Clases esenciales: Nuevo Testamento

Nuevo Testamento – Clase 10: Romanos: Los súbditos del Reino

Por CHBC

Capitol Hill Baptist Church (CHBC) es una iglesia bautista en Washington, D.C., Estados Unidos
Artículo
27.06.2018

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Clase esencial
Panorama del Nuevo Testamento
Clase 10: Romanos: Los súbditos del Reino


«Al fin, por la misericordia de Dios, meditando día y noche, presté atención al contexto de las palabras. Allí comencé a comprender que la justicia de Dios es aquello por lo cual el justo vive gracias al don de Dios, es decir, la fe… Entonces sentí que había nacido de nuevo por completo, y que había entrado al paraíso a través de puertas que estaban abiertas».

Esto dijo Martin Lutero en respuesta a su estudio del libro de Romanos, estudio que llevó a este atormentado monje a enfocarse en las palabras de Romanos 1:17: «Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá».

Más adelante, Lutero escribiría todo un comentario acerca del libro de Romanos, y en el prefacio de esa edición escribe: «Esta carta es la verdadera parte principal del Nuevo Testamento y el evangelio más puro. Es digna de que todo cristiano, no sólo la sepa de memoria palabra por palabra, sino también de que se ocupe en ella como su pan cotidiano del alma».

Y ese es nuestro objetivo el día de hoy, quizá no memorizarlo todo esta mañana, pero profundizar en este libro del «evangelio más puro».

Contexto

Escrito alrededor del año 57 d. C. por el apóstol Pablo, el libro de Romanos se escribió a una iglesia cristiana en la capital del imperio más poderoso del mundo. Aparentemente, la iglesia fue establecida por un grupo de creyentes desconocidos. Algunos estudiosos sugieren que cristianos judíos y gentiles, convertidos a la fe en Cristo en Jerusalén en el día de Pentecostés (Hechos 2:10), podrían haber fundado la iglesia. A pesar de la falta de liderazgo reconocido, la iglesia parecía estar en crecimiento al escribirse esta carta. En el capítulo 1, versículo 8, se nos dice que la fe de la iglesia se divulgaba en todo el mundo y en Romanos 18:19, que su obediencia era conocida por todos.

Pablo parece tener varios objetivos al redactar la carta. Quiere encomiar su fe (1:8), dejarles saber que espera visitarlos personalmente (1:9-13), ganar su apoyo en una visita planeada a España (15:23-4), y asegurarse de que estuvieran fundamentados firmemente en el evangelio. Es este último propósito el que sazona el libro y explica por qué Romanos es una declaración clásica de la fe cristiana, y quizá, el mejor lugar para estudiar seriamente si quieres comprender el evangelio. El libro es un tratado lógico sostenido acerca del evangelio, sus implicaciones y respuestas a las objeciones del mismo.

El tema central/organizador de Romanos es la justificación solo por la fe. Así que antes estudiar el libro, debemos hacer la pregunta: ¿qué quiere decir Pablo con «justificación»? Esta es una pregunta fundamental para comprender este libro.

«Justificación» es un término legal, que quiere decir: «declarado justo». Cuando comparezcas ante Dios en el último día, ¿cuál será su veredicto sobre tu vida? ¿Te declarará culpable o justo? Nuestra gran necesidad es ser declarados justos en el juicio final. Nuestra gran necesidad es ser justificados. Por tanto, lo que haremos el resto de la clase de hoy será simplemente analizar el argumento que Pablo construye en el libro de Romanos, de principio a fin, acerca de la justificación. Si estás familiarizado con el libro, como muchos de ustedes suponen estarlo, mi oración es que al revisarlo como una gran narrativa lógica, puedas entender más completamente cómo encajan todas estas piezas. Puedes seguir esa corriente general en tu folleto.

La justificación solo por la fe es necesaria  (1:1-3:20)

Todos merecemos la ira de Dios…

La carta comienza con el saludo usual de Pablo, una oración de alabanza a Dios por la fe de los romanos. Pero el tema del evangelio que Pablo extenderá a lo largo de todo el libro prevalece desde el inicio:

«Pablo, siervo de Jesucristo, llamado a ser apóstol, apartado para el evangelio de Dios, que él había prometido antes por sus profetas en las santas Escrituras, acerca de su Hijo…».

