Conversión

La conversión y la historia de Israel

Por Thomas Schreiner

Thomas R. Schreiner es Profesor James Buchanan Harrison de Interpretación del Nuevo Testamento en el Southern Baptist Theological Seminary en Louisville, Kentucky y es pastor de predicación en Clifton Baptist Church.
Artículo
19.10.2014

Hoy en día, prácticamente todo el mundo enfatiza que lo que tenemos en la Biblia es una historia, y con razón. Con frecuencia se ha caracterizado como la historia de la creación, la caída, la redención, y la consumación. Va de la creación a la nueva creación.

¿Dónde encaja la conversión en la historia? Pertenece al capítulo relacionado con la redención.

Ciertamente, la conversión no es el tema central de la historia; lo que es céntrico es el propósito para el cual las personas son convertidas, el cual es también el propósito para el cual fuero creadas. Como dice la Confesión de Fe de Westminster, fuimos creados para “glorificar a Dios y gozar de él para siempre”. Viene un mundo nuevo, y reinaremos en él con Cristo para siempre, y allí veremos su rostro (Ap. 22:4).

Al mismo tiempo, la conversión es un aspecto fundamental de la historia, ya que no formaremos parte de la nueva creación de Dios sin ella. Y está totalmente claro por el hilo de la historia de la Biblia que alabaremos a Dios para siempre en la ciudad celestial por habernos redimido, por rescatarnos del dominio de las tinieblas y por incluirnos en el Reino de su amado Hijo. Nunca olvidaremos la obra decisiva y salvadora de Dios en nuestras vidas a través de la cruz y la resurrección de Cristo. Siempre será central en nuestras alabanzas.

Debido a que la historia de Israel ocupa la mayor parte del hilo del argumento de la Biblia, me gustaría ofrecer un breve bosquejo que demuestra por qué la conversión es fundamental en la historia.

LA CONVERSIÓN Y LA HISTORIA DE ISRAEL

La historia de Israel realmente empieza con Adán. Adán y Eva fueron creados para glorificar a Dios gobernando el mundo para Dios (Gn. 1:26-28). Debían ser los vice-regentes en el mundo que él había creado. Debían ejercer su gobierno bajo el señorío de Dios confiando en y obedeciendo sus directrices. Pero se rebelaron contra el señorío de Dios, adorándose a sí mismos como criaturas en vez de dar la alabanza y las gracias al Creador. Como resultado de su desobediencia, murieron (Gn. 2:17). Fueron separados de Dios desde el momento de su pecado y se les aseguró la muerte eterna a menos que se arrepintieran.

Como consecuencia de su pecado, la necesidad fundamental de Adán y Eva era la de convertirse. Difícilmente podían gobernar el mundo para Dios y extender su bendición sobre la tierra cuando ellos mismos no estaban en una relación correcta con él.

Dios prometió, sin embargo, que la simiente de la mujer triunfaría sobre la serpiente y sobre la simiente de la serpiente (Gn. 3:15). La historia temprana de la humanidad demuestra la impiedad extrema de los seres humanos. Todos los seres humanos vienen al mundo como los hijos e hijas de Adán (Ro. 5:12-19) y como simiente de la serpiente (Mt. 13:37-38; Jn. 8:44; 1 Jn. 5:19). Solo aquellos que experimentan la gracia salvadora de Dios serían liberados del dominio de Satanás. Caín, por ejemplo, mostró de qué lado estaba cuando mató al justo Abel (Gn. 4:1-16).

¿ Cómo de fuertes eran las fuerzas del mal? ¡En la época de Noé solo había ocho personas justas en el mundo! Los seres humanos eran radicalmente impíos, y Génesis 6:5 testifica de la omnipresencia del pecado. La simiente de la serpiente mantuvo su dominio sobre la tierra, pero Dios mostró su santidad y señorío destruyendo a los pecadores por medio de un diluvio. De modo que hay un nuevo comienzo, pero difícilmente es una mejora ya que los corazones de los hombres no habían sido cambiados (Gn. 8:21). El estado de las cosas en la Torre de Babel (Gn. 11:1-9) muestra que la nueva creación no estaba a la vuelta de la esquina. El mundo no estaba siendo gobernado por hombres que amaban al Señor. La nueva creación no podía llegar sin un nuevo corazón.

