Clases esenciales: Historia de la Iglesia

Historia de la Iglesia – Clase 6: Martín Lutero y la Reforma Protestante

Por CHBC

Capitol Hill Baptist Church (CHBC) es una iglesia bautista en Washington, D.C., Estados Unidos
Artículo
23.08.2019

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Clase esencial
Historia de la Iglesia
Clase 6: Martín Lutero y la Reforma Protestante


«…sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo, nosotros también hemos creído en Jesucristo, para ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la ley, por cuanto por las obras de la ley nadie será justificado» Gálatas 2:16.

  1. Introducción: La necesidad de la reforma de la Iglesia

Pasamos la última vez hablando acerca de los diferentes esfuerzos medievales de reforma. Vimos a papas y emperadores tomar el control de la Iglesia e intentar forzar una reforma de arriba hacia abajo; y vimos a monjes trabajar para cambiar sus vidas personales y reformar a la Iglesia de abajo hacia arriba.

Lo que ambos intentos de reforma compartieron (pese a sus métodos ampliamente diferentes) fue la creencia de que podían arreglar a la Iglesia, reparando los problemas morales del clero y del pueblo.

Todos hemos visto e intentado esto en nuestras vidas, cuando tenemos problemas, nos enfrentamos a ellos como si fueran solucionables si nos convertimos en mejores personas; si podemos aprovechar el lado bueno de nuestra voluntad, podemos orientarnos mejor y resolver los problemas de nuestras vidas.

En última instancia, sabemos que eso no funciona. Necesitamos la gracia santificadora de Cristo para cambiar verdaderamente. Como veremos, eso es lo que Lutero también llegó a comprender.

A. La decadencia moral

Como hemos visto en clases pasadas, la teología de la Edad Media fue, en general, bastante mala. Así como lo fue la corrupción moral del papado.

Los papas comenzaron a comprar y vender cargos eclesiales e impuestos a los miembros de la Iglesia, (las mismas cosas por las cuales los papas de la Temprana Edad Media habían emprendido la guerra).

La superstición y la idolatría no eran sancionadas, al contrario, eran promovidas activamente por el clero.

Se alentaba a la gente común y al clero a venerar las dudosas «reliquias» de los santos, incluidas las supuestas astillas y clavos de la Cruz, e incluso pedazos de hueso y cabello de los apóstoles. La barba de Noé, la mesa donde se comió la Última Cena, el aguijón en la carne de Pablo, etc.

Los líderes de la Iglesia enseñaban, y la gente creía, que poseer o incluso ver estas reliquias, más la compra de indulgencia, podía mitigar el castigo del pecado y liberarte de años en el purgatorio.

B. Las indulgencias

La venta de indulgencias se convirtió en el punto focal de debates y discusiones, ya que reunía muchos de los problemas de la Iglesia en una práctica despreciable. Entonces, ¿qué es una indulgencia?

Está práctica se basa en la idea del purgatorio. ¿Qué es el purgatorio?

Comienza con Orígenes y Clemente de Alejandría en el siglo III d. C. Ellos hicieron la pregunta: «¿Cómo podemos ser perfectos en el cielo si somos tan pecaminosos aquí?». Ellos especularon (y es importante que simplemente especularan aquí) que quizá existía un lugar intermedio donde nuestros pecados son purgados para que estemos listos para comparecer ante la perfecta presencia de Dios.

Como sucedía con bastante regularidad, lo que la Iglesia primitiva especulaba, la Iglesia medieval lo convertía en doctrina, enseñando que el purgatorio era el lugar donde tu pecado restante era quitado, a menudo a través de un largo y doloroso proceso de purificación. Puedes leer la obra Purgatorio de Dante para obtener una imagen de esta idea en la práctica.

Las personas estaban comprensiblemente angustiadas por esta idea, y querían saber cómo podrían salir de allí. Después de un poco de discusión, la Iglesia declaró que podías remover tu pecado en esta vida con trabajo duro y buenas obras. Algunos respondieron: «Por Dios, so no suena muy divertido, ¿existe otra manera?».

Luego de pensarlo más, la Iglesia declaró que algunas personas (los santos) eran más santos que otros, y contaban con excedente de buenas obras y mérito en sus vidas que podía transferirse a las personas, para ahorrarles algo de trabajo.

