Clases esenciales: Teología Sistemática

Teología Sistemática – Clase 9: Doctrina del pecado

Por CHBC

Capitol Hill Baptist Church (CHBC) es una iglesia bautista en Washington, D.C., Estados Unidos
Artículo
31.08.2018

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Clase esencial
Teología Sistemática
Clase 9: Doctrina del pecado


  1. Introducción: La realidad del pecado

Hay algo terriblemente mal en el mundo. Lee CNN y verás lo siguiente: «ISIS asesina a decenas en Afganistán». «Se reportan varios muertos y heridos en un ataque en Múnich». «Hombre tumbado con las manos arriba fue tiroteado por cuerpos policiales por accidente». «No hay suficiente protección para las víctimas de violación en India». «Policías asesinados en Dallas y Baton Rouge. Terrorismo en Niza, Francia. Violencia en Turquía».

¿Qué sucede con nuestro mundo? ¿Ves las noticias, lees los periódicos, hablas con tus compañeros de clase o compañeros de trabajo? ¿Qué dicen? Algunos dicen que el problema es económico. No habría tantos disturbios y alzamientos violentos si hubiera economías vibrantes y en crecimiento. Algunos dicen que el problema es más judicial. Los tribunales son corruptos o incapaces de manejar casos. Algunos dicen que el problema es político. El Congreso se queja mientras la gente sufre. Algunos dicen que el problema es la familia. Demasiados padres solteros, no hay modelos de roles estables en los hogares. Algunos dicen que el problema es la educación. Las personas son básicamente buenas, pero son una lista en blanco y necesitan recibir conocimiento e iluminación moral o seguirán patrones negativos.

Puede haber una pizca de verdad en muchas de estas explicaciones, pero todas estas evaluaciones comparten un tema común: los mayores problemas que enfrentamos son estructurales. Nuestros problemas más apremiantes son externos. Como un automóvil que no está alineado, o un hueso que se ha roto, nuestro mundo simplemente necesita algunos ajustes, algunas reparaciones estructurales, y quedaremos como nuevos.

Y aquí es donde la Biblia se acerca al micrófono y silencia la cacofonía de las voces culturales. Nuestro problema más urgente no es estructural, sino moral. No está ahí, sino aquí. Nuestro problema más imperioso es el pecado, lo que significa no cumplir con los estándares de Dios y rebelarse contra sus leyes. El pecado es lo que nos ha dañado a todos, y eso a su vez es lo que ha arruinado las estructuras de la sociedad.

  1. El problema del pecado: Hay un estándar

Pero eso crea otro problema, ¿cierto? Quiero decir, ¿el pecado? ¿En serio? El pecado es tan pasivo. Tan Scarlet Letter. Tan represivo y negativo. Vivimos en una cultura donde el pecado ya no tiene sentido. El pecado se ha desvanecido de nuestra imaginación moral, porque Dios se ha desvanecido. Pero si malinterpretas la enfermedad, nunca llegarás a una cura.

Y este es el problema del pecado. El pecado sugiere un estándar. Podemos calificar a ISIS de malvados por sus brutales decapitaciones. Podemos llamar malvado al pornógrafo infantil por la forma en que ataca y explota a los niños. Esto es lo conveniente acerca del mal: expresa repulsión moral sin ponerlo en contra de ningún estándar. La diferencia entre llamar a algo malo y pecaminoso es esta: mientras que ambos se usan para describir lo que es horrible y atroz, solo el pecado comprende lo que es malo en relación con Dios.

Nuestro mundo vive con esta incómoda contradicción. Somos agentes morales y, sin embargo, buscamos vivir con estándares morales muy definidos y altamente subjetivos. Nuestra cultura define algo como incorrecto principalmente si lastima a alguien más, lo que hace que el estándar para la moralidad sea el daño causado por la afirmación de otra persona. El occidente secular, en su búsqueda de la libertad del ojo de Dios, ha cambiado un estándar divino perfecto por los estándares cambiantes de lo que hace que cualquier persona se sienta herida, lo que, irónicamente, no conduce a la libertad, sino a la anarquía.

En contraste, el cristianismo enseña que el pecado es la única forma de dar sentido a este mundo arruinado en el que vivimos. Y afirmar la existencia del pecado es decir que Dios tiene un estándar.

  1. El pecado en la historia bíblica

Y vemos la naturaleza evidente de este estándar porque el pecado es un aspecto central de la gran historia bíblica. ¿Cómo pasamos de todo siendo bueno en Génesis 1-2, a la expulsión de la tierra prometida en Génesis 3, al asesinato en Génesis 4, al estribillo en Génesis 5 «y fueron todos los días», a la inundación en Génesis 6-9, a la torre de Babel en Génesis 11? El pecado de Génesis 3 es la respuesta.

