Clases esenciales: Historia de la Iglesia

Historia de la Iglesia – Clase 7: Zuinglio, Calvino y las iglesias reformadas (1500-1564)

Por CHBC

Capitol Hill Baptist Church (CHBC) es una iglesia bautista en Washington, D.C., Estados Unidos
Artículo
23.08.2019

  Descargar Manuscrito en formato Word
  Descargar Folleto del Alumno en formato Word

 

Clase esencial
Historia de la Iglesia
Clase 7: Zuinglio, Calvino y las iglesias reformadas (1500-1564)


«Yo soy Jehová tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre. No tendrás dioses ajenos delante de mí» Éxodo 20:2-3.

  1. Introducción

Un solo hombre no puede llevar a cabo una revolución, ni siquiera una reforma. Si la Reforma Protestante hubiese sido solamente el resultado de la brillantez y terquedad de Lutero, no habría sido más que una confrontación entre un hombre contencioso y un papa corrupto, recordada simplemente como una curiosa nota al pie de página de la historia. Sin embargo, la Reforma fue mucho más que eso, fue un claro movimiento de la mano de Dios en la historia, que produjo diferentes líderes cristianos en diversas regiones casi de manera simultánea con conclusiones similares. Entre ellas: Dios es soberano en la historia y en la salvación; la salvación se obtiene solo por gracia, solo a través de la fe, y no como consecuencia de buenas obras o rituales supersticiosos; la Biblia es la suprema y máxima autoridad en asuntos de fe y vida.

Las ideas de Lutero eran compartidas o seguidas por muchos otros en toda Europa. No obstante, en distintas localidades, la Reforma tomó un énfasis algo diferente. Los líderes de la Iglesia batallaron con las completas implicaciones del evangelio recuperado. ¿Qué significó esto para la práctica de la adoración cristiana? ¿Para la relación entre la Iglesia y el mundo? O, en ese sentido, ¿para la relación entre diferentes iglesias?

Ahora bien, aunque esta clase se centrará en dos líderes particularmente importantes de la Reforma, no debemos olvidar que la Reforma fue más significativa como un movimiento en los corazones y en las mentes de innumerables personas a lo largo de Europa. En esto, era inseparable, de hecho, fue inspirada y guiada por la Biblia. Y no solo la Biblia, sino la Biblia en los idiomas de las personas, difundida rápidamente por copias que salían de la recientemente inventada imprenta. Entre los años 1520 y 1530, la Biblia se tradujo al alemán, francés e inglés, y se entregó en las manos de personas que anhelaban con desesperación conocer la voluntad de Dios a través de su Palabra.

  1. La Reforma en Zúrich: Ulrico Zuinglio (1484-1531)

Mientras que Lutero se enfrentaba a la Iglesia católica romana, una lucha similar se estaba llevando a cabo en un pequeño país recientemente constituido a medio camino entre Wittenburg y Roma, en Zúrich. Cuando pensamos en Suiza hoy, pensamos en relojes costosos, chocolates deliciosos y en una neutralidad política. Sin embargo, las raíces nacionales de Suiza están profundamente entrelazadas con las raíces de la Reforma, ya que la relativa autonomía política de la nueva nación también creó un ambiente idóneo para una reforma religiosa. Si consideramos a Lutero, Zuinglio y Calvino como los tres principales reformadores, es notable y no coincidente que los dos últimos hayan realizado sus reformas en Suiza.

[Antecedentes de Suiza: Todos los problemas teológicos y morales con la Iglesia eran igual de desenfrenados en Suiza que los que observamos en Alemania la semana pasada, por lo que no volveremos a profundizar en dichos problemas.

Sin embargo, había una gran diferencia. Además de las dificultades teológicas y morales que enfrentaban los cristianos de la época, los suizos también estaban teniendo problemas políticos y militares. Si no sabes mucho acerca de la política suiza, está bien, no hay razón específica por la que deberías. La nación de Suiza está dividida en cantones, éstos son similares a nuestros estados, salvo que mucho más independientes y poderosos por su cuenta. Trabajan juntos y forma la Confederación Suiza. Verás por qué eso es importante en unos minutos.