Por una tarifa nominal (y realmente era una tarifa nominal, el equivalente a unos pocos dólares en la actualidad, para liberar completamente a alguien del purgatorio) podías pagar para comprar una indulgencia, que transferiría el mérito de este tesoro a ti o a algún miembro familiar, y te sacaría del proceso de purificación.

Se creía que las indulgencias más poderosas (aunque éstas eran verdaderamente extrañas, e involucraban actos extremos como participar de las cruzadas) realmente podían comprar la salvación completa, esto no era la norma, pero rondó durante un tiempo.

La Iglesia rápidamente encontró que esta era una manera fácil y rápida de hacer dinero, y cuando el dinero era escaso, como lo era a inicios de los años 1500, la Iglesia envió a sus oradores más elocuentes y capaces para vender sus productos en Europa.

Un hombre llamado Johan Tetzel, tal vez el vendedor de indulgencias más exitoso y reconocido en los días de Lutero, resumió el principio en un tintineo: «Tan pronto como la moneda en el cofre suena, una alma del purgatorio al cielo vuela».

No es sorprendente que la venta de indulgencias trajera gran riqueza a la Iglesia. El lado positivo de las cosas fue que la entrada de dinero implicó la construcción de nuevos edificios (especialmente el de San Pedro en Roma) que comenzaron a surgir en toda Europa, grandes obras de arte fueron comisionadas, y las becas florecieron cuando la Iglesia patrocinó el trabajo de algunos de las mejores mentes de la época, incluido el artista Miguel Ángel y el erudito Erasmo. La desventaja era que, en el mejor de los casos, los pastores estaban abandonando el rebaño, y en el peor de los casos, estaban predicando un falso evangelio.

Para este tiempo, casi todos entendían la necesidad de una reforma en la Iglesia, pero ¿cómo? Una y otra vez, nuevos papas asumían cargos prometedores, pero era en vano. Se sentían frustrados por la corrupción arraigada o eran víctimas de ella. Como vimos la última vez,  los repetidos esfuerzos por forzar a la Iglesia a cambiar de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba fracasaron miserablemente.

El día de hoy, veremos al hombre en el que primero pensamos cuando hablamos de la Reforma de la Iglesia: Martín Lutero.

  1. El humanismo

Antes de conversar acerca de la reforma de Lutero, quiero dedicar algunos minutos para hablar acerca de lo que hizo que la reforma de Lutero fuera posible: un movimiento que estaba comenzando a extinguirse en la época de Lutero, llamado «humanismo».

El año más trascendental para los humanistas (y para el resto de nosotros) fue 1453. En 1453, la ciudad de Constantinopla fue conquistada por las tropas musulmanas de Turquía. Este fue un acontecimiento crítico en la historia occidental por muchas razones, la más importante para nuestros propósitos es que las universidades y escuelas en Constantinopla cerraron como resultado de esta conquista, y los profesores empacaron sus libros y se mudaron al Oriente.  (En realidad, habían estado haciendo esto durante mucho tiempo a medida que los musulmanes se fortalecían  y Constantinopla se debilitaba).

Esto se conoce como «el vuelo de los eruditos», y el resultado es que repentinamente en toda Europa occidental, textos griegos y latinos que habían sido olvidados o perdidos estaban súbitamente disponibles para su investigación y estudio. Combinado con el desarrollo de la imprenta en 1440, estos manuscritos y documentos fueron rápidamente copiados y difundidos en toda Europa.

Y las primeras personas en aprovechar verdaderamente este Renacimiento en Occidente fueron los humanistas. El gran nombre para nuestros propósitos es Erasmo de Róterdam.

Erasmo fue fácilmente el erudito más brillante de su época, y ciertamente uno de los más brillantes de cualquier época. Escribió una serie de libros y comentarios, la mayoría de ellos son excelentes y dignos de ser atendidos, el mejor generalmente se acepta como El elogio de la locura, en el cual Erasmo ensarta a aquellas personas que se toman demasiado en serio la vida.