Y, versículos 16-17:

«Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente, y también al griego. Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá».

Pablo resume este evangelio como una justicia o justificación que es por fe. Cada religión, cada persona, está orientada a abordar lo que cree ser el problema más grande que enfrenta el hombre.

El islam dice: «Enfrentamos el problema de la ignorancia. Somos ignorantes de la voluntad de Alá. Si la gente leyera y siguiera el Corán, no habría más ignorancia».

El budismo plantearía que: «El gran problema es el apego a este mundo. Si pudiéramos lograr el desapego, entonces nuestro sufrimiento desaparecería y alcanzaríamos la alegría».

Incluso el humanismo secular intentaría abordar el problema del hombre, por ejemplo, el secularista diría: «La intolerancia es el problema. Si pudiéramos soportarnos mutuamente, el problema desaparecería».

Gran parte del judaísmo en el siglo I alegaba que el problema era la desobediencia. Lo que se necesitaba era un compromiso radical a la ley de Dios, y eso haría que Dios nos favoreciera.

Los primeros tres capítulos de Romanos son cruciales para entender nuestro mayor problema y necesidad. El problema no es la ignorancia. Todos conocen lo suficiente acerca de Dios para saber que deberían honrarle. Pablo dice:

«Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad; porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó. Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa» (1:18-20).

No somos simples ignorantes de la verdad. Odiamos la verdad de que Dios es Dios, por esa razón, la suprimimos.  Así, nuestro problema es Dios mismo. Nuestro problema es que el Dios amoroso, perfecto, santo y todopoderoso es en realidad nuestro enemigo.

Como dice Pablo en el versículo 18, la ira de Dios se revela. ¿Contra quién? Contra los impíos. Pero no solamente la ira de Dios se revela hoy. Pablo continua diciendo: «Pero por tu dureza y por tu corazón no arrepentido, atesoras para ti mismo ira para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios» (2:5).

Así que, ¿quiénes son los impíos que están bajo la ira de Dios? Pablo nos dice que hay dos clases de personas. Las que hacen lo malo y las que, como dice Romanos 2:7, «perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad». Sin embargo, para el capítulo 3, Pablo ha demostrado que ninguno de nosotros es lo «suficientemente» persistente en hacer el bien. «Como está escrito: No hay justo, ni aun uno; No hay quien entienda, no hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno» (3:10-12).

¡La justificación solo por la fe es necesaria porque nadie puede ser justificado por sus obras! Nuestras obras solo servirán para condenarnos. Pero la grandiosa noticia de Romanos y del evangelio, es que la justificación solo por la fe no solo es necesaria, ¡es suficiente! Hay una manera en que podemos ser declarados justos con Dios que no depende de nuestras acciones. 

La justificación solo por la fe es suficiente

…siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús… 

Ilustrando nuestra necesidad de Cristo acerca de la ley para la justificación, nuestro pastor, Mark Dever, en «Promesas Cumplidas» usa un ejemplo del Progreso del Peregrino de Bunyan: «Al principio de la historia, el personaje principal, llamado Cristiano, siente el peso de su pecado ante Dios y sabe que necesita ser justificado; necesita ser salvado. Cristiano ve el monte Sinaí, que representa la ley de Moisés, y corre hacia él, esperando ascender y quitar el peso de su pecado de su espalda. Desde la distancia, el monte parece fácil de escalar. Pero cuando empieza a subir, lo encuentra más empinado de lo que esperaba. Continúa, sin embargo, se vuelve más y más pronunciado hasta que finalmente la colina se curva sobre él. Cristiano descubre que la justificación no puede ser encontrada en el monte Sinaí. No puede llegar a la salvación por la ley. Entonces desciende de la montaña, y solo entonces, desesperado por la ley, Cristiano se vuelve y encuentra la puerta que conduce a la salvación. Y la puerta es Cristo».

Esta analogía del Progreso del Peregrino representa con exactitud lo que Pablo nos está explicando en Romanos 3:21-24, dice: «Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley y por los profetas; la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él. Porque no hay diferencia, por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús».

Pablo nos dice que Jesús fue presentado como un sacrificio de expiación o propiciación, un sacrificio que aparta la ira de Dios. Como ya hemos visto, la ira de Dios es el gran problema que enfrentamos. Necesitamos ser justificados para no enfrentar la ira de Dios. Todos merecemos enfrentar la ira de Dios eternamente, sin embargo, Dios envió a su Hijo, quien voluntariamente fue a la cruz, para cargar la justa ira y el castigo que personas como nosotros merecíamos.