A finales de los años 1200 y comienzos de los años 1300, los suizos desarrollaron una nueva forma de armamento militar usando picos y alabardas que eran prácticamente indetenibles hasta que la pólvora entró en uso. Por tanto, todos querían a Suiza a su lado en la guerra, pero nadie podía conquistar Suiza y obligarla a luchar de su lado. Entonces, lo que el rey de Francia, el emperador del Sacro Imperio Romano y otros líderes alrededor de Europa hicieron fue pagarle a Suiza para que luchara por ellos. Los suizos se convirtieron en mercenarios.

Hay una serie de problemas que crecieron como resultado directo de esta práctica. El primero, por supuesto, fue todo un nuevo grupo de problemas morales que surgieron de vivir en cultura mercenaria. Si vives en una nación de personas que asesinan por dinero, el listón moral será bastante bajo.

Aunado a eso, recuerda que los cantones suizos eran en gran parte independientes. Lo que quiere decir que cada cantón decidía a quién iba a contratar. De modo que, si el rey de Francia contrataba a mercenarios de un cantón, el emperador del Sacro Imperio Romano podía contratar a mercenarios de otro cantón. Así, la mayoría de las guerras en los años 1300 y 1400, independientemente de las naciones que se encontraran en conflicto, era básicamente una lucha de suizos contra suizos en el campo de batalla real.

Los suizos no estaban muy satisfechos con esta situación, aunque estaban complacidos con la paga y con su capacidad militar. La pregunta que nació fue: «¿Cómo podemos escapar de esta autotrampa en la que nos encontramos?». Allí entran Ulrico Zuinglio y la Reforma suiza. Sin embargo, antes de adentrarnos en la vida de Zuinglio, espero que hayas notado el propósito de este breve trasfondo: en la Reforma suiza, las preocupaciones corporativas, las preocupaciones del cuerpo de personas, están ahí desde el principio. Lutero se reforma como individuo con un «aquí estoy yo», y solo más tarde regresa y desarrolla una teología civil y eclesiástica. Zuinglio y los reformadores comienzan con un «nosotros creemos». Ahora bien, no se trata de una diferencia doctrinal, es una diferencia de énfasis, como veremos en unos minutos].

Nacido en el año 1484, Zuinglio era un contemporáneo de la generación de Lutero. Se convirtió en sacerdote en 1506, y pronto después de estudiar las Escrituras, llegó a la conclusión de que la Iglesia estaba profundamente corrompida y que la doctrina de la Iglesia estaba errada en muchas áreas. Zuinglio sintió fuertemente la influencia de Wycliffe y Huss, así como de Erasmo, todos ellos ya abordados la semana pasada.

Luego de haber comprendido que la Biblia era la autoridad suprema, Zuinglio buscó aplicar de manera correcta esto en su vida, y en la vida de la Iglesia. Al fin y al cabo, una verdadera reforma no nace de las opiniones de un hombre o de las frustraciones sociales de un grupo, sino de la Palabra de Dios. Y así, podemos fechar los comienzos de la Reforma en Zúrich hasta el día de Año Nuevo de 1519, cuando Zuinglio, ya un predicador bastante popular entre la gente, inició una serie de sermones expositivos comenzando con el capítulo 1 de Mateo. Incluso predicó las genealogías a medida que empezaba a enseñar el Nuevo Testamento, capítulo por capítulo.

Este nuevo enfoque en la Biblia y las doctrinas bíblicas pronto desató tensiones y crisis, cuando Zuinglio se dio cuenta de que ya no podía estar en comunión con la Iglesia católica romana. Al año siguiente renunció a su salario de Roma, y en octubre de 1522, renunció a su cargo como sacerdote. El ayuntamiento de Zúrich inmediatamente lo contrató para ser el predicador oficial de la ciudad, reflejando la amplia popularidad y apoyo con el que Zuinglio contaba. Aquí, una vez más, vemos la vitalidad del congregacionalismo; Zuinglio mismo reconocía el respaldo de la gente, observando que «el hombre común se adhiere al evangelio aunque sus superiores no quieren nada de él»[1].