Entonces, hasta ahora hemos hablado de todo esto de la Reforma de la Iglesia, ¿cómo arreglamos la Iglesia? Lo que Erasmo dice es que debemos ir, y este es el gran clamor del humanismo, ad fontees: «a las fuentes». Tenemos que regresar a la Escritura. No podemos intentar forzar una reforma de arriba hacia abajo o viceversa siempre que las herramientas que todos usamos sean estas tradiciones y rituales inventados que nada tienen que ver con la Escritura. Debemos regresar a los textos originales, cosa que ahora podemos hacer por el vuelo de los eruditos.

Para ayudar con esto, Erasmo comenzó a recopilar textos y copias de la Biblia,  y en 1516, publica la primera edición del Nuevo Testamento griego (Lutero usaría ediciones posteriores para su traducción al alemán).

Esa es la contribución de Erasmo y la contribución del humanismo a la Reforma. Debo señalar que Erasmo mismo era un poco cobarde, por lo que nunca se unió a la Reforma, en cambio, jugó con algunas de las ideas de la Reforma y con ella, fue excepcionalmente amigable especialmente con la Reforma suiza de la que hablaremos la semana siguiente.

Pero cuando la presión llegó y Erasmo fue amenazado con la excomulgación por la Iglesia católica, rápidamente afirmó su fidelidad a la Iglesia y pasó el resto de su vida luchando a medias contra Lutero, e intentando esconderse tras una pared de humor. Lutero dijo que Erasmo era como Moisés, que pudo llevar al pueblo de Dios a la frontera de la tierra prometida, pero que no pudo entrar él mismo.

  1. Martín Lutero: Vida (1483-1546)

Nació en Alemania el 10 de noviembre de 1483. Su padre desdemuy temprano planeó que asistiera a la universidad para convertirse en abogado. Desde su juventud, Lutero fue profundamente religioso. Creció bajo la enseñanza de la Iglesia, y pasó la mayoría de sus primeros años con un miedo mortal al juicio divino y al diablo en el infierno. Cuando tenía 22 años, se vio atrapado en una tormenta y fue arrojado al suelo por un rayo. Aterrorizado, Lutero clamó: «Santa Ana, ¡ayúdame! ¡Me convertiré en monje!». Como no murió en la tormenta, cumplió su palabra y abandonó la facultad de derecho para internarse en un monasterio agustiniano en Wittenberg, Alemania, y comenzó el largo camino hacia la mortificación de su pecado y su aptitud para el reino del cielo.

A. Lutero el monje

Ya en el monasterio, Lutero se convirtió en monje, dedicándose constantemente a las formas más rigorosas de oración, ayuno y obras. Sin embargo, a pesar de todos sus esfuerzos por ganarse el favor de Dios, Lutero nunca escapó del temor paralizante que lo había azotado toda su vida.

Lutero intentó todos los remedios recomendados por la Iglesia y sus superiores en el monasterio. Asistía a misa, veneraba a los santos y las reliquias, e incluso hizo una peregrinación a Roma, donde subió los escalones del tribunal de Pilato, besando cada paso a medida que avanzaba. Hizo todo lo que pudo para expiar su pecado, sin éxito.

Ninguna de estas prescripciones parecía funcionar. Lutero también intentó practicar penitencia por sus pecados, pero estaba convencido de que ninguna cantidad de penitencia era suficiente. Y en caso de poder realizar penitencia y contrición por todos los pecados en su mente, había innumerables pecados que no conocía, de hecho que no podía conocer. Lutero estaba convencido de que Dios era un juez espantoso esperando condenarlo. Su superior le aconsejó que buscara consuelo en Cristo, pero incluso Cristo parecía terrible de contemplar.

Lutero había descubierto que el pecado no puede ser derrotado convirtiéndose en moje y viviendo de acuerdo a las reglas establecidas por la Iglesia. Alrededor de ese tiempo, deseaba «nunca haber sido creado como ser humano». Así de profunda era la desesperación por su pecado.