Existen dos lugares donde la justa ira de Dios puede ser satisfecha: el infierno, donde Dios nos paga conforme a lo que hemos hecho; y la cruz, donde Jesús servicialmente toma el castigo por lo que hemos hecho. Debido a que nuestros pecados van en contra de un Dios infinitamente santo, solamente el sacrificio de Cristo será suficiente, sin Cristo, nuestro retribución a Dios será infinita.

La justificación solo por la fe no comenzó en el Nuevo Testamento (4)

…y así es como Dios siempre ha hecho las cosas… 

Luego de resumir las buenas noticias de que la suficiencia de Cristo remueve la ira de Dios hacia nuestros pecados, Pablo se enfoca en una objeción obvia de la justificación solo por la fe. ¿Es realmente bíblica? Se relaciona con los tratos de Dios con su pueblo en el Antiguo Testamento? La respuesta corta es: ¡sí! Capítulo 4.

Pablo dice: «¿Qué, pues, diremos que halló Abraham, nuestro padre según la carne? Porque si Abraham fue justificado por las obras, tiene de qué gloriarse, pero no para con Dios. Porque ¿qué dice la Escritura? Creyó Abraham a Dios, y le fue contado por justicia» (4:1-3).

Abraham no fue justificado cuando fue circuncidado o al final de su vida, luego de haber estado dispuesto a sacrificar a su hijo. Fue justificado en el momento que creyó la promesa de Dios, en el momento que tuvo fe. De manera que su justicia no debió haber venido de él, sino de hecho, de Dios. Pablo se vale del orden cronológico de estos dos acontecimientos fundamentales para comprender el Antiguo Testamento y la salvación.

Este ejemplo de Abraham, y la idea de que Dios lo acreditó con justicia, responden la gran pregunta de cómo la fe de una persona en Cristo puede dar como resultado la justificación. El término teológico de acreditar justicia a alguien que tiene fe se llama «imputación». Es un término contable que indica la transferencia de una cantidad de una cuenta a otra. Y es a través de la fe en el sacrificio de Jesús que se realiza esta transferencia de la justicia de Cristo. Esto no es una idea nueva, sino que ha estado entrelazada en la estructura de la historia redentora.

Los beneficios de la justificación solo por la fe en Cristo (5)     

…dando como resultado la vida eterna a todo aquel que cree… 

Entonces, ¿qué sucede como resultado de obtener esta justicia imputada? Eso nos lleva a la capítulo 5, donde Pablo considera los beneficios que tenemos en Cristo: somos justificados (5:1), tenemos paz para con Dios (5:1), tenemos acceso a su gracia la cual nos preserva (5:2), tenemos una esperanza de gloria (5:2), podemos tener una actitud de gozo incluso en el sufrimiento (5:3), experimentamos el amor de Dios derramado en nuestros corazones (5:5), somos salvos de la ira de Dios (5:9), y somos reconciliados con Dios (5:10).

Cristiano, estos beneficios de haber recibido la justicia imputada de Cristo deberían avivar nuestra alabanza y adoración al Señor. ¿Has pasado tiempo alabándole por los muchos beneficios que has acumulado como resultado de su obra en tu nombre?

La disponibilidad de estos beneficios en Cristo no está disponible solamente a determinados grupos étnicos o religiosos. Pablo dice: «Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos» (5:19). Pablo explica que de la misma manera que toda la raza humana fue hundida en el pecado por la única transgresión de un solo hombre, Adán; asimismo, el segundo Adán (Cristo) sirve como el representante ante Dios por los pecados de todos los que se arrepienten y creen en su obra.

