Clases esenciales: Teología Sistemática

Teología Sistemática – Clase 21: El plan de redención – Parte 3

Por CHBC

Capitol Hill Baptist Church (CHBC) es una iglesia bautista en Washington, D.C., Estados Unidos
Artículo
31.08.2018

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Clase esencial
Teología Sistemática
Clase 21: El Plan de Redención – Parte 3


Bienvenido. Oremos antes de comenzar.

  1. Introducción

En las últimas dos semanas, hemos estado mirando el glorioso plan de redención de Dios. Como dije la semana pasada, si eres un creyentes en Jesús, tu corazón debería deleitarse en estudiar el plan y los propósitos de salvación de Dios porque es la historia de cómo Dios te salvó.

Comenzamos a explicar lo que los teólogos a menudo nos referimos como el orden de la salvación que nos ayuda a entender cómo Dios aplica la redención a los creyentes. Puedes encontrar ese orden en la Sección 1 de tu folleto.

Hace un par de semanas, hablamos acerca de los tres primeros pasos o etapas del orden de la salvación: la elección, el llamado del evangelio y la regeneración. Luego, la semana pasada, echamos un vistazo a las siguientes dos etapas: la conversión y la justificación. También dimos un vistazo a la idea de la unión con Cristo, cómo se manifiesta a través del acto de la conversión y es la realidad de nuestra justificación. Hoy veremos los siguientes tres pasos o etapas del orden de la salvación: la adopción, la santificación y la perseverancia.

En otras palabras, podrías decir que estaremos mirando la gloriosa obra de Dios de adoptar pecadores rebeldes en su propia familia, para santificarlos y, luego preservarlos hasta el final.

  1. La adopción

El primer tema en el que queremos pensar es la adopción. Esta idea de la adopción no es un concepto extraño para nosotros. Es donde el creyente, que una vez fue un extraño para Dios, entra a la familia de Dios y se convierte en un hijo de Dios.

Puedo recordar la adopción de mi propio hijo. Esta pequeña vida incorporada a nuestra familia. A las 11:30 de la mañana, el 9 de septiembre de 2011, no teníamos hijos. Un niño pequeño estaba en el mundo, pero no era nuestro. Sin embargo, a las 9:00 de esa noche, nos habían dado un hijo. Él era completamente nuestro, para nunca ser devuelto. El que alguna vez fue un extraño para nosotros, ahora se convirtió en el punto focal de nuestras vidas. Se convirtió en nuestro hijo.

Y así sucede con el cristiano en el momento en que deposita su fe en Jesucristo.

La adopción, como dice un teólogo, es: «Esa bendición salvadora donde los creyentes, en virtud de su comunión con el verdadero Hijo de Dios, comparten su filiación por gracia, se les concede el derecho de ser llamados y recibidos como hijos amados del Padre, y heredar los inconmensurables derechos y privilegios asegurados por el Hijo unigénito, Jesús. Por la adopción, los redimidos se convierten en hijos e hijas del Señor Dios Todopoderoso; son introducidos y reciben los privilegios de la familia de Dios».

¿Cuando sucede? Bueno, como lo aludí antes, la adopción viene después de que un pecador se convierte y expresa su fe en Dios.

Juan 1:12 dice que: «Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios».

El pecador, después de haber sido perdonado y constituido justo a los ojos de Dios (justificado), también se convierte en receptor de la filiación. El pecador justificado, entonces, es adoptado en la familia de Dios. ¡Ganas libertad y un padre todo en el mismo momento!

Esta relación es lo que más deseamos como cristianos. El evangelio no se trata principalmente de hechos, sino de ser traídos a una relación con Dios (Filipenses 3:7-8). ¡De eso se trata!

Si eres cristiano, me pregunto cómo te afecta esto. En un mundo caído donde las relaciones se rompen, el divorcio es generalizado, y los niños están distanciados de sus padres y otros hermanos, ¿te importa tener un Padre Celestial que te ama y siempre se preocupa por ti?