Como monje con una conciencia particularmente activa, Lutero causó toda clase de problemas. Molestaba tanto a sus superiores como a sus compañeros monjes con sus incesantes confesiones de pecado. Un sacerdote al que visitaba regularmente, exasperado porque Martín llegaba para confesarse, se retiraba, y luego regresaba momentos después con otra pequeña debilidad, finalmente le dijo: «Mire, hermano Martín, si va a confesar demasiado, ¿por qué no hace algo que valga la pena confesar? ¡Asesine a su madre o a su padre! ¡Cometa adulterio! Deje de venir con tanta farsa y pecados falsos».

Por último, la Iglesia hizo lo que toda burocracia hace con las personas molestas de las que no puede deshacerse, lo promovió.

B. Lutero el profesor

El sacerdote supervisor de Lutero lo animó ampliamente a que se convirtiera en profesor de la Biblia en la universidad, trabajo que Lutero asumió con vigor. Su primer proyecto fue enseñar los Salmos.

Hizo esto sistemáticamente, examinándolos en orden numérico. Cuando llegó al Salmo 22, quedó estupefacto con la declaración: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?». Lutero entendía que se trataba del clamor de Jesús en la cruz, pero no entendía cómo podía ser eso posible. ¿Cómo puede ser Cristo desamparado? ¿El juez perfecto y justo? ¡Este es un grito que solo un pecador debería soltar! ¿Por qué venía del perfecto Hijo de Dios?

Después estudiar vigorosamente los libros de Romanos y Gálatas y los escritos de Agustín, Lutero estaba sorprendido con la conclusión de que debía ser que Dios hizo que el que no tenía pecado se convirtiera en pecado por nosotros, ¡para tomar nuestro pecado y ser tratado como si fuera suyo!

Esta comprensión de Dios enviando a Cristo para ser nuestro sustituto, para soportar el castigo de la muerte que nosotros merecíamos, sacudió a Lutero hasta la médula. El joven monje, angustiado y culpable ahora tenía un profundo sentido del perdón de Dios, no de trabajar para merecer la salvación, sino de una gracia libre e inmerecida.

Este entendimiento de que la salvación no procedía por las obras de penitencia, sino solo por la fe en el salvador crucificado se confirmaba aun más a medida que Lutero estudiaba el Nuevo Testamento y a los padres de la Iglesia.

Y debe hacerse hincapié en que Lutero y los otros reformadores no se consideraban innovadores, desarrollando un nuevo tipo de teología. Simplemente buscaban llevar a la Iglesia de vuelta a sus raíces, a la teología de los primeros padres de la Iglesia como Agustín, y más específicamente a la Biblia.

C. Lutero el reformador

Lutero comprendería más tarde lo radical que era esta declaración del evangelio en relación con la enseñanza aceptada de la época.

Ahora, enfrentaba el desafío inmediato de intentar reconciliar su comprensión de la salvación como el regalo gratuito de la gracia de Dios con la práctica de la Iglesia de vender indulgencias. El problema de las indulgencias solo había empeorado.

El papa Leo X, igual de corrupto y decadente como muchos de sus predecesores, quiso construir una opulenta iglesia nueva después de San Pedro, y comisionó una nueva ronda de indulgencias a la venta para pagar la construcción. El 31 de octubre de 1517, Lutero clavó una serie de 95 proposiciones a la puerta de la catedral en Wittenburg.

Estas 95 tesis, como rápidamente se conocieron, plantearon dos grandes puntos. Primero, si el papa realmente tenía tal control sobre el purgatorio y podía reducir el tiempo que alguien pasaba allí a través de las indulgencias, entonces ¿por qué no liberaba a todos de tan miserable lugar?

Segundo y más importante, Lutero sostenía que el remordimiento por los pecados no es algo malo, y que uno no debería buscar escapar de él reuniendo indulgencias, ya sea pagando dinero o visitando santuarios. De hecho, es precisamente esta tristeza la que nos lleva a arrepentirnos y confiar en Cristo.

La 95 tesis provocaron una respuesta inmediata y dramática. Toda Alemania fue arrastrada en la controversia. Lutero encontró que su causa estaba siendo abordada por otros eruditos (los humanistas disfrutaron especialmente la discusión que había comenzado), que compartían sus preocupaciones acerca de las corrupciones de la Iglesia y su afinidad por los textos originales, en este caso la Biblia.