De hecho, el pecado es una preocupación tan dominante en el Antiguo Testamento, hay varias palabras usadas en hebreo para tratar de capturar lo que significa.

La palabra más común para el pecado en hebreo [חטא ht ‘] aparece unas 600 veces. Implica la sensación de perder, fallar y no alcanzar el objetivo.

El segundo término más común para el pecado [עָוֺן ‘awôn], traducido como «iniquidad» en traducciones antiguas y «maldad» o «perversión» en traducciones más modernas, su significado etimológico es «quebrar» o «retorcer». Aquí, la imagen es una de distorsión. El pecado es una perversión.

Un tercer término para el pecado [פשׁע psh ‘] suele traducirse como «transgresión», «sublevasión» o «rebelión». «Crimen» puede ser el mejor equivalente aquí. El pecado es un comportamiento criminal en contra de la ley de Dios.

Podría seguir: la Biblia también habla del pecado como injusticia, impiedad, una deuda que debe pagarse. Y el pecado es lo que nos hace no aptos para la presencia de Dios. Isaías 59:2: «Pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para no oír».  Pecado, en resumen, es elevar el yo al lugar que solo Dios debería tener. La base de todo esto yace en la primera tentación: «seréis como Dios» (Génesis 3:5).

Y la solución al problema del pecado es Jesucristo. Cuando Juan el Bautista vio por primera vez a Jesús, proclamó: «He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (Juan 1:29). Esa fue la razón por la que fue llamado «Jesús», Mateo 1:21: «Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados». Esa es la solución, pero para apreciar la salvación que Cristo vino a traer, tenemos que volver al principio: volvamos a:

  1. La Caída: La esencia del pecado

Ve conmigo a Génesis 3. Dios ha creado el mundo y todo lo que hay en él. Y era «bueno». Hizo que el hombre y la mujer expresaran dominio sobre todo lo que había hecho, para gobernar la tierra y someterla.

Llegamos a Génesis 3:1-7: «Pero la serpiente era astuta, más que todos los animales del campo que Jehová Dios había hecho; la cual dijo a la mujer: ¿Conque Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto? Y la mujer respondió a la serpiente: Del fruto de los árboles del huerto podemos comer,  pero del fruto del árbol que está en medio del huerto dijo Dios: No comeréis de él, ni le tocaréis, para que no muráis. Entonces la serpiente dijo a la mujer: No moriréis;  sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal. Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto, y comió; y dio también a su marido, el cual comió así como ella. Entonces fueron abiertos los ojos de ambos, y conocieron que estaban desnudos; entonces cosieron hojas de higuera, y se hicieron delantales».

Este capítulo describe cómo el pecado entró trágicamente en la condición humana. Da una explicación a la universalidad de nuestra condición pecaminosa. Y nos prepara para cómo el Dios de la creación se mostrará a sí mismo como el Dios de la redención. Este primer pecado, comer el fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal, nos enseña tres cosas acerca todo pecado en general.

  1. Primero, observa cómo su pecado buscó redefinir la base del conocimiento: dio una respuesta diferente a la pregunta: «¿Qué es la verdad. Mientras que Dios había dicho que Adán y Eva morirían si comían del árbol (Gn. 2:17), la serpiente dijo: «no moriréis» (Génesis 3:4). Eva decidió no creer lo que Dios había dicho y realizar un experimento para ver si Dios hablaba con sinceridad. Parte de cómo funciona el pecado es convencernos de que la Palabra de Dios no es digna de confianza. El pecado dice: «no puedes seguir la Palabra de Dios; te llevará por el mal camino». El pecado comienza con creer una mentira y no creer en Dios.
  2. Su pecado buscó redefinir la base de los estándares morales: dio una respuesta diferente a la pregunta: «¿Qué es lo correcto. Dios había dicho que era moralmente correcto que Adán y Eva no comieran del fruto de ese árbol (Gn. 2:17). Pero la serpiente sugirió que sería correcto comer del fruto, y que al comerlo, Adán y Eva serían «como Dios» (Gn. 3:5). Eva confió en su propia evaluación de lo que era correcto en lugar de permitir que las palabras de Dios definieran lo correcto y lo incorrecto. Cuídate de una moralidad autoimpuesta.
  3. Su pecado buscó redefinir la base de la identidad: dio una respuesta diferente a la pregunta: «¿Quién soy yo?». La respuesta correcta era que Adán y Eva eran criaturas de Dios, dependientes de él y siempre subordinados a él como su Creador y Señor. Pero Eva, y luego Adán, sucumbieron ante la tentación de «ser como Dios» (Gn. 3:5), tratando así de ocupar el lugar de Dios. 