Mientras que la doctrina de la justificación habla de la relación del cristiano con Dios como Legislador y Juez, él te declara justo, la doctrina de la adopción habla de la relación del cristiano con Dios como su hijo o hija.

Y entonces vemos que Dios hace más que justificarnos: nos da una relación íntima con Él como hijos del Altísimo.

Bueno, tan impresionante como es esta doctrina, veamos donde aparece en la Biblia:

A. Ve conmigo a Efesios 1:4-5. Lo primero que queremos ver es que, en amor, el Padre predestinó la adopción del creyente en Cristo antes de la fundación del mundo.

Efesios 1:4-5 dice: «Según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor [el Padre] habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo».

Por tanto, la adopción que nos ha otorgado ha sido su plan desde el comienzo del mundo.

B. Ahora ve conmigo a Gálatas 4, versículo 6. Queremos ver aquí que el Padre envió a su Hijo al mundo para hacer la obra de redención necesaria no solo para nuestra salvación, sino para el propósito de nuestra adopción.

Gálatas 4:6 dice: «Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos».

¿Lo ves? La adopción estaba a la vista de Cristo cuando fue a la cruz. ¡El Padre hizo que su propio Hijo fuera a la cruz para que nosotros pudiéramos ser sus hijos!

C. Pasemos ahora a Romanos 8, versículos 14-17. En este pasaje, quiero que veas que el Padre envió el Espíritu de su Hijo al corazón del creyente, con el claro propósito de asegurarle al creyente que él o ella es hijo del Padre.

Romanos 8:14-17 dice: «Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios. Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios».

La seguridad de nuestra salvación está envuelta en nuestra adopción como hijos de Dios.

D. Por último, mira algunos versículos más abajo, en el versículo 23. Nota aquí que el hijo de Dios, habiendo recibido el Espíritu de adopción, espera la etapa final de su adopción, cuando su cuerpo mortal caído será redimido de su corrupción y llevado a un estado de gloria como el de Cristo.

Romanos 8:23 dice: «…también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo»[1].

Entonces, hemos sido adoptados como hijos de Dios, pero los efectos completos, la consumación completa, de esa adopción todavía nos están esperando en el cielo.

Veamos las implicaciones de la adopción del cristiano:

  • El hecho de que Dios se relaciona con nosotros como Padre significa que…
    • ¡Él nos ama! 1 Juan 3:1: «Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él».
    • ¡El nos entiende! Salmo 103:13-14: «Como el padre se compadece de los hijos, se compadece Jehová de los que le temen. Porque él conoce nuestra condición; se acuerda de que somos polvo».
    • ¡Él nos provee y nos da buenos regales! Mateo 7:11: «Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan?».
    • ¡Él nos guía por el Espíritu Santo! Romanos 8:14: «Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios».
    • ¡Él nos disciplina y nos mantiene en el camino de la vida! Hebreos 12:5-6: «Y habéis ya olvidado la exhortación que como a hijos se os dirige, diciendo: Hijo mío, no menosprecies la disciplina del Señor, ni desmayes cuando eres reprendido por él; porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo».
    • ¡Él nos hace una familia! 1 Ti. 5:1-2: «No reprendas al anciano, sino exhórtale como a padre; a los más jóvenes, como a hermanos; a las ancianas, como a madres; a las jovencitas, como a hermanas, con toda pureza».
    • Finalmente, ¡Él nos hace herederos! Gá. 4:7: «Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero de Dios por medio de Cristo».
      • ¿Herederos de de qué? En 1 Corintios 3, Pablo aborda una división en la iglesia de Corinto donde las personas se jactaban y quejaban por cosas de esta vida.
        • Él dice: «Así que, ninguno se gloríe en los hombres; porque todo es vuestro: Sea Pablo, sea Apolos, sea Cefas, sea el mundo, sea la vida, sea la muerte, sea lo presente, sea lo por venir, todo es vuestro, y vosotros de Cristo, y Cristo de Dios» (1 Co. 3:21-23).
        • Entonces, todas las cosas son nuestras en Cristo. ¡Somos los herederos legítimos de todo!

