Política

Cómo me excedí con la política

Por Dave Brown

Dave Brown trabajó treinta años en el Gobierno Federal, ocupando altos cargos políticos y de gestión en el Congreso de los Estados Unidos, la Oficina Ejecutiva del Presidente y el Poder Ejecutivo. Entre 1981 y 1989 fue nombrado por el Presidente Ronald Reagan. En la actualidad, Dave es Director y Pastor General de la Coalición de Hombres del Área de Washington.
Artículo
08.12.2023

Quieres marcar la diferencia para Cristo políticamente. Tal vez tu cuenta en las redes sociales sea tu vía. O tal vez incluso te plantees mudarte a Washington para trabajar para un congresista o un senador. Lo entiendo y lo comprendo. «He estado allí, ya he hecho eso», como se suele decir. Sólo que yo empecé en política en los años sesenta y setenta y me involucré en el trabajo de la Mayoría Moral.

Hoy en día la gente no habla de la Mayoría Moral sino de «nacionalismo cristiano». Y las personas que se presentan bajo esta bandera están haciendo un buen trabajo político, al igual que lo hicieron bajo la bandera de la Mayoría Moral en los años ochenta y noventa.

Sin embargo, al igual que la tentación de la idolatría política se cernía en mi época, lo mismo ocurre hoy. ¿Cómo sabemos los cristianos cuándo depositamos demasiadas esperanzas en la política? ¿Incluso una esperanza idólatra?

La idolatría se produce cuando tomamos cosas buenas y las convertimos en cosas definitivas. En este reordenamiento, encontramos salvadores funcionales distintos de Dios. Lo mismo ocurre con la idolatría política. Antes de convertirme en cristiano, mi propio corazón era una incesante fábrica de ídolos, que producía más rápido de lo que yo podía seguir. Mi experiencia me enseñaría lo poderosos y peligrosos que son los ídolos, no sólo para los individuos, sino para naciones enteras.

LOS COMIENZOS DE MI CARRERA POLÍTICA

Crecí en un pequeño pueblo rural de Ohio. En mi casa no había ni religión ni política. De hecho, mi primer encuentro con la Ley de Dios vino de la mano de Charlton Heston, que interpretó a Moisés en la película de 1956, Los Diez Mandamientos. Mi abuelo era minero del carbón y pastoreaba una iglesia local donde exhibía la bandera estadounidense cerca de su púlpito. Su hermano pequeño se dedicaba a la política del condado.

De joven, mi apetito por la política se despertó gracias a mi amor por la historia de Estados Unidos. Los padres fundadores, Lincoln y Eisenhower se convirtieron en mis héroes, junto con Jackie Robinson, Willie Mays y Ted Kluszewski. En el instituto ya estaba infectado por la fiebre del Potomac, decidido a que algún día, de alguna manera, iría a Washington y dejaría mi huella. Después de la universidad, me fui a Washington. Con los ojos llenos de estrellas y una ambición ingenua, aterricé en el Capitolio como ayudante legislativo y luego subí la proverbial escalera hasta convertirme en director de personal.

Entré en el mundo de la política como un conservador a ultranza de Goldwater, entregado al patriotismo del deber, el honor y la patria. Pero los libros de historia no me habían preparado del todo para las grandes hipocresías de Washington y sus agendas partidistas, ideológicas y personales. Entré en escena cuando el Movimiento por los Derechos Civiles, la guerra de Vietnam, el ecologismo, el consumismo y el Watergate estaban modificando rápidamente el tamaño, el alcance, el coste y el papel del gobierno. Vi cómo la búsqueda del poder, el pragmatismo y el orgullo conducían a menudo a formas de nacionalismo en todo el espectro político.

G.K. Chesterton observó una vez: «Cuando un hombre deja de creer en Dios, entonces no cree en nada, cree en cualquier cosa». Al igual que mis compañeros idólatras, llené mi vacío de Dios con sustitutos de Dios… ismos, ídolos. Mi dios preferido al principio de mi carrera era la política, y mi marca preferida era el americanismo.

MI CONVERSIÓN

Alabado sea Dios, doce años después de comenzar esa carrera, Dios sacudió mi mundo cuando me salvó. Tenía 33 años cuando, leyendo los Salmos de una vieja Biblia familiar guardada en el desván, creí en Cristo. Poco después, devoré la autobiografía de Chuck Colson, Nací de nuevo. Entonces no conocía a ningún otro cristiano, pero había conocido a Colson años antes, cuando estuvo en la Casa Blanca de Nixon. Aunque era un cristiano nuevo, sentía el deseo de entrar en el ministerio, pero no tenía ni idea de cómo sería. Sin saber qué hacer, me puse en contacto con Chuck. Le hablé de mi conversión y le pregunté qué creía que el Señor quería que hiciera. Su respuesta fue contundente pero sabía: «No tengo ni idea, pero Él lo aclarará a su manera y a su tiempo». A falta de claridad, seguí con mi carrera en el gobierno, pero no exactamente de la misma manera que antes de ser salvado.