La ruptura final de Zuinglio y de Zúrich de Roma llegó unos pocos meses después, a principios del año 1523, cuando Zuinglio buscó defenderse de las críticas de la jerarquía católica convocado una sesión especial en el ayuntamiento. Allí presentó sus 67 artículos, argumentos teológicos que había compuesto para resumir sus diferencias con Roma. Zuinglio declaró que esos 600 cristianos reunidos eran un concilio legítimo de la Iglesia, y desafío a la pequeña delegación liderada que representaba al obispo católico local a refutar cualquiera de sus argumentos. Nuevamente, he aquí una ilustración del congregacionalismo: las autoridades católicas estaban horrorizadas de que Zuinglio creyera que esta reunión de cristianos ordinarios, solo bajo la autoridad de la Biblia, podía ser igual a un concilio oficial de la Iglesia dirigido por el papa, los cardenales y los obispos.             Pero Zuinglio y el pueblo de Zúrich, que llevaban cuatro años bajo la predicación, creyeron que lo era, y el concilio emitió un veredicto decisivo a favor de Zuinglio. Esto se conoció como la Primera Disputa de Zúrich, y marcó un momento clave en la Reforma, ya que vindicó a Zuinglio de la acusación de ser un hereje y produjo la primera confesión de fe de la Reforma.

A. La doctrina de Zuinglio

Zuinglio afirmó las doctrinas centrales de la Reforma: la salvación solo por gracia, solo a través de la fe, solo en Cristo, basada solo en la Escritura, y solo para la gloria de Dios… A partir de aquí, Zuinglio se concentró particularmente en la distinción fundamental, la gran división que separa al Creador de su creación, que separa a Dios del hombre… Se dedujo que Zuinglio creía que la idolatría era el pecado más grande y atroz cometido por la humanidad, ¿porque qué es la idolatría, sino atribuir a las criaturas lo que se le debe al Creador? En el núcleo de los errores, corrupciones y excesos de Roma, Zuinglio olfateó el hedor de la idolatría. Horrorizado por la desenfrenada superstición de su época, Zuinglio buscó eliminar todas las reliquias, íconos y otros ídolos de sus iglesias y de las vidas de su pueblo, y dirigir su adoración solo a Dios en el cielo. Según palabras de un erudito:

«Oraciones irreflexivas, ayunos prescritos, las capuchas blanqueadas y las cabezas de los monjes cuidadosamente afeitadas, los días santos, el incienso, la quema de velas, el rociado del agua bendita, las oraciones de las monjas, las charlas de los sacerdotes, las vigilias y las misas: todo este ‘montón de basura ceremonial’ no era más que ‘tonterías’. Depender de ellos para salvación era como colocar bloques de hielo sobre bloques de hielo’»[2].

Zuinglio hizo más que predicar en contra de estos rituales y objetos, los eliminó. Un angustiado católico escribió al emperador en 1530, y describió la condición de la iglesias de Zúrich después de la reforma de Zuinglio: «Los altares están destruidos y derribados, las imágenes de los santos y los cuadros quemados o rotos y desfigurados… Ya no tienen iglesias, sino establos»[3]. Zuinglio quería que la adoración cristiana se enfocara en el trascendente Dios viviente del cielo, no en creaciones humanas ni imágenes mediocres.

Por más que Lutero y Zuinglio estaban de acuerdo en lo esencial del evangelio y en la necesidad de reformar a la Iglesia, tuvieron algunas diferencias importantes. Quizá la más significativa fue su disputa por la naturaleza de la Cena del Señor. Lutero se había opuesto a la misa católica porque la veía como una obra, algo necesario para obtener el favor de Dios. No obstante, Lutero seguía afirmando la presencia física de Cristo en la cena del Señor [aunque Lutero se separó de Roma en algunas formas importantes relacionadas a la comunión, como vimos la semana pasada]. Zuinglio se opuso a la misa católica porque la veía como algo idólatra, como una reverencia supersticiosa hacia algo en lugar de Cristo. De esta manera, Zuinglio difería de Lutero y consideraba que la Cena del Señor era solamente un símbolo o recordatorio de Cristo. Este desacuerdo provocó una disputa amarga entre los dos, con Zuinglio deseando que Lutero se quedara callado para que «no seamos obligados a tragarnos sus cosas repugnantes» y Lutero denunció a Zuinglio «como siete veces más peligroso que cuando era papista»[4]. Ambos se reunieron en 1529 para un famoso debate que fracasó en resolver sus diferencias, y se separaron en una desafortunada enemistad que permaneció hasta que fallecieron.

