Clases esenciales: Sufrimiento

Sufrimiento – Clase 4: El dolor de Dios por el sufrimiento

Por CHBC

Capitol Hill Baptist Church (CHBC) es una iglesia bautista en Washington, D.C., Estados Unidos
Artículo
18.10.2018

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Clase esencial
Sufrimiento
Clase 4: El dolor de Dios por el sufrimiento


La empatía de un Dios que sufre 

  1. Introducción

Mientras veía oleada tras oleada de hombres jóvenes que regresaban heridos por los horrores de la Primera Guerra Mundial, Edward Shillito, un pastor británico, escribió estas palabras:

Los otros dioses eran fuertes; pero tú fuiste débil;

Cabalgaban, pero tú tropezaste con un trono;

Pero para nuestras heridas solo las heridas de Dios pueden hablar,

Y un dios no tiene heridas, sino solo tú.

Observa el título de nuestra clase el día de hoy. «El dolor de Dios por el sufrimiento: La empatía de un Dios que sufre». De todos los dioses adorados en este mundo, solo existe un Dios que ha sufrido. Eso es a su vez la gran incoherencia y la gran maravilla del la fe cristiana. Servimos a un Dios que ha sufrido. También ha estado allí. Él entiende. Nos conoce. Sus sufrimientos brindan consuelo en nuestra debilidad.

Pregunta: ¿De qué manera el hecho de que Cristo sufrió nos ayuda en nuestro sufrimiento?

En las primeras tres semanas de esta clase, establecimos un marco lógico para reflexionar mientras sufrimos. Dios no nos debe una explicación ante el sufrimiento; en cambio, nos ha llamado a tener fe. Semana 1. Los muchos propósitos que vemos para el sufrimiento en la Biblia y la realidad del cielo y el infierno —semanas 2 y 3— son una gran ayuda para esa fe. Pero lo admito, estas respuestas, aunque sólidas, pueden ser duras y severas cuando rozan la misma condición humana del sufrimiento. Así que hoy, nos enfocamos en la empatía de Dios en el sufrimiento, porque a medida que aprendemos lo bien que él nos entiende, podemos confiar más en él.

Mientras exploramos este tema, empezaremos con un breve vistazo a la sustancia de ese sufrimiento en la persona de Jesucristo. Y luego, nos tomaremos el tiempo para estudiar Hebreos 4, que dice que a causa de su sufrimiento, Cristo nos entiende, y 1 Pedro 2, que presenta el sufrimiento de Cristo como un ejemplo.

  1. La cruz: Donde el amor y la justicia se encuentran

Entonces, ¿cómo ha sufrido Dios? En la persona de Jesucristo, más supremamente en la cruz. Sufrió y murió una muerte terrible en nuestro lugar para que Dios pudiera mostrar misericordia a los pecadores. Durante el resto de esta clase, hablaremos acerca de cómo podemos experimentar la misericordia de Dios, porque cuando sufrimos, lo que necesitamos es misericordia. No obstante, primero necesitamos reconocer que la misericordia de Dios para con nosotros como pecadores, nunca pudo llegar sin el sufrimiento de Cristo en la cruz. Dios es justo, ¿cierto? Y nosotros hemos pecado contra él. Eso significa que merecemos su castigo, no su misericordia. ¿Cómo podemos recibir misericordia?

2 Corintios 5:21 dice: «Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él»[1].

Jesús no sufrió simplemente como ejemplo o como inspiración, aunque ambos casos son ciertos. Él sufrió en nuestro lugar. Sufrió lo que nosotros merecíamos. Y así, su sufrimiento como un sustituto adquiere nuestra capacidad de considerar su sufrimiento como una fuente de consuelo y como un ejemplo. Adquiere nuestra capacidad de incluso considerar el resto de esta clase. Gracias al sufrimiento de Jesús, nuestro sufrimiento nos hace aptos para el cielo, en lugar de simplemente ser un pago inicial en el infierno.

Lo que es más importante, el sufrimiento de Jesús fue por nosotros. Pero por encima de eso, nos ofrece  consuelo y ejemplo, que es en lo que nos enfocaremos el resto de nuestro tiempo juntos esta mañana.

  1. Consuelo en la empatía de Dios

Un aspecto del sufrimiento que puede ser insoportable es la sensación de que estamos solos. Salomón escribe: «Mejores son dos que uno… Porque si cayeren, el uno levantará a su compañero; pero ¡ay del solo! Que cuando cayere, no habrá segundo que lo levante» (Ec. 4:9a, 10). Piensa en cómo es el sufrimiento cuando nadie lo entiende, cuando nadie lo ha experimentado antes, cuando nadie puede ayudarte.