Ese mismo año, tras las elecciones presidenciales de 1980, recibí una llamada del equipo de transición de Reagan preguntándome si estaría dispuesto a trabajar en su administración. Acabé trabajando para el presidente en diversos puestos durante los ocho años siguientes, durante los cuales empecé a estudiar en el seminario a tiempo parcial. Al principio de mi etapa en la administración Reagan, me asignaron la misión de «mostrar la bandera» en las reuniones de la Mayoría Moral en Washington. No me enviaron allí como enlace oficial o portavoz en sí. Era más bien la forma que tenía Regan de indicar a Falwell y al movimiento que se acordaba de sus amigos.

A medida que me familiarizaba con el movimiento y con sus integrantes, me sorprendía lo extendida que estaba la creencia de que si los cristianos conseguían que se eligiera y nombrara a las personas adecuadas, se instauraría el Reino de Dios. Aunque yo era un cristiano bebé, estaba familiarizado con la historia de Jesús siendo juzgado ante Pilato, el representante del «divino César». Jesús le dijo claramente a Pilato que su Reino no era de este mundo. Entonces, ¿qué pasa? Parecía claro que la izquierda planeaba introducir una utopía terrenal a través del poder político, ¿pero justificaba esto lo que yo veía como una especie de contrarrevolución de la derecha? En ambas direcciones, veía ismos idólatras: el «nacionalismo cristiano» por un lado y el «nacionalismo social» por el otro.

NO TE DEJES SEDUCIR POR EL «CRISTIANISMO Y»

Ya sea el nacionalismo cristiano y el populismo profeta de la derecha o el evangelio social y la teoría crítica de la izquierda, los cristianos se ven a menudo tentados a combinar diversas creencias/opiniones políticas con el cristianismo ortodoxo. Además, esta tentación no es en absoluto nueva. Se encuentra en toda la Biblia, especialmente en el Antiguo Pacto, cuando Israel seguía tomando prestadas las prácticas de culto de sus vecinos paganos y luego fracasaba perpetuamente en obedecer a Dios.

Las Cartas del diablo a su sobrino de C.S. Lewis tratan un poco este tema. Lewis escribió:

MI QUERIDO ORUGARIO:

El verdadero inconveniente del grupo en el que vive tu paciente es que es meramente cristiano. Todos tienen intereses individuales, claro, pero su lazo de unión sigue siendo el mero cristianismo. Lo que nos conviene, si es que los hombres se hacen cristianos, es mantenerles en el estado de ánimo que yo llamo «el cristianismo y…». Ya sabes: el cristianismo y la Crisis, el cristianismo y la Nueva Psicología, el cristianismo y el Nuevo Orden, el cristianismo y la Fe Curadora, el cristianismo y la Investigación Psíquica, el cristianismo y el Vegetarianismo, el cristianismo y la Reforma Ortográfica. Si han de ser cristianos, que al menos sean cristianos con una diferencia. Sustituir la fe misma por alguna moda de tonalidad cristiana. Trabajar sobre su horror a Lo Mismo de Siempre. El horror a Lo Mismo de Siempre es una de las pasiones más valiosas que hemos producido en el corazón humano: una fuente sin fin de herejías en lo religioso, de locuras en los consejos, de infidelidad en el matrimonio, de inconstancia en la amistad(58).

Sincretizar las ideologías de derecha, izquierda o centro con el cristianismo ortodoxo siempre da como resultado el «cristianismo y» de Lewis. La gente puede imaginar la combinación de ideología y cristianismo para hacer a ambos más relevantes, de moda y apetecibles, pero el resultado es un Dios con nariz de cera. Acaba existiendo a nuestra imagen y semejanza y se ve obligado a ajustarse a nuestros retorcidos deseos, o eso creemos. En otra parte de las Cartas del diablo a su sobrino, Lewis escribe sobre la política del patriotismo frente al pacifismo de su época. Un demonio le dice al otro:

Adopta lo que sea, tu principal misión será la misma. Déjale empezar por considerar el patriotismo o el pacifismo como parte de su religión. Después déjale, bajo el influjo de un espíritu partidista, llegar a considerarlo la parte más importante. Luego, suave y gradualmente, guíale hasta la fase en la que la religión se convierte en meramente parte de la “Causa”, en la que el cristianismo se valora primordialmente a causa de las excelentes razones a, favor del esfuerzo bélico inglés o del pacifismo que puede suministrar Una vez que hayas hecho del mundo un fin, y de la fe un medio, ya casi has vencido a tu hombre, e importa muy poco qué clase de fin mundano persiga. Con tal de que los mítines, panfletos, políticas, movimientos, causas y cruzadas le importen más que las oraciones, los sacramentos y la caridad, será nuestro… Podría enseñarte un buen montón aquí abajo (23).