Zuinglio tampoco estaba de acuerdo con Lutero acerca de lo que podía tener lugar en las reuniones de adoración cristiana. Mientras que Lutero permitía todo lo que la Biblia no prohibía, Zuinglio rechazaba lo que la Biblia no prescribía. El «principio regulador», como se le conoció, sostiene que las reuniones de la Iglesia solo deben incluir aquellas practicas ordenadas por la Escritura: la oración, la lectura de las Escrituras, las confesiones de fe, los cánticos e himnos, la predicación de la Palabra, el bautismo y la Cena del Señor. Una ilustración práctica de esta diferencia se produjo por los órganos, Lutero los amaba y los consideraba una poderosa adición a la música de la congregación, mientras que Zuinglio, aunque era un músico consumado, eliminó el órgano de su iglesia.

Por último, Lutero y Zuinglio mantenían posiciones algo distintas acerca de la naturaleza de los reinos, el del hombre y el de Dios. Una vez más, esto surgió de sus diferentes preocupaciones fundamentales. Un erudito señala: «La Reforma de Lutero nació de su tortuosa petición… de responder la pregunta: ¿Cómo puedo ser salvo?… A Zuinglio le preocupaban más las implicaciones sociales y políticas de una reforma. La pregunta central de Zuinglio era: ¿Cómo puede mi pueblo ser salvo?» [5]. Como tal, Zuinglio creía en una relación mucho más cercana entre la Iglesia y el Estado, dónde tanto la Iglesia como la comunidad cívica estaban casi unidas como un solo cuerpo y el reino de Dios más cerca de la tierra. En sus palabras: «el hombre cristiano no es más que un ciudadano fiel y bueno, y la ciudad cristiana no es otra cosa que la Iglesia cristiana»[6]. Y mientras que Lutero creía que solo los magistrados podían empuñar la espada, y eso para mantener la paz, mas no para defender la fe, Zuinglio no tenía tales reparos. Era un suizo nacionalista apasionado, tanto así que como capellán del ejército de Zúrich, tomó la armadura y la espada en una guerra contra las fuerzas católicas. El 11 de octubre de 1531, Zuinglio sufrió heridas mortales en el campo de batalla, y expresó sus últimas palabras: «Podrán matar al cuerpo, pero no pueden matar al alma».

Aunque Zuinglio y Lutero discrepaban en algunos de los puntos teológicos, ambos tenían claro el evangelio y la creencia de que el poder de la Palabra de Dios podía reformar los corazones de las personas. La «segunda» generación de reformadores siguió en su lugar, pero las reformas comenzaron a tener un énfasis distinto. Los seguidores de Zuinglio en Zúrich continuaron su legado, específicamente el gran teólogo Heinrich Bollinger, cuyos escritos influenciaron grandemente a los protestantes ingleses que huyeron al continente para escapar de la católica reina María en su propia tierra. Estos fueron los ancestros de los puritanos, y hablaremos de ellos la siguiente semana. Mientras tanto, las enseñanzas de Zuinglio también influenciaron a un joven francés que comenzaba a tener sus propios reparos acerca de la Iglesia católica romana: Juan Calvino.

