Clases esenciales: El Temor al Hombre

El Temor al Hombre – Clase 5: Tememos ser lastimados

Por CHBC

Capitol Hill Baptist Church (CHBC) es una iglesia bautista en Washington, D.C., Estados Unidos
Artículo
24.10.2017

  Descargar Manuscrito en formato Word
  Descargar Folleto del Alumno en formato Word

 

Clase esencial
El temor al hombre
Clase 5: Tememos ser lastimados

ORACIÓN

Apertura

Las últimas dos semanas hemos examinado maneras particulares en que tememos equivocadamente a los demás. Consideramos el miedo a la exposición hace dos semanas y el miedo al rechazo la semana pasada. El día de hoy estudiaremos el miedo al daño que otras personas puedan causarnos. Como ya hemos analizado, nuestro miedo a otros puede ser multifacético. El miedo al daño puede estar entrelazado con el miedo a ser expuestos o con el miedo a ser rechazados. La solución para cada uno de estos miedos es la misma: Temer a Dios.

Así que, algo que escuches hoy puede aplicarse correctamente a tu miedo al rechazo. Pero el punto no es examinar nuestros motivos o nuestra psiquis en un grado en el que no somos capaces, el punto es que buscamos arrepentirnos y cambiar. Estoy seguro de que todos somos conscientes de las áreas en nuestras vidas que nos gustaría cambiar. Al meditar en la naturaleza persuasiva del miedo al hombre en mi corazón… la manera en que parece estar entretejido en la estructura de mi ser… el cambio parece poco probable, si no imposible.

Pero Cristo nos conforta en Lucas 18: Lo que es imposible para el hombre, es posible para Dios. Con esa esperanza en nuestros corazones, oremos.

Padre que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Te alabamos porque nos escuchas cuando oramos. Inclinas tu oído. Tienes misericordia. Incluso cuando nos encontramos en el valle, no tenemos que temer por que TÚ estás con nosotros. Sé tú con nosotros mientras consideramos estas cosas. Haz lo imposible. Límpianos de la idolatría del miedo al hombre. Oramos esto en el nombre de Jesucristo, Dios sobre todo, bendito por siempre. Amén.

Introducción

Considera Mateo 10:28 al inicio de tu folleto. Dice, «Y no temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno».

Jesús claramente nos dice que no deberíamos temer el daño que otros puedan ocasionarnos. Sin embargo, aun así tememos. ¿Por qué? Porque la gente en realidad puede lastimarnos.

Desde que Caían asesinó a su hermano Abel en Génesis 3, los hombres y las mujeres han tenido motivos para temer que sus semejantes puedan infringirles un gran daño, hasta el punto de la muerte. Pero tenemos que mirar la Escritura para entender cómo es y cómo se siente esta lucha.

En muchos aspectos, este tipo de miedo al hombre puede sentirse como el modo más legítimo, y quiero ser cuidadoso al decir que cuando hablo de temer al hombre especialmente en el contexto de daño físico, no estoy rechazando una preocupación correcta por la seguridad. Servimos a un Dios protector que desea brindar a sus hijos máxima seguridad, así que cuando hacemos cosas que alientan este aspecto del carácter de Dios, en realidad estamos reflejando apropiadamente el temor del Señor. Esta clase de preocupación considerada por la seguridad puede reflejarse de varias maneras:

  • Al no caminar solos por ciertos vecindarios en la oscuridad.
  • En el trabajo que hacemos para proporcionar seguridad a los que están en el ministerio de niños en la iglesia.
  • En la forma en que un esposo y padre se preocuparía por su esposa e hijos procurando realizar cosas que minimicen las oportunidades de daño físico que puedan venir sobre ellos.

Estoy seguro de que hay incontables ejemplos que podríamos usar para ilustrar esta debida preocupación por la seguridad física. Y con todo, Jesús nos manda a no temer.