La dispersión y juicio de los seres humanos en Babel fueron contrarrestados por el llamamiento de Abraham (Gn. 12:1-3). Una vez más había un hombre en el mundo impío. Pero este hombre fue llamado por Dios y le fue prometida una bendición. Canaán sería, digamos, el nuevo Edén, y Abraham era en algunos aspectos un nuevo Adán. Los hijos de Abraham serían los hijos de Dios, y la bendición dada a Abraham finalmente se extendería al mundo entero. Los seres humanos gobernarían el mundo bajo el señorío de Dios, tal y como Adán y Eva fueron llamados a hacerlo.

Lo que es sorprendente es cuánto tiempo tarda la historia en desarrollarse. ¡Las promesas no se cumplieron durante casi dos mil años! El libro de Génesis se enfoca en la concesión de los hijos prometidos a Abraham, Isaac, y Jacob. Estos hombres no heredaron la tierra de Canaán, y ciertamente no vieron la bendición extendida al mundo entero.

La historia avanza desde Éxodo hasta Deuteronomio, relatando la liberación de Israel de su esclavitud egipcia (Éx. 1-15). Dios estaba ahora cumpliendo su promesa de muchos hijos (la población de Israel se disparó). El Señor les liberó de Egipto y les trajo a una especie de nuevo Edén, la tierra de Canaán. En esta tierra, Dios daría expresión a su gobierno soberano sobre su pueblo, y se supondría que las naciones verían la justicia, paz y prosperidad de un pueblo que vivía bajo el señorío de Dios. Pero la generación que dejó Egipto nunca llegó a la tierra prometida (Nm. 14:20-38). Se negaron a confiar en la promesa de Dios, aun después de ver la gran liberación de Egipto y todas las señales y maravillas de Dios. La mayoría de las personas del pueblo de Israel que fueron rescatadas de Egipto fueron obstinadas y rebeldes, y no conocieron realmente al Señor (1 Co. 10:1-12; He. 3:7-4:11). Sus corazones necesitaban ser circuncidados —convertidos— para que amasen al Señor y le temiesen (Dt. 30:6), aferrándose a él como su Dios, y caminando en todos sus caminos.

Los hijos que llegaron tras la generación del desierto tuvieron éxito donde la generación anterior fracasó. Josué e Israel confiaron en el Señor y le obedecieron, heredando la tierra de Canaán prometida a Abraham (Jos. 21:45; 23:14). Ahora Israel estaba bien situado para vivir en su nuevo Edén y para mostrar la belleza y gloria de lo que era vivir bajo el señorío de Jehová. Pero todavía existía un gusano en el corazón de la manzana. La obediencia de Israel al Señor duró poco. Según el libro de Jueces, Israel no llegó a ser una bendición para las naciones, más bien las imitó. Recayeron siguiendo los caminos paganos. El Señor siguió liberando al pueblo cuando se arrepentían, y no obstante sus corazones no habían cambiado para nada, pues continuaban volviendo a su pecado.

¿Qué debía hacer Israel? Casi mil años habían pasado desde la promesa hecha a Abraham. Israel tenía una amplia población y vivía en la tierra, pero las promesas de la bendición mundial ni siquiera estaban próximas a su cumplimiento. Israel deseaba un rey, convencido de que él les liberaría de sus enemigos tal y como los reyes de las otras naciones hacían (1 Sam.8:5). Cuando Saúl fue designado como rey, él era, como Abraham, un nuevo Adán en algunos sentidos, designado por Dios para gobernar Israel para la gloria de Dios. Pero Saúl, como Adán, se rebeló contra el Señor, y por esta razón fue quitado como rey (1 S. 13:13; 15:22-23). El gobierno del Señor sobre Israel no fue cumplido en el reino de Saúl. Entonces Dios ungió a David como rey y, a diferencia de Saúl, él era un hombre conforme al corazón de Dios, gobernando la nación para la gloria de Dios (1 S. 13:14). Aun así, el adulterio de David con Betsabé y el asesinato de Urías demostró que él no sería el agente por el cual las bendiciones de Dios alcanzarían al mundo entero (2 S. 11).