Con la ayuda de la imprenta, las 95 tesis de Lutero circularon por toda Alemania, e incluso una copia se abrió camino hasta la cámara del papa Leo X.

En 1518, Lutero fue llamado a comparecer ante la Dieta de Augsburgo para responder por cargos de herejía. Lutero se rehusó a retractarse y declaró que el papa y los concilios de la Iglesia podían equivocarse.

En 1520, Lutero publicó  una serie de libros y tratados que atacaban al papa y explicaban sus posiciones. El más incendiario y consecuente de ellos se tituló La cautividad babilónica de la Iglesia. En él, Lutero alegó que el papado era el reino de Babilonia que había arrastrado a la Iglesia al cautiverio, así como los hijos de Israel habían sido exiliados en Babilonia siglos antes.

También afirmó que únicamente el bautismo y la comunión eran verdaderos sacramentos instituidos por Cristo en el Nuevo Testamento, y negó que los otros cinco sacramentos administrados por la Iglesia católica romana (la confirmación, la confesión, el matrimonio, la ordenación, y los últimos ritos) fueran sacramentos. En todo caso, los veía como supersticiones, manipuladas por una iglesia corrupta que afirmaba que solamente sus prácticas podían transferir la gracia y mediar entre Dios y el hombre.

Lutero señaló que la efectividad de los sacramentos no dependía de que la Iglesia los administrara, sino de la fe del receptor. En otras palabras, que la comunión solo es verdadera comunión si la persona que la recibe realmente cree en Cristo, no si los elementos han sido transformados místicamente por el sacerdote. Los sacramentos son un regalo de Dios a su pueblo, no poderes mágicos controlados por autoridades eclesiales corruptas.

Este era el desafío más fuerte al que se había enfrentado el catolicismo medieval. Había peleado guerras con el islam por territorios, y había tenido conflictos con los emperadores romanos por la relación entre la autoridad civil y la autoridad de la Iglesia, pero ahora el centro mismo de la autoridad de la Iglesia había sido negado. Si la Iglesia no podía controlar la aplicación de la gracia de Dios a través de sus diversos sacramentos, ¿podría la gente confiar en ella o incluso continuar apoyándola?

No es sorprendente que La cautividad babilónica de la Iglesia llamara la atención del angustiado papa Leo X, quien emitió una bula (mandato escrito), la Exsurge Domine. La declaración comenzaba con una cita de los Salmos: «Levántate, oh Dios, aboga tu causa; un jabalí ha entrado en tu viña». La bula le dio a Lutero 60 días para someterse al papa. El último día, Lutero celebró el vencimiento del tiempo límite quemando la bula y una serie de escritos que apoyaban afirmaciones papales.

Como hemos vimos tantas veces en el pasado, el Sacro Emperador Romano intentó entrar en la refriega. Carlos IV, quien se convertiría en el monarca más poderoso entre los emperadores romanos y Napoleón, convocó a Lutero a comparecer ante la Dieta de Worms, el 17 de abril de 1521.

Al llegar, Lutero recibió una pila de sus libros y se le ordenó renunciar a ellos. Antes de que Lutero pudiera responder, el emperador detuvo la procesión y exigió la revisión de los libros, ¡había tantos de ellos que no podía creer que un solo hombre los hubiese escrito! Lutero que le gustaría algo de tiempo para pensar.

Se le dio un día, después del cual respondió ante la corte que no podía retractarse porque había tres juegos de libros en la mesa, uno era del que todos, incluida la Iglesia católica, habían coincidido ser sólido y útil, por lo que no podía retractarse sin condenarse a sí mismo.

Otro juego en el que su personalidad se había apoderado y había sido demasiado duro con sus oponentes, y contra tal dureza se retractó con gusto. Y un tercer juego que denunciaba los males de la época, del que tampoco podía retractarse con buena conciencia. El fiscal (creo que con bastante razón) acusó a Lutero de tanta palabrería y exigió una respuesta directa. Lutero respondió:

«Dado que Su Majestad y sus señorías desean una sencilla respuesta, daré una respuesta sencilla, la daré de esta manera ni con cuernos ni dentellada. A  menos que se me convenza por el testimonio de las Escrituras o por la clara razón (porque yo no acepto la autoridad de los papas ni de los concilios, ya que se han contradicho los unos a otros), mi conciencia está atada a la Palabra de Dios. Yo no puedo ni me retractaré de nada, ya que no es seguro ni correcto ir en contra de la conciencia. Dios ayúdame. Amén».

