Predicación expositiva

¿Puedo ser pastor sin ser un «gran predicador»?

Por Patricio Ledesma

Patricio Ledesma sirve como pastor en la Iglesia Bautista Reformada de Palma de Mallorca, España.
Artículo
15.08.2016

No pocos pastores —o ancianos, usaremos ambos términos indistintamente— se han cuestionado su llamado al ministerio pastoral por considerar que no son «grandes predicadores». Hay pastores —buenos hombres de Dios con sana doctrina— cuyo don principal no es la predicación pública desde el púlpito, y su ánimo puede verse afectado por diversas razones: limitaciones en su capacidad de comunicación, dificultades para elaborar un sermón, una retórica poco desarrollada, el desafío que les supone hablar ante una gran audiencia, o el no poder evitar compararse a otros expositores más dotados. Las dudas se asoman en la mente del líder: ¿Verdaderamente me ha llamado Dios a ser pastor? ¿Debería renunciar? ¿Puedo seguir siendo anciano sin ser un «gran predicador»?

Mi respuesta corta a esta última pregunta es sí, un hombre puede ser pastor aunque no sea un «gran predicador», por los siguientes motivos:

1.- El requisito para ser pastor es ser «apto para enseñar», no necesariamente un brillante comunicador público.

1 Ti. 3:2 nos dice que el pastor debe ser «apto para enseñar», pero ni este verso —ni ningún otro en el Nuevo Testamento— requiere explícitamente que el pastor deba ser un experto comunicador desde un púlpito. Aquí se nos plantea el reto de saber qué significa exactamente la expresión «apto para enseñar». Mi recomendación es mantener un equilibrio entre dos extremos que deberían evitarse: la expresión «apto para enseñar» no parece tener un peso definitivo para descartar del pastorado a un hombre que no tenga sobresalientes dotes de proclamación pública, pero tampoco debería llevarnos a diluir la exigencia hasta el punto de decir que basta con que el anciano pueda enseñar en otro contexto (como puede ser un discipulado personal o un grupo en casa). Considero muy útil la postura del Dr. Nathan Finn al respecto:

«Ser apto para enseñar significa ser capaz de explicar y aplicar las Escrituras públicamente a toda la congregación. Esto no significa necesariamente que todos los ancianos deban poseer la habilidad de predicar un sermón. Pero tampoco se define la enseñanza de un modo tan amplio como para que cualquier transmisión de la verdad bíblica satisfaga el requisito. Todos los ancianos deberían ser capaces de ponerse de pie ante la congregación y exponer la Biblia, incluso si algunos ancianos se sienten incómodos predicando en una reunión de adoración colectiva» [1].

En definitiva, el anciano debe ser capaz de enseñar bien la Biblia (2 Ti. 2:15) en todos los contextos de la iglesia: en relaciones personales de discipulado, en grupos pequeños y ante toda la congregación. Esto puede seguir siendo cierto, aun cuando este hombre no sobresalga en su retórica, se le haga complicado preparar un mensaje, o le cueste hablar en público.

2.- En una pluralidad de ancianos los «puntos fuertes» se complementan.

Los predicadores más excelentes pueden no ser tan excelentes en todos los requerimientos de un anciano. Es más, no es raro observar que los mejores expositores de una iglesia, por ejemplo, puedan necesitar mejorar su hospitalidad o su trato cercano y preocupación por las ovejas. Las iglesias perfectas no existen y los pastores perfectos, por supuesto, tampoco. El asunto es que muchas veces aquellos ancianos que no se distinguen por sus habilidades en el púlpito, despuntan por ser un precioso ejemplo de corazón pastoral. Puede que no sean expertos en el arte de la comunicación pública y jamás darán una clase de homilética, pero dan su vida por las ovejas de una manera entrañable, siendo un modelo para los otros ancianos. Por tanto, este tipo de hombres son muy importantes para el liderazgo de una iglesia, y es hermoso ver cómo el Señor utiliza los «puntos fuertes» de unos ancianos para compensar las debilidades de otros, siendo el resultado final un cuerpo de pastores completo, donde unos enriquecen a otros, y todos juntos enriquecen al rebaño.

3.- Un pastor siempre puede y debe mejorar sus predicaciones.