  1. La Reforma en Ginebra: Juan Calvino (1509-1564)

Nació en Noyon, Francia, en el año 1509, Calvino desde joven fue profundamente religioso, serio y moral. Inicialmente, su padre tenía la intención de que estudiara teología, pero luego de tener una discusión con el obispo local, cambió de opinión y envió al joven Calvino a la facultad de derecho. Además de sus estudios legales, Calvino también incursionó en obras clásicas de filosofía y literatura. Una vez más, vemos aquí la influencia del humanismo, con su énfasis en el pensamiento claro, la lógica rigurosa, y especialmente los textos originales. Con este trasfondo, naturalmente se deduce que Calvino, al igual que sus predecesores Lutero y Zuinglio, se sintió atraído por la Biblia.

En algún momento posterior a sus estudios, Calvino experimentó una conversión bastante repentina en la que «Dios sometió [su] corazón a la enseñanza»[7]. Poco después, fue objeto de un minucioso escrutinio por sus simpatías protestantes, y el rey Francisco I ordenó su arresto acusándolo de hereje. Para escapar de prisión, en 1535 huyó a Basilea, Suiza. Basilea era el cielo para los refugiados de la época (Erasmo). Fue allí, a la edad de 26 años, que Calvino publicó su primer tratado La institución de la religión cristiana, que fue escrito como una defensa para el hombre que había ordenado su arresto, el rey de Francia. El título completo que Calvino escogió para la primera edición de su obra clásica nos dice mucho de su corazón: El instituto de la religión cristiana, que contiene casi toda la suma de la piedad, y publicada últimamente en la doctrina de la Salvación. Una obra que vale la pena leer por todas las personas celosas de la piedad, y publicada últimamente. Un prefacio al rey más cristiano de Francia, en el que se presenta este libro como una profesión de fe. Las «institutas» se convirtieron en un éxito de ventas tan pronto como fueron lanzadas, y Calvino tuvo que revisar, expandir y volver a publicar las Institutas varias veces a lo largo de su vida, llevándola a su forma completa —y a la versión que leemos hoy—, en 15509.

A. A Ginebra

Basilea era de habla alemana, por lo que el joven francés decidió eventualmente marcharse a Estrasburgo, Francia. Para evitar ser arrestado, Calvino escogió una ruta tortuosa que lo llevó a Ginebra por una noche. Otro predicador protestante, William Farel, ya se había establecido en Ginebra, y había comenzado a agitarse contra Roma por la reforma. Según la vívida descripción de un erudito, Farel llegó como «un refugiado de Francia, un ardiente Elías de barba roja gritando a los sacerdotes de Baal»[8]. Así como Elías tuvo a Eliseo como camarada y sucesor, Farel también se dio cuenta de que necesitaba ayuda, y le imploró al visitante Calvino que se quedara y le ayudara a reformar la vida religiosa de Ginebra. Convencido de que sus dones y llamado eran más aptos para una vida solitaria de estudio y contemplación tranquila, Calvino se resistió. Entonces, Farel amenazó a Calvino: «Que Dios condene tu reposo y la calma que buscas para estudiar, si ante una necesidad tan grande te retiras y rehúsas tu asistencia y ayuda». Más tarde, Calvino confesó: «Estas palabras me conmocionaron y quebraron, y desistí del trayecto que había emprendido»[9]. El joven francés se quedó, y Ginebra —y la iglesia en el mundo entero— nunca volvería a ser la misma.

Quedarse en Ginebra significaba sumergirse en luchas teológicas, y durante los dos primeros años de Calvino, él y Farel se enfrentaron al gobierno de la ciudad, debatiendo si la Iglesia podía excomulgar a los pecadores no arrepentidos. Los magistrados de la ciudad, que no simpatizaban con el deseo de Calvino de una membresía de la Iglesia pura, encontraron que tal disciplina eclesial era demasiado rigurosa, por lo que expulsaron a Calvino en 1538. Calvino y su fiel amigo Farel se fueron Estrasburgo. Calvino pasó tres felices y productivos años allí, tiempo durante el cual se casó con una viuda y se convirtió en el padre de sus dos hijos. En 1541, las autoridades de Ginebra se dieron cuenta de su error e invitaron a Calvino de regreso a Ginebra. Inicialmente, reacio a renunciar a su idílica vida en Estrasburgo, un sentido del deber y la misión eventualmente lo obligaron a regresar a Ginebra, donde permanecería el resto de su vida.