¿Cómo conciliamos el mandamiento de Jesús de no temer al daño físico con nuestra compresión de que estar y sentirse seguro es algo bueno?

Veamos detalladamente lo que Jesús está diciendo aquí. Él está reconociendo que la gente puede lastimarnos; pueden ir hasta el extremo de matarnos (que es lo máximo en daño físico). De hecho, él mismo experimentó esto. Pero lo que él nos dice es que necesitamos tener una reorientación radical  del miedo al daño del hombre. En cierto sentido, el miedo al daño que otros puedan causarnos es correcto porque queremos ser sabios y evitar tal perjuicio. Para protegernos y proteger a otros.

Así que, si ese miedo, esa preocupación por la seguridad física, como los estoy describiendo son correctos, ¿qué está diciendo Jesús? Él está diciendo que nuestro temor a Dios debería estar por encima de nuestro miedo al hombre. Si pudieran medirse en una escala, el debido miedo al hombre sería una pequeña roca ante la montaña que es el apropiado temor a Dios. El temor a quien es capaz de determinar nuestro destino eterno, sea que vivamos en juicio eterno o en vida eterna—éste es el que debería ser el máximo de nuestros miedos, es en éste en quien deberíamos poner nuestra confianza, es éste quien debería controlar nuestras vidas, éste es a quien deberíamos servir.

Antes de adentrarnos en algunas de las maneras en que podemos temer el daño de otros, puedo imaginar que algunos pueden sentir este miedo profundamente porque han experimentado daños físicos. Puede que hayas sido víctima del pecado de otro. Pasaremos tiempo reflexionando sobre cómo el evangelio atiende nuestras experiencias pasadas de daño físico. Aquellos que han sufrido daño físico pueden comprender y abordar correctamente su experiencia a través del lente del evangelio.

Algunas de estas categorías pueden ser recientes en tu mente o experiencia. Nuestro propósito al estudiar detenidamente estas categorías no es revivir esos recuerdos, sino darnos un marco general al analizar estas cosas en nuestras vidas y al ministrar a otros.

El miedo al daño físico

Algunos de los daños físicos más difíciles y dolorosos ocurren en la familia. Ya sea entre cónyuges, padres e hijos, u otras relaciones familiares, el daño físico en este contexto puede causar algunas de las luchas más difíciles post-abuso que han tenido lugar en el contexto de relaciones que deberían caracterizarse por los más altos niveles de amor, confianza y vulnerabilidad.

La explotación sexual, cualquiera que sea su forma, es otro modo en que podemos temer a otros de esta manera, y nuevamente esto puede estar influenciado por tu propia experiencia. Un subconjunto de esta categoría estaría representado en el hombre que se aprovecha emocional y físicamente de una mujer con fines manipuladores.

El bullying es otro ejemplo real de cómo tememos que otros nos lastimen físicamente. Veo esto todos los días entre mis estudiantes. Algo de esto puede parecer una parte inofensiva de la niñez, pero incluso en la manera en que enseñamos a nuestros hijos a tratar con otros niños violentos físicamente, podemos enseñarles a temer al Señor más que a las personas. Dado que los acosadores del vecindario crecen, no debemos ignorar estas oportunidades para enseñar a nuestros hijos a cómo lidiar con sus miedos.

Aquellos de ustedes que han servido o están sirviendo en la milicia pueden temer a aquellos contra quienes combaten.

La persecución / el sufrimiento físico por el evangelio es otro miedo común. ¿Temes ir a ciertas partes del mundo por miedo al daño físico en el que podrías incurrir al hacerlo? ¿Te sientes dirigido a realizar un viaje misionero a corto plazo, pero tienes miedo del daño físico que podrías enfrentar? Puede ser una verdadera amenaza.

El terrorismo. En un mundo donde los ataques terroristas son inusuales y cada vez más frecuentes, este puede ser el miedo al hombre que se vuelve paralizador para algunos.