Vemos aquí el orgullo que yace en el corazón del pecado. El pecado es abandonar a Dios para encontrar en ti mismo lo que debías encontrar en Dios.

Entonces Génesis 3 enseña que Dios creó a la humanidad buena y sin defectos. Pero Adán y Eva eligieron desobedecer. Como consecuencia de su pecado, Dios maldice a la humanidad y la creación con la sentencia de muerte. El sufrimiento, la enfermedad, los dolores, los desastres naturales, no existían antes de este momento, pero son el resultado de la Caída.

  1. El origen del pecado

Sin embargo, esto hace surgir una pregunta desafiante: ¿cuándo y cómo se originó? Vemos en Génesis 3 el primer pecado humano, pero también vemos a la serpiente tentando malvadamente a Adán y Eva. Seguramente la serpiente estaba pecando al hacer esto.

Primero, debemos insistir en que el pecado no se origina en Dios. El pecado y el mal, en la teología bíblica, son completamente ajenos a Dios: «Muy limpio eres de ojos para ver el mal» (Habacuc 1:13). Él es «luz, y no hay ningunas tinieblas en él» (1 Juan 1:5). «Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie» (Santiago 1:13). Deuteronomio 32:4 declara: «Él es la roca, cuya obra es perfecta, porque todos sus caminos son rectitud; Dios de verdad, y sin ninguna iniquidad en él; Es justo y recto».

En cambio, hay indicios en la Escritura de que antes de este momento en el huerto, había habido una «caída» entre algunos de los ángeles. No se dice mucho acerca de lo que sucedió o por qué sucedió. Lo más cercano que encontraremos puede ser Judas, versículo 6: «Y a los ángeles que no guardaron su dignidad, sino que abandonaron su propia morada, los ha guardado bajo oscuridad, en prisiones eternas, para el juicio del gran día». 2 Pedro 2:4: «Dios no perdonó a los ángeles que pecaron, sino que arrojándolos al infierno los entregó a prisiones de oscuridad, para ser reservados al juicio». Similar a lo que sucedió con Adán y Eva, parece que estos ángeles no estaban satisfechos con su lugar, sino que deseaban una posición más elevada. El orgullo y la vanidad engendraron la rebelión. Ahora bien, entiende: Satanás no es una segunda deidad en guerra contra Dios. El cristianismo no es dualista en ese sentido. Solo hay un Dios. Satanás es una criatura caída, un ángel pecador.

Esto significa que la caída de Satanás, y la caída de Adán y Eva después de ella, que es la caída que la Biblia principalmente se preocupa por explicar, porque es lo que nos ha afectado a todos, ambas ocurrieron de acuerdo con el plan soberano de Dios. Pensemos detenidamente en esto. La Biblia insiste en que Dios es soberano, tan soberano que nada que tenga lugar en el universo puede escapar del límite más externo de su control –Romanos  11:36, de él son todas las cosas–, no obstante, la Biblia insiste en que Dios es el estándar de la bondad. Así, los teólogos han sugerido que Dios está detrás del bien y del mal asimétricamente. Se encuentra detrás del bien de tal manera que el bien finalmente puede serle acreditado; él está detrás del mal de tal manera que lo que es malo se acredita inevitablemente a agentes secundarios. En la historia de Job, Satanás no tiene poder sobre Job sin la aprobación de Dios; sin embargo, Dios nunca es el que hace el mal. Él nunca es el autor del pecado. Gobierna todo lo que sucede, pero nunca ha hecho nada malo.

Debemos decir que esto es un misterio; Si bien sabemos que la existencia del mal y la bondad y soberanía de Dios son verdades compatibles, la Escritura no nos revela cómo son compatibles. Sería presuntuoso afirmar que conocemos estas cosas secretas de Dios. Como acabamos de ver, el primer pecado humano implicó tratar de conocer cosas ocultas, y así ser como Dios. Somos las criaturas, él es el Creador. Se podría decir mucho más acerca de la existencia del mal, pero lo hemos abordado en otras clases.

Entonces, ahí tienes algo de la naturaleza del pecado y los comienzos del pecado. Ahora, ensamblemos todo lo demás que la Biblia dice acerca del pecado, específicamente cómo el pecado nos ha afectado.