Jonathan Edwards habló bien acerca de la doctrina de la adopción. Él escribió: «Dios hace de Sus siervos Sus hijos: todos los que le sirven, los adopta y les da el derecho a los gloriosos privilegios de los hijos de Dios. Él no los llama más siervos, sino hijos. Él se manifiesta a ellos, los hace sus amigos íntimos, sus herederos y coherederos con su Hijo. Él derrama Su amor sobre ellos y los abraza en Sus brazos, y mora en sus almas y hace Su morada en ellos, y se entrega a ellos para ser su padre y su porción. En esta vida, con frecuencia los refrescará con los rocíos espirituales del cielo. Los iluminará con rayos de luz y amor. Pero de ahora en adelante, los hará perfectamente felices,  para siempre. ¿Hubo alguna vez un Maestro tan bueno como este?» [2].

Bueno, cuando una persona es adoptada en la familia de Dios, el viejo refrán «de tal palo tal astilla» comienza a sonar verdadero, cuando comienza la verdadera santificación, lo que nos lleva a nuestro siguiente tema… la santificación.

  1. La santificación

Comencemos por la Declaración de Fe de CHBC y cómo define la santificación:

Artículo X, De la Santificación, Declaración de Fe de CHBC:

«Creemos que la Santificación es el proceso por el cual, de acuerdo con la voluntad de Dios, somos hechos partícipes de su santidad; que es una obra progresiva; que comienza en la regeneración; y que se lleva a cabo en los corazones de los creyentes por la presencia y el poder del Espíritu Santo, el Sellador y Consolador, en el uso continuo de los medios designados, especialmente la Palabra de Dios, la autoevaluación, la abnegación, la vigilancia y la oración».

Dicho de otra manera, se dice que la Santificación es «esa bendición salvadora en la que los creyentes, en virtud de estar unidos a Jesucristo, el Santo, comparten la santidad de Cristo, llevan el título de santos y progresivamente llevan a cabo la santidad que ya es nuestra en Él. Por tanto, es ese acto de salvación en el que Dios nos bendice abundantemente al llevarnos a una mayor conformidad con su imagen perfecta, Jesús». 

En términos más simples, la santificación es una obra progresiva de Dios y el hombre que nos hace cada vez más libres del pecado y más como Cristo en nuestras vidas reales.

Hay 4 cosas que deben entenderse acerca de la naturaleza de la santificación.

A. Primero, la santificación es posicional o definitiva y ocurre en el momento en que somos regenerados (nacidos de nuevo). Cuando somos regenerados y unidos con Cristo, hay una brecha definitiva con el pecado y la separación del mismo o el compromiso con la santidad y la justicia en el pecador.

Vemos esto en Romanos 6, cuando Pablo escribe que hemos muerto al pecado y hemos sido hechos vivos en Cristo. El pecado ya no reina sobre nosotros. Ya no estamos bajo el poder del pecado… Esa separación inicial del pecado por Dios es lo que llamamos santificación definitiva.

Aunque fuimos esclavos del pecado antes de nuestra conversión, a través de nuestra unión con Cristo en su muerte y resurrección, hemos sido definitivamente santificados, de modo que ya no somos esclavos del pecado y ya no estamos bajo la ley, sino que somos gobernados por la gracia.

Wayne Grudem lo expresa de esta manera: «Una vez que hemos nacido de nuevo, hay un cambio moral que ocurre en nosotros de tal manera que no podemos seguir pecando como un hábito o patrón de vida (1 Juan 3:9), porque el poder de la nueva vida espiritual dentro de nosotros nos impide ceder a una vida de pecado»[3].

Ese es el primer punto.

B. Segundo, aunque la Biblia habla acerca de un comienzo definitivo para la santificación, también ve la santificación como un proceso que continúa a lo largo de la vida cristiana. De esta forma es progresiva. Crecimos en santidad por la gracia de Dios el resto de nuestras vidas.

Ve conmigo a 2 Co. 3:18. Pablo indica que progresivamente nos parecemos cada vez más a Cristo a medida que vivimos nuestras vidas cristianas. Mira lo que dice…

a) 2 Co. 3:18: «Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor».