¿Qué hay del racismo? Este miedo al hombre puede manifestarse tanto en el miedo al daño físico como en el miedo al rechazo. ¿Hay ciertas personas de las que temes algún daño físico simplemente por su color de piel u origen étnico? Este miedo trabaja de diferentes formas: Desde el trabajo que hemos visto en el apartheid o en la segregación—que demostraron pecados públicos más allá del miedo al hombre, pero que ciertamente tenían hilos de este miedo corriendo a través de ellos—hasta acciones menos establecidas, como elegir vivir en ciertos lugares. ¿Te sientes «más seguro» o menos seguro alrededor de personas que tienen un color específico de piel? ¿Llevas ese miedo a tus relaciones con otros hermanos y hermanas en Cristo? ¿Permites que ese miedo te impida confiar en Dios? ¿Permites que ese miedo te impida amar a tu prójimo como Cristo lo ordenó?

De nuevo, quiero decir que diferentes personas batallan con este miedo de diferentes maneras. A medida que continuamos mirando estos miedos a través del lente del evangelio, no pretendo pasar por alto la manera particular con la que luchas. Pero estas categorías pueden brindar grandes inicios de conversación con otro amigo cristiano o un anciano en esta iglesia.

¿De qué otro modo tememos a las personas de esta manera?—El miedo al daño no físico

Sencillamente no es cierto que «los palos y las piedras pueden romper mis huesos, pero las palabras nunca lograrán herirme». Si adoptamos esta actitud, estamos respondiendo con un tipo de estoicismo que no es una respuesta evangélica, sino una respuesta que busca auto protegerse y exaltarse.

Un jefe, un cónyuge o un padre verbalmente abusivos producirán el mismo tipo de miedo al hombre que producen los actos de daño físico. No es simplemente un miedo a ser rechazado por esa persona o a no ser aceptado por ella. Tampoco es simplemente un miedo a ser expuestos, aunque ciertamente puede haber aspectos comunes en estos encuentros. Los mismos pueden dejarnos sintiendo como si estuviéramos físicamente abrumados, la carga emocional y psicológica puede ser devastadora.

El acoso sexual también puede entrar en esta categoría, sea que estés recibiendo insinuaciones sexuales indeseadas de alguien o que las hayas recibido en el pasado, y temes y desconfías de otros por miedo a ser lastimado de esta manera.

Con cualquiera de estos temas, de ningún modo estoy sugiriendo que la Escritura dice que deberíamos permanecer en situaciones abusivas, y si de verdad te encuentras en una situación como esta, sería sabio hablar con un anciano u otro hermano/hermana en quien confíes.

Al considerar las respuestas adecuadas a estas situaciones, puede que necesitemos orar por la fortaleza para mostrar amor y bondad a la persona. En otros casos, es posible que necesitemos hablar palabras muy directas y veraces. Quienes temen ser lastimados a menudo sienten la tentación de permanecer callados o enojados en respuesta. El evangelio nos llama a algo diferente.

¿De qué  manera este miedo al daño que otros puedan ocasionarte te ha controlado?

¿Cuáles son algunas de las maneras en que nuestras vidas son moldeadas por este tipo de miedo al hombre?

Bien, si el miedo está basado en una experiencia pasada de daño físico, puede haber un miedo muy real de ser heridos nuevamente. Esto puede ser paralizante.

Puede haber una sensación perpetua de ser una víctima… La tentación de culpar a todos los futuros problemas por esas experiencias pasadas. Ser una víctima puede convertirse en tu identidad.

Para aquellos que quizá han sido abusados, también puede haber la tentación de pensar que lo merecías. Permíteme aprovechar esta oportunidad para rechazar esta mentira. Si alguna vez pensaste, «Merecía el daño que recibí de otros porque soy una mala persona o porque Dios está enojado conmigo», por favor, escúchame. Eso es una mentira. Es cierto que todos merecemos la muerte por causa de nuestro pecado contra Dios. «Porque la paga del pecado es muerte». Pero el castigo que Dios cumple es justicia santa. No hay maldad en la ira de Dios. Cuando un hombre o una mujer te lastiman injustamente, si eres abusado, está mal. No merecemos injusticia.