Nada de lo escrito en este artículo pretende restar importancia a la enseñanza bíblica como responsabilidad central de todo pastor. Por este motivo, todos los ancianos, tanto los más como los menos expertos, deben perseverar en sus predicaciones hasta el fin de sus ministerios. Seguramente muchos ancianos nunca llegarán a predicar como John Piper —en realidad, ¡solo Piper predica como Piper!—, pero esto no es excusa para no esmerarse y llegar a ser mejores expositores cada día (incluyendo todo tipo de mejoras: estructura del sermón, uso del lenguaje, etc.). La mejora en la predicación, aunque no es fácil, es posible, incluso en los pastores más avanzados en edad, que tienden a tener más complicaciones para cambiar.

4.- Lo que importa es la fidelidad a la Palabra, no tanto el estilo.

Cuando hablamos de un «gran predicador», ¿qué es lo que se nos viene a la mente? Solemos pensar en un expositor impactante, poderoso, ameno, claro, sólido teológicamente. Ciertamente todas estas cosas son buenas y necesarias, y los predicadores deberían perseverar en ellas. No obstante, como oyentes podemos llegar a ser superficiales o injustos a la hora de valorar a un predicador, fijándonos más en aspectos de estilo que de contenido. No digo que el estilo no importe —es preferible, por ejemplo, que un predicador no facilite que sus oyentes se duerman con su monotonía— pero es posible —y hasta frecuente— fijarnos tanto en las características personales del orador que ignoramos la fidelidad bíblica que se nos está comunicando. Estamos pensando: «este predicador no me gusta porque habla así o asá» y nos pasamos la predicación condenando sus defectos, olvidando —pecaminosamente— que sus palabras sencillas son palabras de Dios que están confrontando nuestras vidas. Deberíamos reconocer este error como oyentes y fijarnos más en la Palabra de Dios y menos en el hombre. También cabe decir que cuando nos centramos en el estilo de la persona, la idea de un «gran predicador» puede tornarse subjetiva. Cada maestro tiene su personalidad y su forma de expresarse, y todos tenemos nuestros predicadores favoritos. Hay predicadores más pasionales y rápidos, otros más analíticos y pausados, y otros que son expertos contadores de historias —en el buen sentido— que saben introducirnos en el contexto bíblico de modo excepcional. En cualquier caso, el principal baremo para medir una buena predicación debería ser la fidelidad a la verdad de la Escritura. Los asuntos de estilo, forma y comunicación siguen siendo importantes, pero secundarios, e incluso debatibles.

5.- Siendo realistas, al fin y al cabo, no hay tantos Spurgeons.

Si somos honestos, no hay tantos Charles Spurgeons entre nosotros, y la realidad —en términos generales— es que pocas iglesias disponen de equipos de ancianos en los que todos son predicadores de altísimo nivel. Todos los pastores deben ser «aptos para enseñar», esto no puede negociarse, pero dentro de estos maestros aptos, encontraremos expositores no tan buenos, normales, buenos, notables, sobresalientes y, de vez en cuando, algún Spurgeon. Si las iglesias solo pudieran ser lideradas por oradores magistrales, ¿cuántos ancianos tendríamos que renunciar a nuestro ministerio? Debemos dar gloria a Dios por los grandes predicadores que él ha dado, da y dará a sus iglesias, pero también debemos agradecerle por esos ancianos que tanto bendicen a sus congregaciones siendo tremendos ejemplos de sabiduría, carácter, hospitalidad y amor. Hombres que han sido piedras fundamentales en ciertas iglesias, por décadas, aun con sus carencias en la predicación. En el ministerio pastoral, como en la vida cristiana en general, las cosas aparentemente ordinarias tienen mucho valor. Mi compañero Giancarlo Montemayor escribió: «Tendemos a pensar que si no estamos haciendo algo extraordinario y visible, no estamos haciendo nada importante para Dios» [2]. También podemos caer en este error cuando hablamos de los ancianos y sus dones. Las iglesias necesitan ancianos «normales», con capacidades «normales», cuyo fiel servicio tendrá una repercusión extraordinaria en la eternidad.

CONCLUSIÓN

Hermano pastor, si tienes limitaciones comunicativas, no tanta facilidad para preparar una predicación, y te cuesta hablar en público, estas cosas de por sí no te descalifican para el ministerio pastoral, siempre y cuando tu iglesia haya reconocido tu aptitud para enseñar y los demás requisitos bíblicos de un anciano (1 Ti. 3:2 y 2 Ti. 2:24). Ánimo en tu ministerio y sigue mejorando tus predicaciones con el mayor de los esfuerzos.

 

[1] http://www.nathanfinn.com/2012/06/27/what-does-it-mean-for-an-elder-to-be-able-to-teach-a-proposal/

[2] http://www.thegospelcoalition.org/coalicion/article/aspira-a-una-vida-ordinaria