Algunos discutirán el hecho de ser pecadores por causa del pecado de Adán. La objeción va unida a estas líneas: «Debería ser responsable de mi propia comparecencia ante Dios. De haber estado allí, habría escogido distinto, no es justo que el pecado de Adán nos haya afectado a todos». Ten cuidado si te sientes tentado a pensar de esta manera, no solo contradice la enseñanza de la Escritura acerca del pecado original, sino que también supone de manera arrogante un nivel de potencial de piedad personal que ninguno de nosotros habría alcanzado de haber estado en el lugar de Adán. Sin embargo, por encima de la conexión con el pecado de Adán, considera el peso de lo que Pablo está diciendo: «Y con el don no sucede como en el caso de aquel uno que pecó; porque ciertamente el juicio vino a causa de un solo pecado para condenación, pero el don vino a causa de muchas transgresiones para justificación» (5:16). Cuando tú o alguien con quien estés compartiendo el evangelio siente la tentación de creer que es injusto que toda la humanidad sea pecaminosa debido al pecado de Adán, que la condenación y la muerte son la suerte por causa de ese pecado; muéstrales la lógica de Pablo. Crees que es injusto que un pecado haya traído condenación, ¡cuán bondadoso es Dios al permitir que muchas transgresiones sean cubiertas por el acto de un solo hombre, Jesucristo!

La otra implicación de lo que Pablo dice en esta comparación de Cristo con a Adán es que así como todos fuimos hundidos al pecado por Adán, del mismo modo, por medio de Cristo, la oportunidad de ser reconciliados con Dios se ha hecho disponible a todos los hombres. Los beneficios de la justificación no son para unos pocos privilegiados, ¡sino para todo aquel que tiene fe solo en el Cristo resucitado!

La justificación es solo por la fe, pero la fe justificadora nunca está sola (6-8)

… pero no se confundan; la justificación es solo por la fe, pero nunca por una fe que está sola. 

Y eso nos lleva a los próximos tres capítulos: 6, 7 y 8, donde vemos que la justificación es solo por la fe, pero no por una fe que está sola, por citar una frase conocida. Hemos sido justificados solo por la fe. Ni las buenas obras, ni los deberes religiosos o rituales pueden lograr esta reconciliación con Dios. Ningún esfuerzo humano puede producir la salvación. En el advenimiento de esta rica enseñanza, Pablo sabe lo que los creyentes pueden sentir la tentación de pensar: Ya no estamos limitados por la ley de la misma manera que Israel parecía estarlo, así que, ¿por qué no tomar nuestro nuevo lugar en Cristo por la fe, y «perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde?» (6:1).

¿El hecho de ser declarados justos no por nuestras propias acciones, sino por las de Jesús da un incentivo para pecar? Pablo responde: «En ninguna manera. Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él? ¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva» (6:2-4). ¿Por qué queremos ser justificados? ¿Sencillamente porque queremos que la ira de Dios se aparte de nosotros o para que podamos ser reconciliados con él?

Cuando un esposo peca contra su esposa, ¿por qué quiere que se le quite la ira? ¿Simplemente para eliminar el dolor de su enojo? ¡No! Es porque ama a su esposa y desea ser restaurado a una relación amorosa con ella.

Así, la justificación solo por la fe conduce a una vida más justa, al tener a Jesús como nuestro representante, hemos muerto al pecado para que podemos vivir una vida nueva y maravillosa con Jesucristo como Señor.

Sin embargo, la realidad es que seguimos pecando. Los capítulos 7 y 8 enfrentan la realidad de la continuidad del pecado, pero también la esperanza verdadera de la victoria final para todos los que creen. Romanos 8:29-30:

«Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó».

La obra de Dios en la salvación de las personas se resume en cinco palabras clave: conoció, predestinó, llamó, justificó y glorificó. Dios conoce de antemano en el sentido de que conoce nuestras personalidades, etc., pero también en el sentido de que amó de antemano a su pueblo. Se nos dice que a los que antes conoció, también los predestinó. En la eternidad pasada, Dios decidió que algunos «fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo» y que algunos fuesen adoptados como hijos «según el puro afecto de su voluntad» (Efesios 1:5).

Por tanto, aquellos a quienes él predestina son también aquellos a quienes llama. Este no es el llamado general del evangelio que exige que todos se arrepientan y crean, sino el llamado eficaz que produce fe en el creyente. Y la justificación resultante y la glorificación final siguen naturalmente. En esta cadena de redención, vemos que Dios obra sin fallar para redimir para sí un pueblo.

Este es un gran motivo para descansar en la seguridad de la salvación. Si hemos venido a recibir el perdón de los pecados, es porque Jesús ya ha cargado con nuestro pecado. Nada puede quitar eso, ni siquiera nuestros pecados como cristianos.