Cuando Salomón llegó al trono, parecía que el paraíso de la nueva creación estaba a la vuelta de la esquina (1 R. 2:13-46). La paz caracterizaba su reino, y construyó un magnífico templo para el Señor (2 R. 3-10). Al principio, Salomón reinó al pueblo sabiamente y con temor a Dios, pero se apartó del Señor y se volvió a la idolatría (1 R. 11). Como resultado, la nación se dividió en dos reinos: Israel en el norte y Judá en el sur (1 R. 12). Lo que comenzó fue una gran caída en el pecado, que concluyó con el exilio de Israel por los asirios en el 722 a.C. y con el exilio de Judá por los babilonios en el 586 a.C. (2 R. 17:6-23; 24:10-25:26). Habían pasado casi 1500 años desde el llamamiento de Abraham. Las promesas de la tierra, la simiente, y la bendición dadas a Abraham ni siquiera estaban próximas a cumplirse. Israel ya no estaba en la tierra sino en el exilio. En vez de bendecir al mundo entero, Israel había llegado a ser como el mundo.

¿Por qué estaba Israel en el exilio? ¿Cuál era el problema? Los profetas enseñan repetidamente que Israel estaba en el exilio por causa de su pecado (Is. 42:24-25; 50:1; 58:1; 59:2, 12; 64:5). En la profecía de Isaías, el Señor promete un nuevo éxodo y una nueva creación. Pero el nuevo éxodo y la nueva creación solo vendrían a través del perdón de pecados (Is. 43:25; 44:22); y este perdón llegaría a ser una realidad a través de la muerte del Siervo del Señor (Is. 52:13-53:12).

Jeremías enseña las mismas verdades. Lo que Israel necesitaba era un corazón circuncidado (Jer. 4:4; 9:25). En otras palabras, necesitaban ser regenerados y convertidos. Jeremías profetiza que un nuevo pacto está por venir en el cual el Señor escribirá su ley en los corazones de su pueblo, capacitándoles para obedecerle (Jer. 31:31-34). De forma semejante, el libro de Ezequiel anhela el día cuando el Señor limpiaría a su pueblo de su pecado, quitando sus corazones de piedra y dándoles un corazón de carne (Ez. 36:25-27). Sus corazones cambiados serían el resultado de la obra del Espíritu Santo y, como consecuencia, Israel andaría en los caminos de Dios y guardaría sus mandamientos.

Israel volvió del exilio en el año 536 a.C., pero las grandes promesas encontradas por los profetas no se cumplieron en su plenitud. Israel sufrió en los días de Hageo, Zacarías, Esdrás, Nehemías y Malaquías. La obra prometida del Espíritu todavía no había tenido lugar. Estaba esperando un rey. Estaban esperando la llegada de la nueva creación.

NINGUNA BENDICIÓN PARA ISRAEL O PARA EL MUNDO SIN LA CONVERSIÓN

La historia de Israel revela que la nueva creación y el nuevo éxodo no serían disfrutados sin el perdón de pecados y un corazón circunciso. Las promesas dadas a Abraham no se cumplieron debido al pecado y la rebelión de Israel. La historia de la nación está marcada por una desobediencia repetida y una negación de hacer la voluntad del Señor. Israel necesitaba desesperadamente que sus pecados fuesen perdonados, e Isaías enseña que tal perdón tendría su cumplimiento a través del Siervo sufriente de Isaías 53. Pero Israel también necesitaba la obra sobrenatural del Espíritu Santo para que fuesen salvos; necesitaban ser convertidos. La conversión es fundamental para la historia de Israel, ya que nunca recibirían las bendiciones prometidas a Israel y al mundo sin la conversión.

Thomas R. Shreiner es Profesor James Buchanan Harrison de Interpretación del Nuevo Testamento en el Southern Baptist Theological Seminary en Louisville, Kentucky, y pastor de predicación en Clifton Baptist Church.

Traducido por Ángel Álvarez