Relacionado a esta experiencia se encuentra la autocompasión. La autocompasión es otra respuesta a nuestras vivencias pasadas que parecen causar miedo hoy. Pensamientos como, «Sería mucho más fácil para mí confiar en el Señor si tan sólo no hubiese experimentado esto… No puedo cambiar mi miedo al hombre, es como soy. Realmente soy peor pecador que otros, supongo…». La autocompasión puede ser una respuesta muy atractiva, y sin embargo, debemos reconocer que la autocompasión es simplemente otra manifestación del orgullo. Al igual que el orgullo del que confía en sí mismo parece obvio, la persona autocompasiva en el fondo es egocéntrica y busca confiar en sí misma en lugar de Dios.

Consideremos algunas de las maneras en que nuestras relaciones con otras personas pueden verse afectadas.

Primero, una nube de pensamientos vergonzosos puede plagar a la persona que ha experimentado daño físico en el pasado. Entendemos que experimentamos vergüenza por el pecado, pero esta sensación de vergüenza que viene acompañada por ser la víctima del pecado de otro, puede sentirse más complicada. La persona contra quien se ha pecado puede sentir vergüenza y la necesidad de hacer penitencias o de identificar una manera en que su pecado meritaba el que ella fuese el blanco del pecado de alguien más. Es necesario arrepentirse de los pecados cometidos, pero de nada sirve tratar de hacer penitencias porque alguien ha pecado contra ti.

La persona luchando con este miedo al hombre también tendrá dificultades para confiar en otros. Si hay un temor regular de daño físico o experiencias pasadas de daño, puede ser una tentación ver a los demás a través de esa reja experimental. En unas semanas observaremos más detalladamente cómo avanzamos de esta visión de otras personas hacia amarles y servirles. Mientras más tememos menos amaremos, nos veremos aun más en la tentación de apartarnos y de evitar a los demás.

La amargura es una sensación más profunda de algunas de estas cosas. A medida que luchamos con estas otras respuestas y fallamos en arrepentirnos de ellas y de buscar respuestas parecidas a Cristo, éstas crecerán en una mayor raíz de amargura hacia otras personas y tal vez incluso hacia Dios mismo.

¿Está alguien dispuesto a describir una consecuencia de ser lastimado que quizá no he mencionado? ¿A lo mejor algo que tú o alguien que conozcas ha experimentado?