Los capítulos 7 y 8 nos ofrecen la más maravillosa garantía de la salvación. Aunque continuamos luchando contra el pecado en esta vida. Si hemos llegado a creer en Cristo, nuestra salvación no depende de ninguna circunstancia imprevista en el futuro, depende de las promesas de Dios.

La justificación de Dios para el hombre (9-11)

¿Esto significa que las promesas de Dios fallaron? ¡De ninguna manera! Las promesas de Dios siempre fueron pensadas para aquellos a quienes les dio fe. 

En este punto, vemos un cambio en el argumento de Pablo. Habiendo explicado la teología de la justificación solo por la fe en los primeros ocho capítulos, Pablo ahora centra su atención en una objeción que seguramente estaría en la mente de los cristianos judíos, si no en otros. La objeción es esta: ¿Dios realmente cumple sus promesas acerca de la salvación? ¿No hizo otras promesas que parecen no haberse cumplido? No prometió la salvación a Israel y, sin embargo, en el momento en que Pablo escribe, la mayoría de los judíos habían rechazado a Jesús como su Mesías y, por tanto, no habían recibido la salvación. ¿Dios ha roto sus promesas?

Pablo comienza a abordar esta objeción en Romanos 9:6-7: «No que la palabra de Dios haya fallado; porque no todos los que descienden de Israel son israelitas, ni por ser descendientes de Abraham, son todos hijos; sino: En Isaac te será llamada descendencia».

El hecho de que alguien sea un descendiente físico de Abraham no significa que Dios le haya prometido la salvación, dice Pablo. Vemos esto desde el llamamiento de Abraham.

De los hijos de Abraham, Isaac fue elegido, Ismael no. El hijo de Isaac, Jacob, fue elegido, pero no Esaú.

¿Alguna vez te has preguntado por qué hay una brecha de dos generaciones entre Abraham, a quien se le dan las promesas, y Jacob/Israel, de quien se nombra a la nación? Pablo dice aquí que muestra categóricamente que ser un descendiente físico directo de Abraham no hace que alguien reciba las promesas hechas a Abraham.

Lo mismo sucede a lo largo de la historia de Israel. En los tiempos de Elías, la gran mayoría de Israel no confiaba en las promesas. Sin embargo, dentro de Israel siempre había un remanente fiel: un pueblo dentro de un pueblo, que eran los verdaderos hijos espirituales de Israel.

Entonces, las promesas de Dios se cumplen, él las cumple a todos a quienes las prometió, a todos los que dependen de él en la fe. Dentro de esta sección, vemos que esta salvación por la gracia de Dios da gran gloria a Dios. ¡La salvación no es un derecho de nacimiento, sino algo que Dios obra cuando escoge por amor de su nombre!

Algunas pautas al considerar este difícil tema:

Primero, Dios tiene el derecho de salvar a algunos y no salvar a otros (9:19-21). Y al reflexionar en asuntos tan inmensos como la elección, sería sabio de nuestra parte, humillarnos y recordar que los caminos de Dios son inescrutables (11:33-36).

Segundo, tanto en la condenación como en la salvación, Dios revela tanto su justicia como su misericordia en el endurecimiento y el perdón de los pecadores. Como Pablo escribe: «¿Y qué, si Dios, queriendo mostrar su ira y hacer notorio su poder, soportó con mucha paciencia los vasos de ira preparados para destrucción, y para hacer notorias las riquezas de su gloria, las mostró para con los vasos de misericordia que él preparó de antemano para gloria, a los cuales también ha llamado…» (9:22-24a). En ningún caso se da a alguien peor de lo que merece.

Tercero, Dios no ha cambiado su manera de tratar con las personas y continúa manteniendo un remanente que creerá. Todos deben confesarse y creer, desde Abraham hasta tú y yo (10:9-10), «porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo» (10:13).

En todo esto, el esfuerzo de Pablo en justificar a Dios no es simplemente un intento de hacer que sus lectores entiendan a Dios. En última instancia, la justificación de Dios por parte de Pablo a los ojos de los pecadores se reduce a una simple declaración del poder, los propósitos y las prerrogativas de Dios como Dios. Pablo no intenta persuadir tanto como intenta instruir. No le interesa apaciguarnos con una racionalización, como: «¿Esto estará bien? ¿Tenemos una medida de compromiso que se aprobará?». No, Pablo nos dice lo que es verdad. Este es Dios, y no hay otro. Solamente él es Dios. 