Ve conmigo ahora a Fil. 3:13. Aquí, Pablo habla de su propio estado de santificación…

b) Filipenses 3:13-14: «Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús».

Incluso Pablo, aquí, no se considera a sí mismo perfectamente santo. Él sabe que necesita trabajar. Él sabe que el Espíritu Santo continuará trabajando en él para santificarlo y hacerlo a la imagen del Hijo. Así sucede con nosotros.

C. Tercero, mientras estamos siendo conformados a la imagen de Cristo Jesús, debemos entender que la santidad perfecta nunca se ha tenido en esta vida. Nuestra santificación nunca se completará en esta vida. Por el contrario, la santidad perfecta, la santificación completa, solo se logra al morir.

Ve a 1 Juan 3. Comenzando en el versículo 2. ¿Cuándo ocurre la santidad perfecta? Juan escribe…

c) 1 Juan3:2-3: «Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es. Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro».

El autor de Hebreos escribe en el capítulo 12 que solo cuando lleguemos a la presencia de Dios, seremos perfectos.

D. Finalmente, cuarto, la santificación es un proceso doble. Es tanto nuestro trabajo como el trabajo de Dios.

Ve conmigo a Fil. 2, comenzando en el versículo 12. Piensa en las palabras de Pablo, donde se habla del trabajo del hombre y de Dios como activo en el proceso de santificación. Pablo escribe en el versículo 12…

d) Filipenses 2:12-13: «Por tanto, amados míos, como siempre habéis obedecido, no como en mi presencia solamente, sino mucho más ahora en mi ausencia, ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad».

Para entender este concepto, debemos entender que la santificación es principalmente una obra de Dios. Es por eso que Pablo puede orar en 1 Ts. 5: «Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo».

El autor de Hebreos escribe en el capítulo 13: «Y el Dios de paz que resucitó de los muertos a nuestro Señor Jesucristo, el gran pastor de las ovejas, por la sangre del pacto eterno».

Por tanto, Dios es el actor principal en nuestra santificación. Y la persona de la Deidad más activa en este proceso es el Espíritu Santo.

Por esa razón, Pablo puede escribir en Gálatas 5 que si crecemos en santificación, «andamos en el Espíritu» y somos «guiados por el Espíritu». El Espíritu de santidad trabaja en nuestro interior para cambiar nuestras pasiones, deseos, actitudes y acciones.

Sin embargo, también debemos comprender que nosotros somos actores involucrados en el proceso de santificación. Desempeñamos un rol tanto pasivo como activo.

Desempeñamos el rol pasivo cuando confiamos en Dios para nuestra santificación y oramos a Dios para que trabaje en nosotros y nos haga conforme a la imagen de su Hijo.

Ve conmigo a Romanos 8:13 otra vez… Pablo escribe en Romanos 8:13: «Porque si vivís conforme a la carne, moriréis, mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis».

Pablo se dio cuenta de que somos completamente dependientes de la obra del Espíritu Santo en nosotros para crecer en nuestra santificación.

Entonces, sí, desempeñamos un rol pasivo en el proceso de la santificación, pero también desempeñamos un rol activo.

Notarás que en el mismo versículo, Pablo ordena a sus oyentes que «hagan morir las obras de la carne»… Claro, el Espíritu Santo nos permite hacer esto, pero al final del día, ¡nosotros debemos hacerlo!

¡Observa que no se da al Espíritu Santo la orden de hacer morir las obras de la carne, sino más bien a los cristianos! Somos llamados, con la ayuda del Espíritu, a eliminar las obras de la carne.

Por esto, Pablo puede escribir en Filipenses 2: «Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor». Podemos ocuparnos actuando de acuerdo con el impulso y el empoderamiento del Espíritu  del «querer como el hacer, por su buena voluntad». 

  1. La perseverancia

Entonces, si Dios está santificando a los que él escogió, regeneró, justificó y adoptó, ¿puede un creyente caer de su estado justificado? 