Su primer domingo de vuelta en Ginebra, después de tres años de exilio, Calvino subió al pulpito de su antigua iglesia, la catedral de Saint Pierre. Sus oyentes, esperando escuchar un sermón vengativo o justiciero que se regodeara acerca de su regreso, se sorprendieron al escuchar a Calvino abrir la Biblia y simplemente reanudar la predicación expositiva a través del mismo texto que había dejado tres años antes. Así, Calvino demostró un poderoso testimonio de su sumisión a la Palabra de Dios, resistiendo la tentación de distorsionarlo para sus propios fines mezquinos. Mantuvo un rigoroso cronograma de predicación durante sus próximos 23 años en Ginebra, predicando dos sermones del Nuevo Testamento cada domingo, y un sermón del Antiguo Testamento todos los días durante la semana, en semanas alternas. Cuando no estaba predicando o estudiando, Calvino mantenía un vertiginoso ritmo de pastoreo, consejería, enseñanza y correspondencia con miles de personas que iban desde reyes y emperadores hasta protestantes pobres y encarcelados. Hizo todo esto en medio de un grave sufrimiento físico. Siempre de débil complexión, rumbo al final de su vida, Calvino detalló un catálogo de sus diversas dolencias: artritis, cálculos renales, hemorroides, fiebre, nefritis, indigestión severa («cualquier alimento que tome se adhiere como pasta a mi estómago»), cólico y úlceras. Rara vez dejaba que estas aflicciones inhibieran su ministerio, incluso predicó su último sermón siendo llevado del pulpito a su cama.

Bajo el pastorado de Calvino en Ginebra, se suponía que todos los ciudadanos estaban bajo la disciplina moral de la Iglesia. Aunque Calvino solo ocupó el cargo de ministro y buscó preservar tanto la independencia como la supremacía de la Iglesia, la Iglesia y el Estado trabajaron íntimamente para crear una ciudad «cristiana». Calvino se convirtió en la figura dominante de Ginebra, influenciando incluso la educación y las políticas de comercio. Aunque Calvino y sus compañeros líderes de la Iglesia a menudo se encontraban en desacuerdo con el concilio de la ciudad, lograron en parte forjar una comunidad cristiana unificada cuyos miembros estaban en buena posición tanto con la Iglesia como con las autoridades civiles. Mientras tanto, Ginebra se convertía en un cielo para los protestantes oprimidos, y un campo de entrenamiento y centro para la Reforma en Europa. Calvino no confinó su visión a Ginebra. Envió misioneros para difundir el evangelio no solo por toda Europa, sino también Basilea.

Los críticos suelen despreciar a Calvino por un desafortunado episodio que ocurrió durante su estadía en Ginebra. El físico y reprobado teólogo español, Michael Servetus, que había estado causando indignación en toda Europa por negar la Trinidad, fue debidamente arrestado al llegar a Ginebra, juzgado, condenado y quemado en la hoguera. Si bien hoy entendemos que la libertad religiosa y la libertad de conciencia permiten a los ciudadanos apoyar creencias heréticas, en el siglo XVI tales nociones amenazaban profundamente el orden civil. Después de todo, ¿cómo podía alguien ser buen ciudadano y negar la verdad de Dios? Si bien fue el concilio de la ciudad y no Calvino el que ordenó la ejecución de Servetus, y aunque Calvino abogó por la muerte menos dolorosa como la decapitación, sí estuvo de acuerdo con la ejecución, al igual que casi todos los demás católicos y protestantes en Europa. Un erudito nos recuerda: «Servetus habría expiado estas herejías en la hoguera en la Francia católica si no hubiera escapado y pagado la misma pena en la Ginebra protestante». Así que aunque no deberíamos defender a Calvino en relación a este asunto, tampoco deberíamos juzgarlo por un estándar histórico que no es el suyo.