 Lo que necesitamos saber de la persona dañina

  1. El miedo errado hacia otros tiende a convertir todas sus acciones sobre nosotros. Sin embargo, el problema de la persona dañina no eres tú –¿Cuál es? ¿El orgullo, el miedo, el enojo, la inseguridad, el deseo de control, el mal?
  2. Posiblemente esté siendo controlada por el miedo al hombre. Esto es válido para todos los tipos de miedo al hombre. ¿Te has detenido a considerar que lo que esté impulsando a esa persona que temes, también puede ser el miedo al hombre?
  3. Probablemente él o ella vea su pecado como algo pequeño. Este punto realmente me ayuda al lidiar con la persona dañina [ve cómo trata a las demás personas, no sólo a ti]
  4. Necesita el evangelio, no nuestro miedo. ¿Alguna vez has considerado esto? Tu respuesta conducida por el miedo a la persona que comete el daño puede estar oscureciendo su necesidad del evangelio… ¿Cómo podría verse esto?
  5. La persona abusiva tal vez nunca ha tenido a alguien que le hable verdaderamente sobre las consecuencias de sus acciones o palabras. Quizá ha aprendido que la única manera de guardar y proteger lo que él o ella quiere es produciendo miedo en otros.
  6. Se requiere de gran humildad, coraje y paciencia confrontar y resistir con la verdad a una persona nociva. Vivir en miedo o incluso despreciarlo puede sentirse más fácil e irónicamente en algunos casos puede sentirse más seguro que la incertidumbre de hablar sinceramente con ella y llamarla a rendir cuentas.
  7. Todos somos más parecidos a la persona dañina que a Cristo.
    1. Esto no es para minimizar nuestra posición en Cristo como cristianos, su compasión con nuestras debilidades y aflicciones.
    2. ¡PERO tu pecado lastimó a Cristo! Incluso si no te imaginas a ti mismo como uno de los soldados romanos que lo atravesaron, ¡tu pecado exigió que eso ocurriera!
    3. Esto es una pieza importante. No estoy tratando de minimizar de ningún modo el pecado de aquellos que intentaron dañar a otros en palabra o acción. No obstante, cuando somos la victima del pecado de otro puede existir la tentación de ver a esa persona como más merecedora del juicio o menos merecedora de la misericordia del Señor.
  8. ¿Qué pasa si soy yo el quiere ser temido de esta manera?
  9. Arrepiéntete—ya se trate de abuso verbal o físico.
  10. Considera el impacto de tu pecado… puede que estés actuando por posibles desaires, orgullo, inseguridad, etc. Pero tu pecado tiene un impacto.
  11. Cuando buscas lastimar a otros, sea intencionalmente o no, no sólo estás pecando, estás tentando a la otra persona a temerte de una manera errada. En cierto sentido, estás tentado a esa persona a cambiar su teología, con tus acciones estás demandando que ella sienta temor de ti en lugar de Dios… Esta es la verdadera perversión al dañar a los demás.

Ejemplos de la Escritura

Abraham (Génesis 12) temió específicamente el daño o la muerte en manos del faraón, así que decidió mentir acerca de que Sara era su esposa. Temió al hombre; no era que él había sido abusado o herido de alguna forma. Temió al futuro, al daño potencial y escogió mentir y evitarlo.

Los israelitas temieron el informe de los espías que habían regresado de explorar Canaán en Números 13:26-33. Vemos a diez de los doce espías que fueron enviados a la Tierra Prometida regresar y demostrar el temor al hombre al daño físico de otros, conduciéndolos a elegir no confiar en el Señor.

Pedro es un ejemplo tanto negativo como positivo. Él es un hombre a quien podemos mirar y estar seguros de que hay gracia y perdón para los que temen. Vemos a Pedro negar a Cristo en su juicio porque temía lo que podría sucederle si otros descubrían que él era un seguidor de Cristo. Observa también la vergüenza y el arrepentimiento inmediatos que acompañaron su miedo al hombre antes que a Dios. Sin embargo, vemos que este mismo hombre luego les diría a los cristianos que no temieran el daño físico. En 1 Pedro 3:13-15 él dice, «¿Y quién es aquel que os podrá hacer daño, si vosotros seguís el bien? Mas también si alguna cosa padecéis por causa de la justicia, bienaventurados sois. Por tanto, no os amedrentéis por temor de ellos, ni os conturbéis, sino santificad a Dios el Señor en vuestros corazones».

Aquí hay otros ejemplos positivos:

Josué fue uno de solo dos de los doce espías que buscaron persuadir a los israelitas de no ceder ante el miedo al daño físico. Vemos que el Señor bendice esta confianza y este coraje de enfrentar ese miedo al más adelante animar a Josué a ser fuerte y valiente.

Ester (Ester 5:1-8) sabía que su propuesta al rey Asuero respecto de Amán y Mardoqueo podía resultar en su muerte inmediata. Asuero, como gobernante soberano, habría estado acostumbrado a ordenar la ejecución de aquellos que él decidía deberían morir—sin apelaciones, sin recursos de otra rama del gobierno. Y con todo, ella mostró gran temor al Señor y se convirtió en un agente de bendición para su pueblo.