Como dijo un erudito: «Con estas palabras, nació el protestantismo». Y nació cimentado en la Biblia como la suprema y máxima autoridad.

La doctrina de Lutero fue condenada, pero recibió cuarenta días para regresar a casa. Luego de eso, cualquiera podía entregarlo a las autoridades para ser quemado. Sin el conocimiento de Luter, su príncipe, Federico el Sabio, hizo planes para proteger a Lutero. De regreso a casa, Lutero fue secuestrado por los hombres de Federico y llevado a su castillo en Wartburg, para pasar allí el próximo año escondido.

A pesar de luchar con la depresión, Lutero consiguió ser extraordinariamente productivo. En su estadía en Wartburg, escribió muchas obras importantes, incluyendo la traducción alemana de la Biblia que aún se celebra en la actualidad por su precisión y elegancia del lenguaje.

Mientras estuvo allí, Lutero sufrió un grave ataque psicológico y espiritual, enfrentando una y otra vez el desafío mental de su conciencia: «¿Realmente eres el único que sabe? ¿Quién eres tú para enfrentar a tantos hombres sabios?». Y, por supuesto, el desafío espiritual de su propio pecado. Habiendo removido todos los medios aceptados por la Iglesia para responder al pecado, a Lutero no le quedó de otra que recurrir a Cristo.

Esto, creyó, lo abrió a un intenso ataque espiritual, incluyendo visiones que él creía eran del diablo, dolores de conciencia pecaminosos y voces que lo desafiaban en sus momentos más débiles, hasta que finalmente, en un estado de desesperación, arrojó su tintero hacia donde pensaba que provenía la voz y declaró que había sido perdonado por la sangre de Cristo. Todavía puedes visitar el lugar de la famosa mancha de tinta en Wartburg aunque, claro está, en los últimos 500 años tiene que haber sido retocado un poco.

De vuelta en Wittenburg, los seguidores de Lutero llevaron a cabo reformas concretas de la Iglesia en base a las enseñanzas de Lutero. El día de Navidad, en el año 1521, uno de estos ministros celebró una misa de acuerdo con la nueva moda: vestidos de civil, sin mencionar el sacrificio, y en lengua alemana. Por primera vez en sus vidas, las personas escucharon en su propio idioma las palabras: «¡Este es mi cuerpo!». En la misa, la ostia se le entregó a la gente en lugar de ser colocada en sus lenguas. En Wittenburg, sacerdotes y monjes comenzaron a casarse, y Lutero hizo lo mismo en 1525 cuando, de manera adecuada, este exmonje se casó con Katherine, una exmonja.

Desde 1517 hasta 1525, en las palabras de un erudito, Lutero fue «el hombre más respetado y el hombre más odiado en Europa». Durante las próximas dos décadas, hasta que falleció en el año 1546, Lutero mantuvo un perfil más bajo, y continuó pastoreando y escribiendo prolíficamente, ensayos, sermones e incluso himnos.

Participó en numerosos debates teológicos con los principales pensadores de la época. Sostuvo una larga discusión con Erasmo acerca de la naturaleza de la libertad humana y los efectos de nuestro pecado en nuestra incapacidad de escoger a Dios por nuestra cuenta. Estos ensayos han sido recopilados en un libro maravilloso titulado La esclavitud de la voluntad, que sigue impreso.

Más tarde, escribió algunas sentencias particularmente duras y desafortunadas contra los judíos, y pidió que fueran expulsados de la tierra. Aunque Lutero parece haber estado enojado por informes de que los judíos estaban tratando de persuadir a los cristianos para que abandonaran la fe, sus palabras dejaron un sabor amargo en una tierra donde el antisemitismo tendría una historia trágica y perversa.

Mientras tanto, los principios teológicos de la Reforma se difundían rápidamente a lo largo de Europa, y en las siguientes dos semanas, veremos sus efectos en Suiza e Inglaterra.