  1. Una teología del pecado: Siete declaraciones

A. Culpa heredada: Somos constituidos culpables por el pecado de Adán.

Mira Romanos 5:12: «Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron»… Pablo enseña aquí que cuando Adán pecó, Dios atribuyó la culpa de su pecado a todas las personas que descenderían de él. Aunque todavía no existíamos, Dios, mirando hacia el futuro y sabiendo que existiríamos, nos constituyó como culpables al igual que Adán. Mira los versículos 18-19:

«Así que, como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de vida. Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos» (Romanos 5:18-19).

Lo que Pablo quiere decir es que Adán actuó de manera única como nuestro jefe representativo. Todos los miembros de la raza humana fueron representados por Adán en el momento de la prueba en el huerto de Edén. Como nuestro representante, Adán pecó, y Dios nos consideró culpables «en Adán», ya que Adán representaba a toda la raza humana.

Algunos pensadores han rechazado esta idea de la representación. Pero si crees que es injusto para nosotros ser representados por Adán, entonces también deberías pensar que es injusto que seamos representados por Cristo y que Dios nos impute su justicia. Ese es exactamente el punto de Pablo en Romanos 5:12-21: Dios trata con nosotros ya sea como representados por Adán (y, por tanto, culpables) o representados por Cristo (y así cubiertos por la justicia de Cristo). Otra vez, el versículo 19: «Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos». Esto a menudo se conoce como teología federal, del latín foedus para pacto o tratado; Dios lidia de manera pactal con la humanidad en base a qué figura nos represente, ya sea Adán o Cristo.

B. Corrupción heredada: Tenemos una naturaleza pecaminosa debido al pecado de Adán.

Además de la culpa legal que Dios nos imputa debido al pecado de Adán, también heredamos una naturaleza pecaminosa debido al pecado de Adán. Esto significa que nacemos corrompidos y, por consiguiente, todos nosotros cometemos pecados reales. Confirmamos así la sentencia de culpabilidad que hemos heredado de Adán.

Salmo 51:5: «He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre». David está tan abrumado con las consecuencias de su propio pecado que, al mirar hacia atrás en su vida, se da cuenta de que era pecaminoso desde el principio.

O Salmo 58:3: «Se apartaron los impíos desde la matriz; Se descarriaron hablando mentira desde que nacieron».

La tendencia heredada a pecar no significa que los seres humanos sean tan malos como podrían ser. Las limitaciones de la ley civil, los buenos dones de la familia y el gobierno, la convicción de la conciencia (como vemos en Romanos 2) – todos estos fluyen de la gracia común de Dios a todas las personas, y proporcionan influencias restrictivas sobre las tendencias pecaminosas del hombre. No pecamos en cada momento de cada día, pero ciertamente pecamos mucho todos los días.

C. Depravación total: en nuestro estado natural, carecemos de bien espiritual ante Dios.

No tenemos valor en nosotros mismos y estamos moralmente corrompidos. Nuevamente, esto no significa que las personas sean tan malas como podrían ser o que hayamos perdido la imagen de Dios. Todavía tenemos su imagen, y las personas son capaces de hacer actos que en un nivel son buenos y amables. Pero debido a que somos enemigos de Dios, incluso estas buenas obras no le agradan, porque no las hacemos para honrarlo. Robert Reymond resume bien esta doctrina: «El hombre en su estado crudo y natural, ya que proviene del útero, es moral y espiritualmente corrupto en disposición y carácter. Cada parte de su ser –su mente, su voluntad, sus emociones, sus afectos, su conciencia, su cuerpo– se ha visto afectada por el pecado (esto es lo que significa la doctrina de la depravación total). Su entendimiento está entenebrecido, su mente está en enemistad con Dios, su voluntad de actuar es esclava de su entendimiento oscurecido y su mente rebelde, su corazón es corrupto, sus emociones son pervertidas, sus afectos naturalmente gravitan hacia lo que es malo e impío, su conciencia es indigna de confianza, y su cuerpo está sujeto a la mortalidad»[1]. Vemos esto a lo largo de la Biblia:

Génesis 6:5-6: «Y vio Jehová que… todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal».

Salmo 14:2-3: «Jehová miró desde los cielos sobre los hijos de los hombres, para ver si había algún entendido, que buscara a Dios. Todos se desviaron, a una se han corrompido; No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno».

Isaías 64:6: «Si bien todos nosotros somos como suciedad, y todas nuestras justicias como trapo de inmundicia».

Efesios 2:1-3: (Pablo les dice a los cristianos cuál era su naturaleza antes de ser regenerados por el Espíritu Santo) «Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire».