B. Escritos: La institución de la religión cristiana y comentarios acerca de la Escritura

Para ponerlo en contexto, Calvino debería ser apreciado como un reformador de la segunda generación, después de la primera generación dirigida por Lutero y Zuinglio. Fueron ellos los que recuperaron el evangelio, pelearon batallas y se enfrentaron decisivamente a Roma, estableciendo la base para que sucesores como Calvino refinaran, sistematizaran e implementaran las reformas en una visión positiva de la Iglesia y la vida cristiana. Las institutas de Calvino son ampliamente reconocidss como el libro más influyente de la Reforma Protestante, y una de las grandes obras teológicas de todos los tiempos. De lo que escribió en las Institutas, trató de vivir en Ginebra. Calvino también escribió reconocidos comentarios de casi todos los libros de la Biblia, comentarios que siguen siendo impresos y usados por muchos estudiosos y pastores en la actualidad. De nuevo, Calvino pagó más que un simple servicio a la Biblia, se dedicó al estudio de las Escrituras como la Palabra revelada de Dios.

Calvino dividió las Institutas en cuatro partes o libros, destinados a seguir el bosquejo del Credo de los Apóstoles:

Libro I: Del conocimiento de Dios en cuanto es Creador; Libro II: Del conocimiento de Dios como Redentor en Cristo; Libro III: De los medios en que recibimos la gracia de Cristo, sus beneficios y efectos; y Libro IV: De los medios externos o ayudas de que Dios se sirve para llamarnos a la compañía de su hijo, Jesucristo.

Aunque el calvinismo a menudo se caricaturiza como un enfoque solo sobre el pecado humano y la soberanía de Dios en la salvación, cualquier lectura justa de la obra decisiva de Calvino revelará a un cristiano profundamente preocupado por declarar todo el consejo de Dios para toda la vida cristiana. De hecho, las Institutas comienzan con la interrogante del conocimiento de Dios y el conocimiento de nosotros mismos, y cómo los dos están conectados, incluso inseparables. Después de todo, Calvino observa, por un lado, «nadie puede verse a sí mismo sin volver inmediatamente sus pensamientos a la contemplación de Dios», y por otro lado, «queda claro que el hombre nunca logra un claro conocimiento de sí mismo a menos que haya visto primeramente el rostro de Dios, y luego descienda de contemplarlo para estudiarse a sí mismo». Nota la principal preocupación de Calvino aquí, no es una teoría abstracta acerca de una deidad impersonal, sino el lidiar seriamente con la relación entre Dios y el hombre. Por tanto, si la pregunta fundamental de Lutero era: «¿Qué debo hacer para ser salvo?», las preguntas básicas de Calvino eran dos, e incluso más fundamentales: «¿Quién soy? ¿Y quién es Dios?». Allí, Calvino demostró una aguda percepción de la naturaleza humana. Creía que todos los seres humanos tenían en ellos la «semilla de la religión», y la necesidad de adorar algo o a alguien. Esto conduce a la idolatría y al amor y la adoración del yo, o bien a la piedad y al amor y la adoración de Dios.

De nuevo, la respuesta de Calvino a esta segunda pregunta acerca de la naturaleza de Dios es con frecuencia malentendida. Aunque Calvino es amplia y justamente conocido por su énfasis en la soberanía de Dios, esto no brinda el panorama completo. Para Calvino, la soberanía de Dios apunta a la majestad y la gloria de Dios. En palabras de Calvino: «Aunque Dios no carezca de nada, aun así el principal propósito que tenía al crear a los hombres era que su nombre fuera glorificado en ellos… Y de no ser así, ¿en qué se convertirían las muchas evidencias de la Escritura en las que se nos dice que el fin soberano de nuestra salvación es la gloria de Dios?».

