Discipulado
Cinco Razones por las que No Discipulamos (4ta Parte)
En las últimas tres publicaciones, he sugerido cuatro razones por las que no discipulamos, a pesar del mandamiento de Cristo de hacerlo.
La quinta y última razón por la cual no discipulamos ha estado burbujeando debajo de todo lo que he escrito hasta ahora: nuestras iglesias con demasiada frecuencia se avergüenzan del evangelio, y por consiguiente, asumen el evangelio.
No hace mucho, fui invitado a hablar en una iglesia cerca de Londres. Los números habían estado cayendo, por lo que la iglesia estaba haciendo grandes esfuerzos para atraer gente joven. Habían añadido otro servicio a una hora más conveniente, estaban trayendo conferencistas invitados de todas partes del país, estaban gastando dinero en publicidad, y habían contratado a una banda de adoración para que vinieran desde muy lejos.
Me encontré conversando con un agradable miembro de la congregación sobre las razones de su decreciente, asistencia de ancianos. «Esta quizá sea una pregunta sensible», dije, «pero, ¿cómo está yendo la predicación del evangelio?». Su respuesta vino con una sonrisa cómplice y levemente avergonzada. «Bueno», dijo él, «tenemos que dar a las personas lo que ellas quieren».
Recordé las palabras de Martin Lloyd-Jones: «Si no podemos predicar a la iglesia llena [con el evangelio], entonces que quede vacía». ¿Por qué? Porque una iglesia que está llena a causa de métodos, publicidad o música, no es una iglesia que está llena de discípulos.
Es cierto que estas cosas pueden brindar un incremento numérico a corto plazo. Pero, como Mark Dever escribe: «El crecimiento del que hablamos, impulsamos y oramos en el Nuevo Testamento no es simplemente un crecimiento numérico. Si tu iglesia está más llena de gente ahora que hace algunos años, ¿significa que tu iglesia es una iglesia sana? No necesariamente». (Nueve Marcas de una Iglesia Saludable, 201-202).
Un «crecimiento» sin la enseñanza fiel y regular del evangelio es un crecimiento sin profundidad. Extenso y superficial. Si queremos profundidad así como también amplitud, no hay sustituto para una predicación y una conversación saturada del evangelio.
Un último punto. Existe el peligro de que incluso las autoproclamadas iglesias «centradas en el evangelio» mantengan el evangelio tan cerca del corazón, tan cerca del centro, que en realidad se encuentre escondido.
Podemos hablar públicamente de Jesús, mencionar «el evangelio», y citar la Palabra de Dios. Sin embargo, quizá nunca lleguemos a recordar a los demás quién es Jesús, lo que él ha hecho, y lo que eso significa para nosotros. Fatalmente, podemos asumir el evangelio en lugar de realmente proclamarlo.
Espero ser solo yo, pero he visto esto una y otra vez en iglesias que se identifican a sí mismas como evangélicas o creyentes de la Biblia. En unas vacaciones recientes a Gales, tuve el privilegio de unirme a un grupo pequeño de cristianos refugiados en una gran y vistosa iglesia congregacional. La bienvenida fue cálida y casi apologética: «No solemos atraer a muchos jóvenes estos días, me temo». El pastor habló de 1 Timoteo 3 sobre el engaño de la prosperidad. Lo que se dijo fue fiel. Sin embargo, oh, lo que no se dijo.
D.A. Carson, al escribir en Cuestiones Básicas para Creyentes, hace esta sabia observación:
«En una buena parte del movimiento evangélico occidental hallamos una preocupante tendencia a centrarnos en cosas periféricas. Tengo un colega… El Dr. Paul Hiebert… Sus raíces están en el movimiento menonita, y analiza su herencia de una forma que él mismo reconoce que cae dentro de la caricatura simplista, pero que no obstante es muy útil. Una generación de menonitas creyó en el evangelio, y sostuvo tal creencia tenía una serie de implicaciones sociales, económicas y políticas. La generación siguiente asumió el evangelio, pero se identificó con las implicaciones. La siguiente generación negó el evangelio: lo más importante eran las «implicaciones». Asumiendo este tipo de esquema aplicado al movimiento evangélico, uno sospecha que hay amplias zonas de éste que se encuentran ya en la segunda fase, con algunas otras que van camino a la tercera.
Esto no es un llamamiento sutil a… un evangelio meramente privatizado, sin ramificaciones sociales. Releemos sabiamente los relatos del Despertar Evangélico en Inglaterra, el Gran Despertar en los Estados Unidos, y los ministerios extraordinarios de Howell Harris, George Whitefield, los hermanos Wesley y otros. Recordamos, correctamente, cómo en nombre de Dios, su pueblo lideró la lucha para acabar con la esclavitud, para reformar el código penal, crear sindicatos comerciales, transformar las prisiones, liberar a los niños de la explotación en las minas. Toda la sociedad fue transformada porque hombres y mujeres genuinamente convertidos entendieron que la vida hay que vivirla sometidos a Dios, y de una forma que le agrade.
Pero en el fondo, y sin excepción estas personas pusieron el evangelio en primer lugar. Se gozaban en él, lo predicaban, valoraban extremadamente la lectura y exposición de la Biblia que estaban centradas en Cristo y en el evangelio; y, partiendo de esa base, elaboraban sus agendas sociales más amplias. En resumen, ponían el evangelio en primer lugar también en sus propias aspiraciones. No entender así esta prioridad implica que no estamos a más de una generación de negar el evangelio». (23-24, mi énfasis).
Si la observación de Carson es correcta, no solamente tenemos una responsabilidad con nuestra actual congregación, sino también con las congregaciones futuras.
En el siglo XIX, el predicador Charles Spurgeon identificó un problema similar:
«Creo que aquellos sermones que están más llenos de Cristo serán probablemente los de mayor bendición para la conversión de los oyentes. Que sus sermones estén llenos de Cristo, enmarcados de principio a fin del evangelio. En cuanto a mí, hermanos, no puedo predicar otra cosa que no sea Cristo y su cruz, porque no sé nada más, y hace mucho tiempo, al igual que el apóstol Pablo, decidí no saber nada más que Jesucristo, y él crucificado.
La gente a menudo me pregunta, «¿Cuál es el secreto de tu éxito?» Siempre respondo que no tengo otro secreto salvo éste, que he predicado el evangelio—no sobre el evangelio, sino el evangelio…». (The Soul Winner [El ganador del alma], 35, mi énfasis).
Hermanos y hermanos, en nuestro discipulado hacia otros—bien sea desde el pulpito, o en conversaciones cotidianas—¿estamos simplemente asumiendo el evangelio? ¿Hablamos sobre el evangelio sin en realidad explicar qué es? ¿Estamos, al menos funcionalmente, avergonzados de él?
El discipulado profundo y amplio que anhelamos en nuestras iglesias sólo llegará cuando dejemos de asumir el evangelio, y realmente lo proclamemos.
Por Nazareth Bello, Venezuela.
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