D. Incapacidad total: en nuestras acciones somos incapaces de hacer bien espiritual ante Dios.

Alguien me explicó una vez el evangelio de esta manera: nos estamos ahogando en el océano y Dios nos arroja una balsa salvavidas que luego tenemos que agarrar, y él nos saca de las olas. Suena bien, pero bíblicamente hablando, no podemos agarrarnos a la balsa salvavidas en absoluto. Somos incapaces de acercarnos a Dios o hacer lo que él demanda. No peleamos en la parte superior del océano, estamos muertos y hundidos hasta el fondo. De nuevo, Robert Reymond señala: «Debido a que el hombre está total o ampliamente corrupto, es incapaz de cambiar su carácter o de actuar de una manera distinta a su corrupción. No puede discernir, amar o elegir las cosas que agradan a Dios. Como dice Jeremías: ‘¿Mudará el etíope su piel, y el leopardo sus manchas? Así también, ¿podréis vosotros hacer bien, estando habituados a hacer mal?’»[2] (Jer. 13:23).

Unos cuantos versículos más acerca de esto: Romanos 8:7-8: «Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios».

1 Corintios 2:14: «Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente».

2 Corintios 4:4: «En los cuales el dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios».

E. Todos son pecadores ante Dios.

La Escritura testifica la pecaminosidad universal de la humanidad. Nadie está exento. Nadie está por encima de esta descripción. David dice: «No se justificará delante de ti ningún ser humano» (Salmo 143:2). Y Salomón dice: «No hay hombre que no peque» (1 Reyes 8:46). Pablo dice: «Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios» (Ro. 3:23). 

 F. Un solo pecado nos hace legalmente culpables ante Dios.

Como vimos anteriormente, el pecado es una oposición personal a Dios. No es la grandeza de la ley lo que hace que el pecado sea merecedor de castigo, sino la grandeza del Legislador. Pablo afirma: «Ciertamente el juicio vino a causa de un solo pecado para condenación» (Romanos 5:16).

Santiago declara: «Porque cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos. Porque el que dijo: No cometerás adulterio, también ha dicho: No matarás. Ahora bien, si no cometes adulterio, pero matas, ya te has hecho transgresor de la ley» (2:10-11).

G. Merecemos la ira eterna de Dios a causa de nuestro pecado.

Efesios 2:3: «Entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás». O Juan 3:36: «El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él».

El pecado no solo es injusto, reprensible, sucio y repugnante para Dios. Merece con toda razón el castigo bueno y perfecto de Dios. Dios desaprueba el pecado y derrama su justa ira sobre sus enemigos que lo han despreciado, rechazado y desobedecido. ¿Por qué Dios definitivamente castigará el pecado? John Murray explica: Dios no será falso con su propio carácter.

«Ser complaciente con lo que es la contradicción de su propia santidad sería negarse a él mismo. Entonces ese es el correlato de su santidad. Y esto solo dice que la justicia de Dios exige que el pecado reciba su retribución. La pregunta no es en absoluto: ¿Cómo puede Dios, siendo lo que es, enviar a los hombres al infierno? La pregunta es: ¿Cómo puede Dios, siendo lo que es, salvarlos del infierno?»[3].

Conclusión

Esa pregunta es un buen lugar para concluir. Nos indica lo que estudiaremos la próxima semana. Los sonidos discordantes y grotescos de nuestro vergonzoso pecado deberían llevarnos a la desesperación de nuestra propia justicia y temblar ante la ira de Dios. Pero existió un hombre que nunca pecó, que era un nuevo Adán. Adán desobedeció al Padre en el huerto de Edén, pero Jesús obedeció al Padre en el huerto de Getsemaní. Fue exiliado de la presencia de Dios en la cruz, drenando la copa de la ira de Dios al máximo, absorbiendo la plenitud de nuestra vergüenza y culpa, y transfiriendo su justicia a todos los que creen. Si no vemos el pecado como nuestro mayor problema, entonces el sacrificio de Cristo parece extraño. Pero cuando lloramos con toda razón nuestro pecado, entonces podemos deleitarnos con toda razón en el Salvador. Eso es lo que haremos la próxima semana al estudiar la persona de Cristo: nuestro hermoso, impecable, inigualable y bondadoso Rey.

 

[1] Robert Reymond, A New Systematic Theology of the Christian Faith (Nashville: Thomas Nelson, 1998), 450.

[2] Ibid., 453.

[3]John Murray, «The Nature of Sin» en Collected Writings of John Murray (Edinburgh: Banner of Truth, 1997), 2:81-82.