Daniel y sus amigos, como se registra en el libro de Daniel, escogieron temer al Señor por encima de la posibilidad del daño físico causado por la gente. Y esta no era una posibilidad de miedo hipotética. Era real. Hornos de fuego y felinos feroces.

David tuvo muchas oportunidades de rendirse al miedo del hombre en relación al daño físico, pero con frecuencia los vemos responder con un profundo temor al Señor como el que describe en el Salmo 27, «Jehová es mi luz y mi salvación; ¿de quién temeré? Jehová es la fortaleza de mi vida; ¿de quién he de atemorizarme?».

Pablo fue un hombre que causó daño físico a los cristianos. Fue un hombre que experimentó gran daño físico por el evangelio, se anticipó a enfrentar un futuro daño físico, oró por confianza y no por miedo, y se enfrentó a futuros perjuicios y a la muerte. En 2 Corintios 11:23-12:10, Pablo subraya muchas de las cosas que había padecido físicamente en manos de otros y concluye esta discusión diciendo, «Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte».

Vemos varias cosas en Hebreos 11. Vemos a varios quienes previamente habían luchado con el miedo al daño físico ahora ser elogiados por su gran fe: Abraham, Moisés, Gedeón, Barac y Sansón. También vemos (versículos 35-40) descripciones gráficas de aquellos que no se rindieron ante el miedo al daño físico, sino que enfrentaron sufrimiento y muerte increíbles por el bien del evangelio: El escritor de Hebreos dice, «de los cuales el mundo no era digno».

Y luego está Jesús. En Lucas 9:22 él dice, «Es necesario que el Hijo del Hombre padezca muchas cosas, y sea desechado por los ancianos, por los principales sacerdotes y por los escribas, y que sea muerto, y resucite al tercer día». Él continúa eso diciendo que todo el que quiera seguirle debe estar dispuesto a seguirle de esta manera. Después en el huerto [Lucas 22:42] dice, «Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya». Él no deseaba enfrentar la copa de la ira de Dios, la separación de su Padre y el dolor y sufrimiento que ese momento implicaría. Sin embargo, él enfrentó esas cosas, sufrió, murió y ahora es capaz de entender nuestras tentaciones de miedo. Según Hebreos 4:15-16 vemos que, «Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro». Esta verdad nos da la fortaleza para empezar a comprender cómo podemos caminar en confianza y obediencia en medio del miedo al daño físico de otras personas. Seguimos a uno que conoce esta lucha.

Respuesta

El miedo al daño de otros es una verdadera tentación y podemos responder a este miedo de diferentes maneras.

Nuestra cultura nos ha convencido de que necesitamos ver esta lucha desde una perspectiva de víctima o desde una perspectiva estoica. Tal perspectiva ve todos los miedos y las batallas como el resultado de las acciones y de los pecados de otras personas. La víctima dice: Tengo derecho a sentirme así por lo que él o ella me hizo. ¿Cómo podría no temer que los hombres me traten de ese modo después de lo que vivido? ¿Cómo podría volver a confiar después de lo que me hizo mi padre? ¿Cómo podría volver a confiar en ese grupo de personas después de lo que me hicieron o de lo que le hicieron a los de mi origen étnico? ¿Cómo no estar paralizado de vivir una vida normal después de lo que ocurrió en mi vecindario?

Otra respuesta típica es minimizar el efecto de este miedo: Un enfoque estoico o de «impasibilidad». Esta perspectiva ve como señal de debilidad admitir que temes a otros de esta manera. Si admito que temo el daño físico que los demás pueden causarme, ¿no me hace esto vulnerable a lo que temo?

Muchos de nosotros hemos sido afectados y quizá todavía lo seguimos siendo por un enfoque secular para lidiar con este tipo de miedo. Entonces, ¿cómo comenzamos a cambiar? ¿De qué manera el evangelio empieza a tratar este miedo al daño?