  1. Martín Lutero: Doctrina

Entonces, ¿qué enseñó este hombre que lo metió en tantos problemas? Brevemente, resumiré las cuatro doctrinas que volvieron locos a los católicos (y básicamente a todo el mundo). Si quieres saber más al respecto, he incluido algunas lecturas adicionales en el reverso de tu folleto.

A. La justificación solo por la fe

Si se demuestra que nuestras mejores obras en realidad son pecaminosas, entonces no podemos confiar en ellas para que sean los medios a través de los cuales somos salvos. ¿Cuál es, entonces, el medio por el cual se nos aplica el evangelio? Lutero respondió esta pregunta en su estudio de Romanos 1: «El justo por la fe vivirá». Allí, Lutero encuentra su respuesta, el medio a través del cual Dios toma nuestro pecado y lo clava a la cruz, y toma la justicia de Cristo y la aplica a nosotros es la fe, y solo la fe. Lutero llama a esto «el dulce intercambio», y Lutero llama a la justificación solo por la fe «el resumen de toda doctrina cristiana, por la cual la Iglesia se mantiene firme o cae».

Lutero estaba tan convencido de esto que en su traducción de la Biblia al alemán, agregó una palabra al versículo, de modo que dice: «El justo solo por la fe vivirá», lo cual es teológicamente correcto, pero algo terrible que se le hizo la Palabra de Dios… Así que, el justo vive por la fe y solo por la fe. En la práctica, ¿qué significa esto para nuestras vidas? Cuando somos liberados de la carga de la ley, tanto en términos de su condenación como en términos de requisitos de imposición en nuestras vidas para hacernos virtuosos, entonces, ¿cómo debemos vivir? La respuesta de Lutero fue: Como sea que queramos, siempre que no pequemos.

B. La teología de la gloria/la teología de la cruz

Gálatas 2:16 culmina con la declaración: «por cuanto por las obras de la ley nadie será justificado». ¿Alguna vez has pensado realmente en lo que eso significa? ¡Pablo aquí no está hablando del pecado, está hablando de lo que normalmente llamaríamos virtud! Cuando Lutero leyó este versículo y otros similares, sintió mucha angustia, porque lo que Pablo estaba diciendo es que nuestros mejores esfuerzos de ser buenos no nos salvarán.

Así, Lutero llegó a la conclusión de que nuestra salvación no es una combinación de Cristo en la cruz pagando por nuestro pecado y de nuestras obras (ya sea cosas positivas, como dar a la caridad, o cosas negativas como nunca haber matado a nadie), la salvación no es un equipo entre la obra de Cristo y lo mejor que hay en nosotros.

Al contrario, Lutero alegó que nuestro mejor esfuerzo aun está lleno de pecado. La Biblia nos ordena amar a Dios y amar a nuestro prójimo, y luego nos dice que nuestros mejores esfuerzos de tal amor son pecaminosos.

Por supuesto, esto es terriblemente ofensivo para nosotros como seres humanos, no nos gusta que se nos diga que somos pecadores cuando sabemos que pecamos, y realmente nos disgusta que se nos diga que somos pecadores cuando creemos que estamos haciendo algo bueno. Eso se debe a que, según Lutero, somos inherentemente teólogos de la gloria, personas preocupadas por establecer nuestra propia justicia, sin importar lo pequeña que pueda ser. Haremos lo que sea por defender esa inherente chispa de bondad sobre la cual pensamos descansa nuestra salvación.

Contraria a esta teología de la gloria, Lutero sostuvo la teología de la cruz. La salvación llega cuando absolutamente todo lo que eres es reconocido como insuficiente, pecaminoso y es colocado en la cruz, tanto las cosas activamente pecaminosas como tus mejores intentos de virtud deben ser clavados en la cruz, y en su lugar debe recibirse la justicia de Cristo.

Lutero buscó y buscó un ejemplo que usar para explicar esto, hasta que un día, mientras estaba usando el baño en una torre en el castillo de Wartburg, vio por la ventana un campo cubierto de nievo (o así cuenta la historia), y tuvo su «experiencia en la torre», cuando la inspiración lo golpeó, y desde entonces se deleitó en describir el evangelio cristiano en términos de nosotros como montones de estiércol (de nuevo, no su palabra) y el evangelio como una limpia manta de nieve puesta sobre nosotros por la misericordia de Dios.