La justificación solo por la fe produce vidas y relaciones renovadas (12-16)

Nuestra justificación producirá frutos como individuos, como ciudadanos, y más obviamente, como miembros del cuerpo de Cristo. 

Aunque la mayor parte de este libro está dedica a asuntos teológicos, Pablo finaliza el libro con una consecuencia práctica de la verdad del evangelio: individualmente, cívicamente y corporativamente dentro de la iglesia, para los que han sido justificados solo por la fe.

Individualmente, debemos vivir vidas en el Espíritu, caracterizadas por la libertad y la victoria sobre el pecado. Ya no debemos someter nuestras vidas a la injusticia, sino a la justicia. Debemos ser gobernados por el Espíritu de Dios. Por esa razón, debemos renovar nuestras mentes (12:1) y presentarnos como sacrificios vivos ante Dios. Además, debemos usar nuestros dones espirituales para servir al cuerpo de Cristo (12:4-8).

El amor, el gozo, la paciencia, la generosidad, la buena voluntad hacia los demás y la humildad deben caracterizar nuestras vidas debido a la verdad que hemos abrazado en Cristo Jesús (12:8-11).

Nuestra responsabilidad civil y social es vivir en sujeción a las autoridades establecidas por Dios. Al hacerlo, demostramos nuestra sujeción a Dios, siempre y cuando el gobierne no nos obligue a pecar contra Dios (13:17).

Y el amor de Dios derramado tan abundantemente en nuestros corazones debería fluir de nosotros hacia los que nos rodean. Todos los mandamientos, dice Pablo, se resumen en una sola regla: Ama a tu prójimo como a ti  mismo. «El amor no hace mal al prójimo, así que el cumplimiento de la ley es el amor» (13:10).

En la iglesia, debemos considerar a los demás como superiores a nosotros mismos y aceptarnos mutuamente. Al parecer, la iglesia romana luchaba con algunas disputas dentro de la iglesia donde los miembros más maduros estaban «menospreciando» a los miembros menos maduros en contiendas acerca de leyes dietéticas y observancias religiosas. Pablo les amonesta a recibirse mutuamente sin entrar en discusiones y a usar su libertad para fomentar la paz y la mutua edificación (capítulo 14).

Finalmente, Pablo insta a la iglesia a contribuir con sus esfuerzos misioneros (15:23-29), a orar por él (15:30-32), y a evitar falsas doctrinas y a aquellos causando divisiones (16:17-20).

Los que han sido justificados solo por la fe demuestran esta clase de amor, respeto por la autoridad civil, amor y preocupación por los hermanos en la iglesia, y características individuales de santidad y justicia, todo porque Dios en Cristo ha reconciliado consigo a los pecadores a través de la cruz y a través de la fe en su sangre.

Conclusión:

Ese es el libro de Romanos, de principio a fin. ¿Qué hacemos con esto? Bueno, los principiantes, usen el libro de Romanos para habitar en la gloria de la justificación solo por la fe. Esta no es una parte de nuestra fe, es nuestra fe. Y merece toda la importancia que Pablo le da, no solo en esta carta, sino también en todas sus cartas.

Y en segundo lugar, asegúrate de ver cómo todo este libro se une. ¿Eres de esos «súper reformados» que conoce todas las doctrinas de la elección y la propiciación en los capítulos intermedios del libro, pero que necesita redescubrir en los capítulos 1-3 cuán infinitamente inverosímil es tu salvación? ¿Te has familiarizado con la impecable cadena lógica que construye el evangelio en los capítulos 1-8, pero rara vez has pasado tiempo en los capítulos trágicamente pasados por alto acerca de nuestra vida corporativa que completan este libro? Si el comienzo es tan increíble, ¿no crees que el final podría ser igualmente digno de ser estudiado intensamente?

Todas estas casas: nuestro pecado, la gracia de Dios, la elección de Dios, nuestra vida juntos, se juntan como una sola carta divinamente inspirada para la iglesia de Cristo. Trabajemos esforzadamente para unir todo lo que Pablo ha escrito para nosotros, a fin de que podamos saber y actuar, de una manera que esté al tanto de tan hermosa verdad: Que hemos sido justificados a través de la muerte de Jesús.