Para responder eso, demos un vistazo a la declaración de fe de CHBC:

Artículo XI, De la Perseverancia de los Santos, Declaración de Fe de CHBC:

«Creemos que los verdaderos creyentes son solo aquellos que resisten hasta el final; que su apego perseverante a Cristo es la gran marca que los distingue de los profesores superficiales; que una providencia especial vela por su bienestar; y ellos son guardados por el poder de Dios a través de la fe para salvación».

En otras palabras, los verdaderos cristianos no pueden perder su salvación.

Echemos un vistazo más de cerca a lo que son básicamente dos partes o lados de esta definición. Primero, la doctrina de la perseverancia de los santos afirma que… Todos los que verdaderamente nacieron de nuevo perseverarán hasta el final.

A. Todos los que verdaderamente nacieron de nuevo perseverarán hasta el final.

Esta idea, aunque un tanto controversial, se confirma claramente en las Escrituras…

Ve conmigo a Juan 6. Comenzando en el versículo 38, Jesús explica por qué descendió del cielo. Versículo 38…: «Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. Y esta es la voluntad del Padre, el que me envió: Que de todo lo que me diere, no pierda yo nada, sino que lo resucite en el día postrero».

Observa la certeza en el lenguaje de este pasaje: Jesús no perderá a ninguno, o a nadie, por así decirlo. Jesús hace la declaración enfática de que levantará a los cristianos en el día postrero. No es «Él espera que…» o «si todo va bien». Y no es «si resisten y no pierden su salvación». Él dice que lo hará. Dios está haciendo una promesa.

Más tarde, en el mismo Evangelio de Juan, Jesús declara: «Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre».

De nuevo, no hay ambigüedad. Nadie, ni otras personas, ni Satanás, ni siquiera nosotros mismos, nada puede separarnos de Dios una vez que nos ha traído consigo.

Además, vemos más evidencia de esta doctrina porque Dios ha puesto su «sello» sobre nosotros…

Ve a Efesios 1, versículo 13. Pablo está hablando de la seguridad que tenemos en Cristo. Versículo 13… «En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria» (Efesios 1:13-14).

No podemos y no perderemos nuestra salvación si estamos en Cristo Jesús. Ese es el mensaje del Nuevo Testamento, y esa es la promesa de quien ha escrito nuestros nombres en el libro de la vida del Cordero. Ten la seguridad de que si estás en Cristo, eres suyo por toda la eternidad. Dios te guardará. Él te preservará hasta el final.

B. Solo aquellos que perseveran hasta el final han nacido de nuevo.

Por supuesto, te preguntas, entonces ¿por qué veo a personas «alejarse» de la fe? Para eso, vemos la Declaración de Fe de CHBC.

Ten en cuenta que dice: «Creemos que los verdaderos creyentes son solo aquellos que resisten hasta el final; que su apego perseverante a Cristo es la gran marca que los distingue de los profesores superficiales».

Mientras que la Biblia enfatiza el hecho de que el poder de Dios guardará al que ha nacido de nuevo hasta el final, la Biblia también enfatiza el hecho de que solo aquellos que perseveran hasta el final pueden decirse que verdaderamente han nacido de nuevo.

En otras palabras, solo los verdaderamente salvos evidenciarán continuamente fe y arrepentimiento hasta la muerte.

Con respecto a aquellos que le dan la espalda a la fe y «caen», la Biblia nos dice que podemos estar seguros de que nunca fueron verdaderamente salvos. Debemos recordar que Dios garantiza que aquellos que son verdaderamente salvos lo harán. Dios preserva al cristiano en su fe, así que la perseverancia es la verdadera señal de que uno es verdaderamente un creyente.

Ve a Colosenses 1 conmigo. Versículo 22, Pablo está explicando por qué Cristo tuvo que morir en la cruz… Pablo escribe: «[Dios] en su cuerpo de carne, por medio de la muerte, para presentaros santos y sin mancha e irreprensibles delante de él; si en verdad permanecéis fundados y firmes en la fe, y sin moveros de la esperanza del evangelio que habéis oído» (Col. 1:22-23)

El punto aquí es que permanecer en la fe es una de las señales claras de que alguien realmente está en el redil.