La pregunta es, ¿cómo aplicamos este evangelio a nosotros? Si no podemos ganarlo con buenas obras, ¿de qué manera lo tomamos y lo hacemos nuestro? Esta fue la segunda doctrina.

C. La libertad del creyente

Si Cristo ha logrado total y completamente todo lo necesario para la obra de salvación, si nuestro pecado es pagado y la ley plenamente obedecida, entonces ¿qué hacemos? La respuesta de Lutero es que mientras no estés pecando, puedes hacer lo que quieras. En esto estaba citando a Agustín: «Ama a Dios y haz lo que quieras». Así, por ejemplo, si nosotros como iglesia nos preguntamos si deberíamos tener un órgano o no, Lutero diría que, dado que la Biblia no instituye ninguna regla en relación con ese tema, podemos tenerlo o no tenerlo. (Lutero, por cierto, fue un gran defensor de la música de órgano, como probablemente puedes notar en Castillo fuerte es nuestro Dios). Somos libres, gracias al evangelio, para tener gozo en nosotros y en el mundo, no porque seamos individuos maravillosos, es por la cruz.

  1. El luteranismo

Después de la muerte de Martín Lutero en 1546, se levantaron otros hombres para guiar a la Iglesia luterana, entre ellos Philip Melanchthon, Andreas Osander, y Martin Bucer (aunque Bucer tenía un lado reformado también tenía un lado anglicano). Ninguno de ellos tuvo el mismo nivel de influencia, pero algunos (especialmente Melanchthon) tuvieron igual brillo e incluso mejor temperamento.

Lutero no quiso que sus seguidores fueran llamados luteranos, solo cristianos. Dijo:

«Lo primero que pido es que las personas no usen mi nombre, y no deberían llamarse luteranos, sino cristianos. ¿Qué es Lutero? La enseñanza no es mía. Tampoco fui crucificado por nadie. ¿Cómo es que yo, un gusano inmundo, llegué al punto en que la gente llama a los hijos de Cristo por mi malvado nombre?».

En 1580, se elaboró el Libro de la Concordia, que resume y define el luteranismo de una manera que la mayoría de los luteranos ya han acordado, por mucho que se hayan dividido sobre otros temas.

Desde 1618 hasta 1648, Europa se vio envuelta en una de las peores guerras de la historia, y no menos importante porque es increíblemente difícil descubrir qué estaba pasando en la tierra. Nominalmente, se trató de una guerra entre protestantes y católicos, llevada a cabo principalmente en Alemania, acerca de quién iba a controlar religiosamente a Europa continental.

Más realísticamente, también tuvo factores económicos, políticos y morales. El principal resultado de la guerra fue la completa devastación y despoblación de Alemania central, y la comprensión de que la división entre protestantes y católicos no se resolvería con la fuerza de las armas.

Otro resultado de esta guerra fue que el luteranismo no fue la secta protestante dominante, sino que dedicaron gran parte de su energía a la lucha y no gastaron casi nada en misiones o desarrollo teológico. Esto significaba que los anglicanos, los reformados y una nueva secta llamada los puritanos se adelantaron tanto en términos de números como de teología.

El luteranismo solo experimentó dos grandes expansiones en su historia (de nuevo, en gran parte debido a la Guerra de los Treinta Años). La primera fue hacia el norte, hacia Escandinavia a fines del siglo XVI. Esto fue muy afortunado para los luteranos, ya que significaba que cuando comenzara la Guerra de los Treinta Años, los suecos estarían del lado de los protestantes bajo una de las mentes militares y políticas más grandes que jamás haya existido, Gustavo Adolfo, quien esencialmente inventó la forma moderna de la guerra (que más tarde Oliver Cromwell copiaría en Inglaterra), y que a todas luces era un cristiano verdaderamente devoto.

La segunda gran expansión fue en una ola de inmigración de Alemania a los Estados Unidos a principios del siglo XVIII justo antes del Gran Despertar, lo que significa que Estados Unidos tiene una población considerable de luteranos, al menos en comparación con la mayoría de los otros países.