Sin embargo, sin importar cuán solos podamos llegar a sentirnos en nuestro sufrimiento, cuando vamos a la cruz, encontramos a un Dios que puede sentir empatía. Simpatía es lo que sientes cuando te preocupas por el sufrimiento de otro. Pero empatía es cuando sabes por experiencia lo que la otra persona está atravesando. Y lo increíble acerca del Dios del cristianismo es que no solo simpatiza, eso sería increíble de por sí, sino que también siente empatía. Esto es lo que leemos en Hebreos 4:

«14 Por lo tanto, ya que en Jesús, el Hijo de Dios, tenemos un gran sumo sacerdote que ha atravesado los cielos, aferrémonos a la fe que profesamos. 15 Porque no tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que ha sido tentado en todo de la misma manera que nosotros, aunque sin pecado. 16 Así que acerquémonos confiadamente al trono de la gracia para recibir misericordia y hallar la gracia que nos ayude en el momento que más la necesitemos». (NVI)

En su encarnación, Jesús se pone en nuestros zapatos. Y es capaz de ayudarnos cuando estamos sufriendo.

John Stott nos ayuda aquí con una imagen altamente ficticia de miles de millones de personas sentadas ante el trono de Dios. Escribe: «Algunas retrocedieron, pero otras objetaron: ‘¿Puede Dios juzgarnos? ¿Cómo puede saber lo que es el sufrimiento?’, espetó una mujer que había sufrido en un campo de concentración nazi. ‘¡Nosotros soportamos el terror… los golpes… la tortura… la muerte!’, exclamaron otros. ¿Qué sabe Dios acerca del llanto, el hombre y el odio? Dios lleva una vida bastante segura en el cielo, dijeron. Alguien de Hiroshima, gente nacida deforme, otros asesinados, estaban listos para presentar su caso. Llegaron a la conclusión de que antes de que Dios pudiera juzgarlos, tenía que soportar lo que habían soportado ellos, y esta fue su sentencia:

Que al nacer sea judío. Que se ponga en tela de juicio la legitimidad de su nacimiento. Que sea traicionado por sus amigos más íntimos. Que tenga que enfrentar cargos falsos. Que tenga que ser juzgado por un tribunal prejuiciado y ser condenado por un juez cobarde. Que sea torturado. Que vea lo que significa estar completamente solo. Luego, ensangrentado y abandonado, que muera.

La habitación quedó en silencio luego de que la sentencia contra Dios había sido pronunciada. Nadie se movió y nadie pronunció una sola palabra más. Porque repentinamente todos comprendieron que Dios ya había cumplido su sentencia»[2].

Volviendo al pasaje completo de Hebreos que puedes ver en tu folleto, permíteme extraer cuatro partes para que podamos ver con exactitud cómo la empatía de Dios brinda consuelo en nuestro sufrimiento.

A. Jesús entiende nuestra debilidad. Gran parte de la dificultad del sufrimiento viene cuando sentimos que Dios nos pide que hagamos más de lo que es humanamente posible. Pero, ¿adivina qué? ¡Dios se hizo hombre! Él entiende. Esa es la belleza de la encarnación. Hay muchas aplicaciones prácticas para esto. Pero esta es una en la que tal vez no hayas pensado: usa esto para leer los Salmos de una manera nueva.

Como lo señala un escritor, virtualmente los salmos se refieren al Mesías o son del Mesías[3]. Y entonces dicen cosas que van más allá de lo que cualquier autor humano ha experimentado. El Salmo 1, por ejemplo: «…En la ley de Jehová está su delicia, y en su ley medita de día y de noche». Ciertamente nadie más, salvo Jesús, podría haber dicho eso. O el Salmo 22, palabras que fueron escritas para que Jesús las usara: «Horadaron mis manos y mis pies. Contar puedo todos mis husos; Entre tanto, ellos me miran y  me observan»… «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?». Muchos de los salmos describen el sufrimiento de Jesús. Úsalos para andar en tu sufrimiento como las palabras de alguien que ha estado allí antes. Jesús fue débil, y a través de los salmos, él explora la fe en la debilidad.

B. Jesús fue tentado en todo de la misma manera que nosotros. Hebreos 4 no dice que Jesús ha sufrido exactamente igual que nosotros, sino que ha sido tentado de todas las maneras posibles. Y si el sufrimiento es esencialmente una lucha por la fe, y la fe es una lucha contra la tentación, esto significa que Jesús ha experimentado el quid de cada prueba que enfrentarás. Digamos que tu novio termina contigo. ¿Ha experimentado Jesús ese sufrimiento? No. ¿Pero cual es el filo de esa prueba? Es tu lucha por confiar en un Dios que acaba de quitar en un momento todo lo que esperabas en esa relación. Quien acaba de extinguir tus sueños y tu felicidad. Ahora, ¿fue Jesús tentado de esa manera? Seguramente. Solo piensa en lo que había detrás de sus lágrimas en el Getsemaní.

