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Un evangelio sin infierno no es el verdadero evangelio

Por Greg Gilbert

Greg Gilbert es el pastor principal de Third Avenue Baptist Church en Louisville, Kentucky. Lo puedes encontrar en Twitter en @greggilbert.
Artículo
03.10.2017

Para algunos, el horror de la doctrina cristiana del infierno –que es un lugar de tormento eterno y consciente donde los enemigos de Dios son castigados– los ha llevado no solo a evitarlo, sino a negarlo enteramente. «Seguro», dicen ellos, «el infierno es una construcción ficcional utilizada para oprimir a las personas con el miedo; un Dios de amor nunca permitiría que tal lugar realmente exista». Por supuesto que este argumento tiene un poder emocional. A nadie, ciertamente a ningún cristiano, le gusta la idea del infierno. 

Al mismo tiempo, esta doctrina no es solo un pequeño detalle de la cosmovisión cristiana, algo que no tiene relevancia para la estructura de la fe en sí misma. Ni es la doctrina del infierno una verruga embarazosa, innecesaria y primitiva que creemos simplemente porque se nos dice que tenemos que hacerlo. 

Por el contrario, la doctrina y realidad del infierno hacen verdaderamente que la gloria del evangelio se convierta en un alivio para nosotros. Nos ayuda a entender lo grande que Dios realmente es, lo pecaminosos que realmente somos y cuán increíblemente asombroso es que él nos muestre gracia. Además, la realidad del infierno –si no la evitamos– nos enfocará, sobre todo, en la tarea de proclamar el evangelio a aquellos que están en peligro de pasar la eternidad allí. 

Con eso en mente, a continuación presento cinco declaraciones bíblicas sobre el infierno, que si las vemos como un todo, demuestran por qué el infierno es una parte integral del evangelio. 

  1. Las Escrituras enseñan que existe un lugar real llamado infierno. 

No voy a extenderme en este punto. Otros han argumentado con claridad cristalina a favor de esta realidad. Basta decir que los obispos medievales no inventaron la doctrina del infierno como una manera de asustar a los siervos; la obtuvieron de los apóstoles. Y los apóstoles no la inventaron para asustar a los paganos; la obtuvieron de Jesús. Y Jesús no la tomó prestada de los zoroastrianos para asustar a los fariseos; Él es Dios, así que Él sabía que es real, y lo dijo. Además, la realidad del infierno ha sido ya revelada en el Antiguo Testamento. 

En el nivel más básico, por lo tanto, si decimos ser cristianos y creer que la Biblia es la Palabra de Dios, tenemos que reconocer que la Biblia enseña la realidad del infierno. Pero eso no es todo. 

  1. El infierno nos enseña lo enorme que realmente es nuestro pecado. 

¿Alguna vez has escuchado a alguien hacer el comentario de que ningún pecado humano podría posiblemente merecer tormento eterno en el infierno? Es un comentario interesante, uno que revela mucho sobre el corazón humano. ¿Por qué es que cuando las personas piensan en el infierno siempre concluyen que Dios debe estar equivocado y no ellos? Puedes ver como la doctrina revela nuestros corazones: cuando consideramos nuestro propio pecado nuestra primera inclinación es siempre minimizarlo, protestar que no es tan malo y que Dios está equivocado en decir que merece castigo. 

La realidad del infierno se levanta como una refutación masiva a esa auto justificación. Los no cristianos siempre verán los horrores del infierno como una razón para acusar a Dios. Sin embargo, como cristianos que conocen a Dios como perfectamente justo y recto, debemos entender que los horrores del infierno realmente nos acusan a nosotros. Podemos querer minimizar nuestro pecado, excusarlo o tratar de discutir con nuestras consciencias. Pero el hecho de que Dios ha declarado que merecemos tormento eterno por nuestro pecado debería recordarnos que no son tan pequeños. Son enormemente malos. 

  1. El infierno nos muestra cuán inamovible e irreprochablemente justo es Dios. 

A través de la historia, las personas han sido tentadas a pensar que Dios es un juez corrupto, uno que pone a un lado las demandas de la justicia simplemente porque a él le gusta el acusado. «Todos somos hijos de Dios», dice el argumento. «¿Cómo podría Dios dictar una sentencia tan horrible contra algunos de sus hijos?». La respuesta a esa pregunta es simple: Dios no es un juez corrupto. Él es absolutamente justo y recto. 

Una y otra vez la Biblia trata este punto. Cuando Dios se revela a sí mismo a Moisés se declara compasivo y amoroso, pero también dice «que no deja al culpable sin castigo».  Los Salmos declaran que «la rectitud y la justicia son el fundamento de su trono». ¡Qué declaración tan asombrosa! Si Dios continúa siendo Dios, no puede simplemente dejar la justicia a un lado y poner el pecado bajo la alfombra. Él debe lidiar con él –de manera decisiva y con justicia exacta. Cuando Dios finalmente juzgue, ningún pecado recibirá más castigo que el que merece. Tampoco nadie recibirá menos de lo que merece. 

