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Cómo T4G me dio una visión de iglesias gigantescas en un solo lugar y en una sola reunión

Por Jonathan Leeman

Jonathan (@JonathanLeeman) edita la serie de libros 9Marks, así como el 9Marks Journal. También es autor de varios libros sobre la iglesia. Desde su llamado al ministerio, Jonathan ha obtenido un máster en divinidad por el Southern Seminary y un doctorado en eclesiología por la Universidad de Gales. Vive con su esposa y sus cuatro hijas en Cheverly, Maryland, donde es anciano de la Iglesia Bautista de Cheverly.
Artículo
26.10.2014

El lugar era enorme. A mi alrededor habían casi 8.000 cristianos. La gran mayoría de ellos, claro está, me eran desconocidos. Sin embargo, mientras estaba sentado en el “Kentucky Yum! Center” durante la conferencia “Juntos por el Evangelio” (Together for the Gospel) de 2012, y cantaba a todo pulmón canciones tales como “Solo en Jesús” (In Christ Alone), tuve una visión del gozo potente que se podría experimentar en una iglesia gigantesca con un solo servicio, en un solo lugar.

No me malinterpreten. Los cristianos necesitan una comunión íntima, y yo soy un gran defensor de que los ancianos “cuiden de todo el rebaño”, hasta el último miembro.

No obstante, el estar sentado en un mismo lugar junto a casi 8.000 personas, cantando la misma canción al mismo Señor y al mismo tiempo, fue una experiencia singularmente alentadora. Orar juntos. Juntos escuchar y sentir el impacto de las palabras de vida. Y una vez más responder juntos a través de canciones de confesión y alabanza…

Lo que digo no va dirigido principalmente a personas en iglesias pequeñas, sino a personas en iglesias grandes que se dividen en múltiples servicios o en múltiples sitios. ¿Sabéis lo que os podéis estar perdiendo?

Dejadme que me ponga existencial por un momento. Imaginaos todas esas palabras que han sido predicadas acerca de Cristo, moviéndose a través del aire. Luego imaginaos al viento del Espíritu llevando esas palabras a nuestras mentes y nuestros pechos, apoderándose de nuestros procesos racionales con una lógica innegable y de nuestros afectos con un poder estimulante, reajustando así la dirección de nuestros deseos. Y luego escuchad cómo cantamos esas mismas palabras a una voz y con gusto. Escuchad cómo las melodías de nuestro corazón hacen eco en las paredes, y cómo sus vibraciones regresan y ejercen presión sobre nuestros cuerpos. Mirad, entonces, cómo las cabezas de 8.000 personas se inclinan y cómo se cierran sus ojos. Echad un vistazo a su alrededor, si es necesario.

En medio de todas estas palabras y movimientos, ¿me vais a decir que la unidad del momento no es físicamente palpable?

En general prefiero no utilizar un lenguaje místico. Pero mientras confesaba mi pecado y alababa a Dios junto a esta multitud masiva de creyentes de mentalidad similar, curiosamente me sentí unido a ellos en una manera mística. Yo estaba con ellos, y ellos estaban conmigo. Estábamos juntos porque todos queríamos lo mismo: ver la gloria y la fama de Cristo propagarse, y juntos deleitarnos en él. Todos queríamos que nuestras vidas, nuestras familias y nuestros trabajos se tratasen de él. De alguna manera, estos 8.000 rostros anónimos no parecían ser desconocidos, no enemigos, sino amigos. No sentí ningún deseo de competir con ellos ni de demostrar mis capacidades ante ellos, sino de acogerlos y ser acogido por ellos.

Sinceramente, fue como si nos hubiésemos sentado juntos a la mesa, en familia.

Amigos, ¿de verdad queréis que la mitad de la familia se levante de la mesa y que se vaya a otro edificio o vuelva en dos horas? ¿No creéis que eso cambiará las cosas?

Normalmente tengo este tipo de experiencia los domingos por la mañana junto a mi propia iglesia local, que es mucho más pequeña. Ciertamente es más profunda, más compleja y más dulce en esas instancias. Pero lo que me llamó la atención acerca de la experiencia en Juntos por el Evangelio fue que, a pesar de estar rodeado de casi 8.000 personas a las que no conocía personalmente, tuve esta extraña percepción de unidad; una unidad llena del Espíritu Santo y dirigida por la Palabra.

Por primera vez me imaginé concretamente cómo debe haber sido la iglesia en Jerusalén, con sus 5.000 hombres (y quizás cuántas mujeres y cuántos niños). En primer lugar, disfrutaban del poder de la multitud al reunirse todos (Hch. 2:46a; 5:12; 6:2). Luego se separaban para tener comunión y se reunían en casas (2:46b). Había poder y unidad al estar juntos, seguidas por una comunión más íntima al estar separados… No es una mala fórmula. Agrega algunos ancianos a esas reuniones en casas y ya tienes el cuidado pastoral también.

Volvamos a vosotros, pastores con múltiples servicios y sitios. No es bueno decir, como hacen algunos: “Una vez que la iglesia llega a tener más de 1.000 miembros, también existe la opción de dividirse en dos servicios o en dos sitios. ¿Cuál es la diferencia?” La diferencia es que las personas viven en cuerpos. Y cuerpos juntos es diferente a cuerpos separados. Pregúntale a tu cónyuge o a tus hijos. ¿Qué tan bien se puede construir un matrimonio o criar a tus hijos a través de Skype?

Tal vez la lección aquí sea que, después de todo, si tu predicación trae a muchas personas, tal vez construir un edificio grande no sea tan mala idea.