Evangelización

Evangelismo sin un llamado al altar

Por Aaron Menikoff

Aaron Menikoff es Pastor Principal de la Iglesia Bautista Mt. Vernon en Sandy Springs, Georgia.
Artículo
15.06.2017

Hace varios años, prediqué mi primer sermón como pastor de Mount Vermon Baptist Church. El ministro de música me detuvo antes del servicio con una pregunta. Él quería saber de qué forma yo haría el llamado al altar.

Estaba confundido. Antes de este domingo por la mañana, había estado en MVBC tres veces, y ni una vez vi a alguien hacer un llamado al altar. Asumí que la iglesia había decidido hace mucho tiempo atrás abandonar esta práctica. Estaba equivocado.

Resulta ser, que mi iglesia tiene una larga trayectoria de culminar el servicio con una petición de pasar al altar para unirse a la iglesia, comprometer su vida al Señor, o hacer una profesión pública de fe. ¡Los tres domingos que había asistido fueron excepciones a la regla! De hecho, muchos de los miembros habían llegado a ver el llamado al altar como el medio principal usado por la iglesia para alcanzar a los perdidos. Ellos veían el llamado al altar como un sinónimo del evangelismo.

¿Por qué no hacer un llamado al altar?

Confío en que muchas de las personas que hacen un llamado al altar tienen la mejor de las intenciones. A principios de los noventa, asistía a una iglesia cuyo pastor terminaba el servicio pidiendo a cada persona en la congregación que cerrara sus ojos e inclinara su cabeza. Luego, él invitaría a cualquiera que quisiera recibir a Cristo a levantar su mano y mirar hacia el pulpito. Durante treinta segundos el pastor escanearía el pasillo, observaría las manos levantadas, y en un tono calmado y tranquilo diría, «Sí, hermano, te veo. Bien, hermana, amén», y así sucesivamente. Creo que este pastor deseaba lo mejor para estos solicitantes.

No obstante, estoy convencido de que el llamado al altar hace más daño que bien. La práctica de garantizar a las personas la seguridad inmediata de la salvación—sin tomarse el tiempo de probar la credibilidad de su profesión—parece ser insensata en el mejor de los casos y escandalosa en el peor de ellos. No es prudente porque el pastor no puede conocer lo suficiente a la persona que él está a punto de afirmar como creyente. Es escandalosa porque reemplaza la puerta difícil y estrecha diseñada por nuestro salvador (Marcos 8:34; Mateo 7:14) con una puerta fácil y amplia diseñada por nosotros. Con la mejor de las intenciones, los practicantes del llamado al altar han dado a muchas personas no salvas la falsa confianza de que realmente conocen a Jesús.[1]

Pero eso no es todo. El llamado al altar tiene una tendencia a colocar el enfoque de la congregación en el lugar equivocado. Después de que la Palabra es predicada, tanto los miembros como los visitantes deberían examinar sus propios corazones. Todos deberían estar considerando seriamente cómo el mensaje los llama a responder. Pero el llamado al altar, irónicamente, tiende a producir la respuesta opuesta. En lugar de la autoexaminación, conduce a la examinación pública. La gente ve a los lados, preguntándose quién pasará al frente. Y si nadie se mueve, uno se pregunta, ¿fracasó el pastor? O lo que es peor, ¿se tomó Dios el día libre?

Estas son sólo algunas de las razones por las que pienso que no es sabio usar el llamado al altar para evangelizar.

Cómo evangelizar sin un llamado al altar

¿Cómo debería un pastor que rechaza el llamado al altar pensar sobre el evangelismo en un servicio público de adoración? Dicho de otra manera, ¿cómo es para un servicio de adoración corporativo estar marcado por un celo evangelístico? Aquí hay siete respuestas que procuro en los servicios que dirijo:

  1. Se sincero.

Se sincero. Aunque no hay nada más importante para un predicador que la fidelidad a la verdad del evangelio, la sinceridad debe estar en segundo lugar. Dios usa a hombres cuyos corazones están sumidos por la tragedia del pecado y la realidad de la salvación. Hasta que la doctrina de la sublime gracia de Dios se haya asentado en los huesos de un predicador, nunca saldrá de sus labios.

  1. Se claro sobre el evangelio.

Se claro sobre el evangelio. Cada pasaje de la Escritura es un texto del evangelio. Aunque en todo el libro de Ester, el nombre de Dios nunca se menciona, su trabajo está presente en cada página. Un pastor que quiere ver a pecadores ser salvos, enseñará fielmente la Biblia, mostrando a su congregación cómo la persona y obra de Cristo es el punto de cada texto.

  1. Llama a la gente a arrepentirse y a creer.

Llama a la gente a arrepentirse y a creer. Hay un momento en cada sermón de un pastor para que invite a los pecadores a encontrar esperanza en Cristo. Con frecuencia escucho sermones que terminan con un llamado a la gestión, un llamado al riego, un llamado a la fidelidad—pero ni una vez, un llamado a Cristo. El predicador debería de forma cuidadosa y apasionada instar a sus oyentes a arrepentirse y creer en las buenas nuevas, a someter sus vidas a Cristo el Rey.

  1. Crea un espacio para conversaciones de seguimiento.

Crea un espacio para conversaciones de seguimiento. Cuando predico el evangelio durante mis sermones, quiero que los incrédulos sepan que estoy ansioso por hablar más sobre la fe que acabo de compartir. Por tanto, me pongo a disposición después del servicio para hablar sobre el evangelio y sus implicaciones.

Otros pastores con los que he hablado, invitan a los solicitantes a una habitación especial después del servicio para orar o conversar. Spurgeon cedía cada martes por la tarde para aconsejar a los solicitantes y a los nuevos creyentes.[2] Como sea que decidas hacerlo, brinda a las personas la oportunidad de hablar más personalmente acerca de lo que acabas de predicar.