Calvino vio la gloria de Dios manifestarse más vívidamente en la obra de Cristo al asegurar nuestra salvación. Como nuestro sustituto que sufrió el castigo de la muerte que merecíamos por nuestros pecados. Cristo sirvió como el único Mediador suficiente entre un Dios santo y los hombres pecaminosos. Esta es la razón por la que Calvino centró su enfoque en la elección de Dios en la salvación, no como una forma de autosatisfacción para los cristianos arrogantes o complacientes, sino más bien por una preocupación pastoral, para asegurar a los cristianos ansiosos la absoluta fiabilidad de Dios en salvarlos. ¿Y quiénes son los «escogidos»? Aunque esto no puede saberse con certeza o finalidad por simples humanos aquí en la tierra, Calvino creía que existen tres medidas que brindan una guía útil para discernir quién es probablemente salvo: la participación en los sacramentos del bautismo y la Cena del Señor, una vida moral justa y una profesión de fe pública.

El hincapié de Calvino en la gloria y la soberanía de Dios en la salvación, lo condujo naturalmente a un gran amor por la Iglesia como el cuerpo de Cristo aquí en la tierra. Yendo más allá de la preocupación de Lutero por la justificación, Calvino también se centró en la santificación, o la responsabilidad del creyente de vivir una vida nueva y santa en agradecimiento a la gracia de Dios. Aquí, la Iglesia fue clave para Calvino, tanto como una ayuda en la santificación como una muestra al mundo de la gloria de Dios al santificar a un pueblo. Él diferenciaba a la Iglesia invisible, que incluye a todas las personas de todos los tiempos que han sido salvas por Cristo, de la Iglesia visible, que es la manifestación local particular del cuerpo de Cristo. Siempre ha habido y habrá tensión entre la Iglesia invisible, compuesta por todos los elegidos y que solo puede ser conocida por Dios, y la Iglesia visible, esas congregaciones locales cuyos miembros generalmente incluyen tanto personas creyentes como no creyentes. Calvino esperaba que la Iglesia visible reflejara lo más posible a la Iglesia invisible, e identificó dos características distinguibles de una verdadera iglesia visible: la correcta predicación de la Palabra y la correcta administración de los sacramentos. Si esto se sigue fielmente, el evangelio florecerá.

  1. Conclusión

En 1564, para el momento de la muerte de Calvino, había quedado claro que la Reforma no era una mera fantasía o disturbio local. Fue una época monumental en varios frentes, como una agitación social, una revolución política, una renacimiento académico y, sobre todo, una recuperación del evangelio. Tampoco se limitó al Wittenberg de Lutero, la Zúrich de Zuinglio, o la Ginebra de Calvino. Los ideales y doctrinas de la Reforma se difundieron rápidamente a lo largo de toda Europa, en ocasiones, arraigándose en campos fértiles y acogedores; otras veces, encontrando gran resistencia y violenta persecución. En décadas, las iglesias reformadas o luteranos llegaron a predominar en Suiza, Alemania, los países escandinavos, Holanda, partes de Francia, Inglaterra y Escocia, en los que nos centraremos la próxima semana. La Reforma también desencadenó movimientos más allá de su control, y más allá de la imagen de los reformadores originales, ya que grupos como los anabaptistas llevaron ciertas ideas de la Reforma aún más lejos, y a menudo excediéndose, separándose de la sociedad y entre sí. Aunque estas divisiones y errores sirvieron como recordatorios de la persistencia del pecado, los cristianos entonces y ahora podemos regocijarnos en que Dios se mantuvo fiel a sus promesas, proclamó su evangelio, y preservó a su pueblo.

 

[1]Timothy George, Theology of the Reformers (Teología de los reformadores) (Nashville, Tenn: Broadman Press, 1988), 115.

[2]Ibid., 131.

[3]Ibid.

[4]Ibid., 149.

[5]Ibid., 132.

[6]Ibid., 134.

[7]Juan Calvino, Institutes of the Christian Religion (La institución de la religión cristiana) ed. John T. McNeill, trans. Ford Lewis Battles, The Library of Christian Classics, v. 20-21 (Louisville, KY: Westminster John Knox Press, 2006), ii.

[8]Roland Herbert Bainton, The Reformation of the Sixteenth Century (La reforma del siglo XVI), Enl. ed (Boston: Beacon Press, 1985), 118.

[9]Bruce Gordon, Calvin (Calvino) (New Haven: Yale University Press, 2009), 64–65.