La Biblia nos dice que en aquel día, cuando Dios sentencie a sus enemigos al infierno, todo el universo reconocerá y admitirá que lo que él ha decidido es irreprochablemente justo y recto. Isaías 5 trata este punto con mucha claridad: «Por tanto el Seol ha ensanchado su garganta y ha abierto sin medida su boca». Es una imagen grotesca, la tumba ampliando su boca para tragar a los habitantes de Jerusalén. Y sin embargo por este medio Isaías declara: «Pero el Señor de los ejércitos será exaltado por su juicio,
y el Dios santo se mostrará santo por su justicia». Igualmente, Romanos 9:22 nos dice que, a través de los tormentos del infierno, Dios mostrará su ira y dará a conocer su poder para dar a conocer las riquezas en gloria a los objetos de su misericordia. 

Podemos no entenderlo totalmente ahora, pero un día el infierno declarará por sí mismo la gloria de Dios. Lo hará –aún en su horror– y testificará junto con el salmista, «rectitud y justicia son el fundamento de su trono». 

  1. El infierno nos muestra lo horroroso que la cruz realmente fue y lo grandiosa que es la gracia de Dios.

Romanos 3 nos dice que Dios propuso a Jesús como sacrificio de expiación «para demostrar su justicia». Él hizo esto porque en su paciencia dejó los pecados cometidos de antemano sin castigo. 

¿Por qué Jesús tuvo que morir en la cruz? Porque esa era la única manera en que Dios podía rectamente no enviarnos a todos nosotros al infierno. Jesús tenía que tomar lo que era debido a nosotros, y eso significa que él tenía que enfrentar algo equivalente al infierno mientras era colgado en una cruz. Eso no significa que Jesús fue de hecho al infierno, más bien significa que los clavos y las espinas fueron solo el comienzo del sufrimiento de Jesús. El verdadero peso de su sufrimiento vino cuando Dios derramó su ira sobre Jesús. Cuando cayó la oscuridad Dios no solo estaba cubriendo el sufrimiento de su Hijo, como algunos han dicho. Eso era la oscuridad de la maldición, la ira de Dios. Era la oscuridad del infierno, y en ese momento Jesús estaba enfrentando toda su furia – la furia de la ira del Dios Todopoderoso. 

Cuando entiendes la cruz a la luz de esto, comienzas a entender mejor lo magnífica que la gracia de Dios es hacia ti, si eres un cristiano. La misión de la redención que Jesús emprendió involucró un compromiso a enfrentar la ira de Dios en tu lugar, tomar el infierno que tú merecías. ¡Qué muestra tan maravillosa de amor y misericordia! Sin embargo, sólo verás y entenderás esta muestra de amor claramente cuando entiendas, aceptes y te estremezcas con el horror del infierno. 

  1. El infierno enfoca nuestra mente en la tarea de proclamar el evangelio. 

Si el infierno es real, y las personas verdaderamente están en peligro de pasar la eternidad allí, entonces no hay tarea más importante y urgente que hacer precisamente lo que Jesús les dijo a sus apóstoles que hicieran antes de ascender al cielo: ¡proclamar al mundo las buenas nuevas de que el perdón de los pecados es ofrecido a través de Jesucristo! 

Pienso que John Piper da en el blanco en una entrevista con Coalición por el Evangelio: «Es muy difícil renunciar al evangelio si crees que hay un infierno y que después de esta vida hay un sufrimiento eterno para aquellos que no creen en el evangelio». Existen toda clase de cosas buenas que los cristianos pueden hacer – y de hecho ¡deberíamos hacer! Pero el infierno es real, vale la pena mantenerlo en mente – mejor dicho, es imperativo que lo tengamos en mente. Lo único que los cristianos pueden hacer, que nadie más en el mundo puede hacer, es decirles a las personas cómo pueden ser perdonados de sus pecados, cómo pueden evitar pasar la eternidad en el infierno. 

 

Conclusión 

No hay duda de que la doctrina del infierno es horrible. La doctrina es horrible porque la realidad es horrible. Pero esa no es una razón para desviar nuestros ojos e ignorarla, mucho menos rechazarla. 

Hay algunos que piensan que, rechazando o ignorando la doctrina en su predicación hacen que Dios se vea más glorioso y amoroso. ¡Están muy lejos lograr su objetivo! Lo que realmente están haciendo es robando, inconscientemente, la gloria del Salvador Jesucristo, como si aquello de lo que él nos salvó fue… bueno, no tan malo después de todo. 

De hecho, la naturaleza horrible de aquello de lo que hemos sido salvados sólo aumenta la gloria de aquello para lo que hemos sido salvados. No solo eso, sino que conforme vemos más claramente el horror del infierno, veremos con más amor, más gratitud y más adoración al Único que enfrentó ese infierno por nosotros y nos salvó. 

 

Este artículo fue traducido por Samantha Paz.