Como era en tiempos de Lewis, así es en el nuestro. El sincretismo sigue siendo una opción demasiado halagüeña para nuestros corazones idólatras. Por eso necesitamos discernir todo el espectro político. Según Lewis, el nuestro es un mundo hecho de territorio ocupado por el enemigo. Es un lugar donde el enemigo se deleita en los cristianos que priorizan principalmente sus lealtades políticas. La razón es que al hacerlo no se confía en el único Dios verdadero. Desgraciadamente, el mío fue el duro camino de aprender que los ídolos políticos nunca cumplen lo que prometen. Nunca están satisfechos, sino que nos dejan persiguiendo el siguiente voto o ganador.

NO PONGAS TU CONFIANZA EN CABALLOS Y CARROS

Entonces, ¿cuál es la lección de este viejo guerrero de la cultura de la Mayoría Moral convertido en pastor? Los cristianos deben esforzarse por ser buenos ciudadanos por amor al prójimo, lo que implica el compromiso político cuando Dios nos da la oportunidad. Sin embargo, no debemos poner nuestra confianza en caballos y carros (cf. Sal. 20:7).

Otro viejo pastor, Richard Baxter, llegó a conclusiones similares después de poner demasiadas esperanzas en la política. Baxter tenía grandes esperanzas en Oliver Cromwell. Luego Cromwell murió y en poco tiempo volvió la monarquía. En medio de esto, Baxter escribió:

Estoy más lejos de lo que nunca estuve de esperar grandes asuntos de unidad, esplendor o prosperidad para la iglesia en la tierra, o que los santos sueñen con un reino de este mundo, o se lisonjeen con las esperanzas de una edad de oro, o de reinar sobre los impíos…. Por el contrario, me preocupa más que el sufrimiento deba ser la suerte ordinaria de la iglesia, y que los cristianos deban ser abnegados portadores de la cruz, aun cuando no haya más que cristianos formales y nominales que sean los que la hagan; y aunque de ordinario Dios quiera que haya vicisitudes de verano e invierno, día y noche, para que la iglesia crezca ampliamente en el verano de la prosperidad e intensamente en el invierno de la adversidad, sin embargo, por lo general su noche es más larga que su día, y ese día mismo tiene sus tormentas y tempestades. (The Holy Commonwealth, 1659).

CONCLUSIÓN

Quizá hayas oído hablar de la eterna respuesta de G.K. Chesterton a la encuesta de un periódico que pedía a los lectores que escribieran con una respuesta a la pregunta: «¿Qué es lo que está mal con el mundo?». Chesterton respondió: «Estimado, señor. Yo. Atentamente, G.K. Chesterton».

Chesterton dijo la verdad sobre sí mismo, al igual que Aleksandr Solzhenitsyn, que escribió: «La línea que separa el bien del mal no pasa a través de los Estados, ni entre las clases, ni tampoco entre los partidos políticos, sino justo a través de cada corazón humano, y a través de todos los corazones humanos».

Como seguidor de Jesucristo, me esfuerzo por hablar honestamente de mí mismo. Quiero estar preparado para dar razones de mi esperanza en Cristo. Al fin y al cabo, no soy más que un mendigo que le cuenta a otro dónde encontró pan. Sea lo que sea lo que tengamos que hacer en la arena pública, debemos recordar que la redención no nos llega en el Air Force One, ni a través de la próxima lista de candidatos, ni por fervientes ideologías políticas, por muy importantes que sean estas cosas. En cambio, la redención viene por la gracia soberana de Dios en Cristo Jesús, quien cargó nuestro pecado, recibió la justa ira de Dios y nos cubre con su manto de justicia.

Ahora tengo 76 años. Acabé haciendo una larga carrera en política y luego otra en el ministerio como pastor. Recordar cualquiera de las dos aventuras a menudo me recuerda lo que C.T. Studd escribió una vez: «Sólo una vida por vivir, pronto pasará; sólo lo que se haga por Cristo perdurará».

 

Traducido por Nazareth Bello