe a la que nosotras debemos aspirar; era sobrenatural.

A menudo, me he preguntado cuántas veces ella había hecho eso en su vida, dando todo lo que ella tenía y confiando en que Dios satisfaría sus necesidades. Ora para que Dios te dé oportunidades para avanzar sin ver, sabiendo que en fe él proveerá. Después de todo, Jesús dijo, «bienaventurados los pobres en espíritu, pues de ellos es el reino de los cielos». Cuando nuestros espíritus son pobres en él, se nos promete el Reino de los cielos. ¡Qué intercambio más maravilloso!

ARRASTRÁNDONOS HACIA EL CIELO

Si sientes como si no pudieras caminar hoy, ¿estás arrastrándote hacia el cielo? ¿Estás alzando tus manos hacia el cielo mientras llevas a un miembro de la iglesia en el camino, confiando que tu comprensión las arrastrará a ellas también? Él es lo suficientemente fuerte, sabes. En momentos de desánimo y de agotamiento, tendemos demasiado a olvidar su fidelidad en el pasado. Como dice el himno, somos «propensos a vagar, Señor, lo siento; propensos a dejar al Dios que amamos». Sin embargo, observa la siguiente línea, pues hay una invitación a confiar en él: «Aquí está mi corazón, Señor, tómalo y séllalo. Séllalo para tus atrios celestiales».

Pero, ¿Qué pasa si sientes que ni siquiera puedes arrastrarte? El agotamiento y la depresión son problemas reales que exigen atención y a menudo ayuda externa. No obstante, asegúrate lo mejor que puedas de no confundir este sentimiento con las luchas diarias de la vida cristiana. Nuestro agotamiento y pobreza de espíritu pueden ser satisfechos con el mejor tipo de intercambio: nuestras cargas por su yugo. Ahí, volveremos a descubrir que su yugo es fácil y ligero y que en él encontraremos descanso para nuestras almas (Mt 11:28-30).

Por tanto, la próxima vez que te arrastres a la cama, completamente vestida y aún maquillada, preguntándote qué pasó con tu día, recuerda a la viuda. Pero no te quedes ahí. Recuerda la fidelidad de Dios en tu vida. Él no te llamará a hacer algo para lo que no te haya equipado. Él solo nos da cosas en nuestras vidas para las que él proveerá. Y hermana, sabes por el historial de tu propia vida que ¡sin duda él proveerá!