Empezamos reconociendo que el peor daño ya ha sido experimentado: La muerte expiatoria de Cristo por pecados que él no cometió, de hecho, pecados que fueron cometidos por seres a quienes él creó y que pecaron contra él. Con todo, al dar su vida, él no temió el inminente daño físico de sus criaturas, sino que confió y temió a su Padre. Aquellos de nosotros que hemos experimentado el daño físico de otros podemos comprender con más claridad cómo Cristo sufrió de esta manera en particular.

Cuando nos arrepentimos de nuestros pecados y confiamos en Cristo, nos damos cuenta de que nuestros pecados necesitaban su muerte. En ese sentido, cada uno de nosotros ha sido responsable de lastimar físicamente a otro de la manera más profunda. Somos perdonados como resultado de lo que Cristo ha hecho por nosotros. Este perdón nos indica el camino para perdonar a otros en lugar de temerles.

Reconocemos que al seguir a Cristo enfrentaremos sufrimiento; esto es parte de lo que significa ser un cristiano. Enfrentaremos daño físico, rechazo y vergüenza si seguimos el camino de la cruz. El propósito de este curso, el propósito del evangelio no es darnos una forma de escapar de estas cosas, al contrario, el objetivo es hacernos temer y confiar en el Señor más de lo que tememos al hombre.

El evangelio también nos convierte en miembros de una nueva familia. Su iglesia. Un lugar donde los que han sido heridos, los que han ocasionado daño, los que han temido, los que han sido temidos, pueden todos conocer la reconciliación y la comunión por medio del perdón y la misericordia que se encuentran en Aquel que se entregó por nosotros.

Por tanto, pasemos algunos minutos meditando en algunas de las maneras en que tememos que otros nos lastimen, y pensemos todos juntos sobre lo que significaría para el evangelio penetrar ese miedo. Pensemos más allá de simplemente cómo el evangelio nos ayuda a «sobrellevar» nuestros miedos, y reflexionemos en cómo nuestra vivencia y el miedo al daño físico en realidad pueden servir para resaltar y hacer avanzar el evangelio. Pensemos en esto usando algunas de las categorías que ya hemos analizado: Las categorías del abuso físico, insultos verbales y finalmente el racismo.

Abuso físico:

-El Señor finalmente protegerá a sus hijos

-Cualquier abuso físico que encontremos en esta vida es parte del buen y soberano plan de Dios para nuestras vidas: No se trata de uno inusual y sin propósito. Esto también impedirá que comparemos equivocadamente nuestros miedos o experiencias con los de los demás.

-Podemos perdonar y amar a los que nos han lastimado porque Cristo ya ha hecho esto por cada uno de nosotros.

Insultos verbales:

-Cristo soportó tanto el daño físico como los crueles insultos de otras personas.

-Si el daño físico real puede generar una sensación de victimización, este tipo de ataque tiende a inclinarse a una respuesta estoica.

-Respondemos como Cristo que no respondió contraatacando.

-Amamos y servimos a los demás, independientemente de cómo tememos que ellos puedan aprovecharse de nuestro amor.

Racismo:

-Con el cuerpo de Cristo, tenemos la oportunidad de demostrar que nuestro miedo a los que son visiblemente diferentes de nosotros ha sido removido.

La próxima semana podremos discutir muchas de las cosas que hemos conversado en un panel de discusión.

Oremos para culminar nuestro tiempo.

Padre que estás en los cielos, gracias por este tiempo. Gracias por enviar a tu hijo, Jesús, para vivir una vida sin pecado, para experimentar todo tipo de dolores y para morir la muerte que ninguno de nosotros podía padecer. Una muerte que satisfizo tu ira. Ayúdanos a temerte y a amarte porque sabemos que tu amor echa fuera el temor. Oramos en el nombre de Jesús. Amén.