Así que, usa eso para confiar en su sabiduría en tu sufrimiento. ¿Te llama para ser abandonado? ¿Perseguido? ¿Aplastado? Él ha experimentado todo eso y más. Él sabe exactamente lo que está haciendo, y sabe exactamente cómo se siente. Confía en él.

C. Aunque sin pecado. Tentado en todo de la misma manera que nosotros, aunque sin pecado. Jesús nunca cedió. De hecho, ha sido tentado en formas que nosotros nunca lo hemos sido, porque la tentación cesa en el momento en que cedemos. Pero Jesús nunca lo hizo.

D. Así que acerquémonos confiadamente al trono de la gracia. ¿Cuál es la aplicación de estas tres primeras verdades? Perseverancia en la oración. Recuerda Romanos 8:26: «Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles». No olvides que el Espíritu Santo, quien intercede por ti, es el mismo Dios que sufrió por ti en la cruz.

¿Y cual es el punto de todo esto? Retrocede al versículo 14: «aferrémonos a la fe que profesamos». El sufrimiento es una lucha por la fe. Y la empatía de Dios hacia nosotros en nuestro sufrimiento es consuelo que nos ayuda a confiar. Tim Keller lo expresa bien: «Si nosotros… preguntamos: ‘¿Por qué Dios permite que el mal y el sufrimiento continúen?’, y miramos la cruz de Jesús, todavía no sabemos cuál es la respuesta. Sin embargo, sabemos qué no es la respuesta. No  puede ser que él no nos ame. No puede ser que él sea indiferente o desentendido de nuestra condición. Dios toma nuestra miseria y sufrimiento tan enserio que estuvo dispuesto a llevarlas sobre él… Así que, si nos aferramos a la enseñanza cristina de que Jesús es Dios y fue a la cruz, tendremos gran consuelo y fortaleza para enfrentar las brutales realidad de la vida en la tierra»[4].

En la cruz, vemos la clase de Dios en quien confiamos, un Dios que entiende. Él no es frío e indiferente. De hecho, el Salmo 56 dice, que Dios se preocupa tanto que lleva la cuenta de cada lamento y junta cada lágrima en un frasco[5].

  1. El sufrimiento de Jesús es un ejemplo para nosotros

En 1 Pedro 2:20-24 leemos:

«20Pues ¿qué gloria es, si pecando sois abofeteados, y lo soportáis? Mas si haciendo lo bueno sufrís, y lo soportáis, esto ciertamente es aprobado delante de Dios. 21 Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas; 22 el cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca; 23 quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente; 24 quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados».

Ahora bien, como mencioné anteriormente, Jesús no es principalmente un ejemplo a seguir. Eso es lo que vemos en el último versículo de este pasaje. La muerte de Cristo fue sustitutiva. Pero también es un ejemplo a seguir para nosotros.

En este pasaje en particular, él es un ejemplo de tres maneras.

A. No cometió pecado. ¿Con cuánta frecuencia sentimos la tentación de pecar cuando sufrimos? Tu jefe injustamente te culpa de un proyecto fallido, y al día siguiente ves sus ventanas abiertas en el estacionamiento mientras empieza a llover. ¿Qué significaría amar a tu enemigo? Y estás pensando: «He manejado esto de manera muy cristiana. ¿No puedo simplemente ignorar eso?». Pero eso no es lo que Jesús hizo, ¿cierto? «Él cual no hizo pecado».

B. Ni se halló engaño en su boca. Decir la verdad en el sufrimiento es crucial. Debemos aprender a decir la verdad acerca de nosotros mismos, de nuestros acusadores y acerca de Dios. Las tres son difíciles. En el sufrimiento tenemos que decir la verdad acerca de nosotros mismos, admitir nuestro pecado y el hecho de que al menos algo de nuestro sufrimiento es nuestra culpa. Segundo, en el sufrimiento necesitamos decir la verdad acerca de nuestros enemigos. Cuando somos perjudicados, es fácil exagerar, ¿no? Satanizar a otros para hacer que las cosas parezcan ante los demás tan escandalosas como nosotros creemos. Ahora, desatar ese tipo de indignación podría hacernos sentir mejor por un tiempo. Pero si es a expensas de la verdad, lo único en lo que habremos tenido éxito es en distorsionar la perspectiva de un amigo que realmente podría ayudarnos. Y tercero, tenemos que decir la verdad acerca de Dios.

Los salmos son un maravilloso ejemplo de cómo hacer preguntas agonizantes sin acusar a Dios de malvado. Comunicar la verdad acerca de Dios a nosotros mismos y a otros requiere de autodisciplina y un buen amigo que nos corrija. Y es de vital importancia.