Ahora bien, esta idea no pretende causar temor o ansiedad en los verdaderos creyentes, implicando que si luchan con un cierto pecado, se han alejado de la gracia de Dios y no son realmente salvos. ¡Si somos salvos por la gracia de Dios y esa es nuestra base, entonces podemos estar seguros de que no caeremos por nuestras propias obras!

Por el contrario, pretende hacer un llamado de rendición de cuentas y advertir a aquellos que se han alejado y continúan en su pecado y dejan de exhibir el fruto de la salvación, que su continuada falta de arrepentimiento es una muy buena indicación de que su fe nunca fue real.

C. Aquellos que finalmente caen pueden dar muchas señales externas de conversión.

Pero, ¿qué hay de los que finalmente se apartan, pero dieron, en algún momento de su vida, señales externas de conversión? ¿Que hacemos con eso? Bueno, según Jesús, las señales externas eran en realidad señales falsas, nacidas como tales por el paso del tiempo.

Si recuerdas la parábola de Jesús acerca del sembrador, recordarás que la semilla que se sembró en realidad brotó en varios lugares diferentes. La semilla creció por un tiempo en el suelo rocoso; creció por un tiempo en el suelo espinoso y floreció en el buen suelo. Escucha cómo Jesús explica a los que escuchan el evangelio en tierra pedregosa y espinosa:

«Y el que fue sembrado en pedregales, éste es el que oye la palabra, y al momento la recibe con gozo;  pero no tiene raíz en sí, sino que es de corta duración, pues al venir la aflicción o la persecución por causa de la palabra, luego tropieza.  El que fue sembrado entre espinos, éste es el que oye la palabra, pero el afán de este siglo y el engaño de las riquezas ahogan la palabra, y se hace infructuosa».    

Estos claramente no son cristianos, a pesar de lo que podría haber sido una apariencia alentadora al principio.

Si estas personas son «falsos hermanos» conscientes, como Pablo llama a algunos que pretenden ser cristianos, a propósito engañados por cualquier razón… o si se engañan a sí mismos de alguna manera, pensando que son cristianos cuando no lo son… estos todavía pueden parecer externamente creyentes genuinos.

En cualquier caso, sin embargo, la Escritura es clara en cuanto a su destino…

«No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad…» (Mateo 7:21-23).

Observa bien; no es: «Te conocía y te alejaste de mí». No es: «Ya no te conozco». Es: «nunca te conocí», fundamentando la idea de que no hay nada bíblico como la pérdida de la verdadera salvación.

1 Juan 2:19 resume bien esta idea: «Salieron de nosotros, pero no eran de nosotros; porque si hubiesen sido de nosotros, habrían permanecido con nosotros; pero salieron para que se manifestase que no todos son de nosotros».

Amigo, al cerrar, permíteme terminar con esto. Si bien debemos estar atentos a los falsos creyentes, debemos animarnos a ver el fruto en nuestras propias vidas y las de los demás, ya que evidencia la gracia de la redención de Dios en sus vidas y la nuestra.

Por esa razón, es una misericordia de Dios darnos fruto en nuestras vidas. Él nos da frutos para que podamos ver su obra en nuestras vidas y tener la seguridad de la salvación.

Esta mañana no tenemos tiempo para entrar en los detalles de la doctrina de la seguridad, pero ten la certeza de que el mismo Dios que te resucitó de entre los muertos es el mismo Dios que puede y te preservará hasta el final, si estás en Cristo.

Oremos.

 

[1] Si bien la adopción tiene una visión presente que se muestra en Romanos 8:15, también tiene una visión futura en la que recibimos la herencia completa de nuestra filiación.

[2]Jonathan Edwards «Christian Liberty: A Sermon on James 1:2», en Sermons and Discourses 1720-1723, The Works of Jonathan Edwards, Vol. 10, Ed. Wilson H. Kimnach (New Haven: Yale, 1992), 630. Edwards tenía 18 años cuando predicó este sermón.

[3] Grudem, Wayne. Teología Sistemática, p. 746.