C. No respondía. No amenazaba, dice 1 Pedro. Hay un millón de formas en que podemos desquitarnos cuando estamos sufriendo. Un millón de formas en que podemos castigar a otros y pensar que estamos castigando a Dios. Pero en el sufrimiento, Jesús es nuestro ejemplo de alguien que sufrió sin tomar represalias. Él entregó la venganza a Dios.

¡Eso es todo un estándar! ¿Cierto? Pero ten en cuenta que el ejemplo de Jesús no es otra ley a seguir, sino un indicador de lo que es mejor para nosotros. Si sufres como él sufrió, estarás feliz por ello. El ejemplo de Jesús apunta a la libertad y la alegría. Y así, al igual que en nuestro capítulo en Hebreos, vemos todo esto resumido en la fe: «sino encomendaba la causa al que juzga justamente». ¿Cómo podemos no pecar cuando sufrimos? ¿Cómo podemos no mentir? ¿Cómo podemos no tomar represalias? Confiando en Dios. Cuando discuto con mi cónyuge, cuando estoy siendo perseguido por mi fe, cuando estoy luchando por no mirar pornografía, cuando estoy atravesando la pérdida de un amigo, necesito confiar que todo esto ha sido medido cuidadosamente por mi amoroso Salvador. Y por todas las cosas que Jesús sufrió, podemos alegrarnos en el hecho de que aunque él sufrió la ira de Dios por nuestro pecado, nosotros nunca lo haremos.

  1. Conclusión

Entonces, pongamos estas tres piezas juntas. Digamos que estoy siendo difamado por mi vecino. Y con ese sufrimiento llegan un montón de tentaciones. La tentación de difamarlo, de defenderme de una manera pecaminosa, de amargarme contra Dios por permitir eso, por mencionar algunas. ¿Cómo me ayuda la cruz aquí? (1) Recuerdo que lo que necesito en mi tentación es justicia y misericordia: justicia por el mal que estoy sufriendo y misericordia para ayudarme a soportarlo. Y Jesús adquirió la misericordia de un Dios justo por mí en la cruz. (2) Debo recordar que Jesús fue tentado en todo de la misma manera que yo. Conoce exactamente lo que estoy pasando. Y por encima de eso, él también fue difamado. Así que, leo acerca de Jesús siendo difamado en Mateo 26 e imagino lo que él tuvo que pasar. Piensa en las palabras del Salmo 7 donde David describe la difamación que experimentó con palabras que Jesús más tarde pronunció. Y vive su mundo por un tiempo. Al comprender la experiencia de Jesús, considera qué tan bien él entiende tu aflicción actual y anímate en tu oración pidiendo liberación, tal vez incluso usando esa oración en el Salmo 7. Luego, a medida que tu confianza en el cuidado providencial de Dios aumenta al comprender su empatía en tu sufrimiento, voltea y mira a Jesús como un ejemplo. Si confías en que él sabe lo que está haciendo, podrás controlar esa veta rebelde interna que quiere actuar. Si confías en que lo que él está haciendo es bueno, dirás la verdad acerca de él y acerca de tu propia complicidad en este asunto. Si confías en que tu buen Dios está en control absoluto, dejarás la venganza en sus manos y enfrentarás cada día con humildad, capaz de buscar el bien que Dios quiere que hagas en esta dificultad en lugar de consumirte intentado defenderte.

Concluiremos con un pensamiento de John Stott:

Jamás podría creer en Dios, si no fuera por la cruz… En el mundo real, lleno de dolor, ¿cómo podríamos adorar a un dios que es inmune al dolor? He visitado muchos templos budistas en diferentes países asiáticos y quedado respetuosamente de pie ante la estatua de Buda, sus piernas cruzadas, brazos doblados, ojos cerrados, y el hilillo de una sonrisa en su boca, una mirada perdida en su cara, desentendido de las agonías del mundo. Pero cada vez después de un rato, necesité alejarme de ahí. Mi mente se ha dirigido más bien a esa figura sola, torcida y torturada en la cruz, clavada de manos y pies, con la espalda lacerada, los miembros dislocados, la frente  brotando sangre de los pinchazos de las espinas, la boca seca e intolerablemente sedienta, sumergida en oscuridad y abandonada por Dios. ¡Ese es Dios para mí! Él dejó a un lado su inmunidad al dolor. Entró en nuestro mundo de carne y hueso, lágrimas y muerte. Sufrió por nosotros. Nuestros sufrimientos se vuelven más tolerables a la luz de los suyos.[6]

 

[1] Hebreos 2:14-18 is a fitting explanation of this in light of where we’ll go with Hebrews 4 later in the class.

[2] The Cross of Christ de John Stott.

[3] Charles Drew, The Ancient Love Song: Finding Christ in the Old Testament

[4] The Reason for God, de Tim Keller.

[5] Sal. 56:8

[6] The Cross of Christ, de John Stott.