Teología bíblica

¿Dónde está escrita tu historia? (Parte 2)

Por Michael Lawrence

Michael Lawrence es el pastor principal de la Iglesia Bautista Hinson en Portland, Oregon. Puede encontrarlo en Twitter en @pdxtml.
Artículo
07.08.2017

Basado en la importancia de los relatos y las historias para los seres humanos, Michael Lawrence recorre las Escrituras comenzando con la creación, con el objetivo de juntar la historia completa de la Biblia, de Génesis a Apocalipsis. Al hacer esto, espera que no solo comprendamos mejor la Biblia y su mensaje, sino que también nuestro lugar en ella y el futuro que nos espera; una historia ya escrita, pero no completada todavía.

A TODOS LES GUSTAN LOS RELATOS

Todas las personas aman los relatos. Ya sea que nuestro gusto se incline por Michener o Grisham, Shakespeare o Tolkien, la ficción o la no ficción, hay algo acerca de una historia bien contada que nos atrae.

Pero no solo es la atracción de la narrativa. Una buena historia está poblada de personajes cuyas vidas son como ventanas; ventanas hacia otro mundo, y ventanas hacia nuestro propio mundo interior.

Nuestras propias historias

Creo que esta es la razón por la cual amamos las historias de amor. Las historias nos ayudan a dar sentido a nuestro mundo y a nosotros mismos. De hecho, cuando quise que mi joven novia comprendiera cuánto significaba que se casara conmigo, un sureño de los Estados Unidos que había dejado el sur, pero que no había dejado de ser sureño, le leí historias de William Faulkner, Ferrol Sams y Joel Chandler Harris.

En nuestro mundo postmoderno, hemos sido alentados a abandonar la búsqueda de una narrativa que dé sentido a nuestras vidas y, en lugar de eso, deberíamos seguir con nuestras vidas, como cada uno lo quiera definir. Es más, si hallamos una narrativa que funcione, se dice que debemos guardarla para nosotros mismos. No deberíamos oprimir a otros con nuestra propia visión de la vida, aquello que tiene sentido para nosotros, nuestra metanarrativa.

Por supuesto, el problema con esta perspectiva de las cosas es que no funciona, y tampoco cuadra con nuestra experiencia. Seamos del oriente o del occidente, religiosos o no, todos damos sentido a nuestras vidas no solo leyendo historias, sino al contarlas; historias acerca del lugar de dónde somos, con quienes nos relacionamos y lo que hacemos. Y nuestras historias particulares toman un mayor significado cuando se conectan a las historias de otros.

«Soy un blanco norteamericano que creció en el sur del país en la época posterior a los derechos civiles».

«Soy un keniano que creció en la África Oriental posterior a la colonia».

«Soy un ex musulmán convertido al cristianismo».

«Soy de la tercera generación de chinos nacidos en los Estados Unidos».

Cada una de estas frases conecta una historia individual con una historia mayor; historias que nos definen, dan forma y proveen significado, propósito y orden a nuestras vidas.

La historia de Dios

Las historias más grandes que cualquiera de nosotros podría contar son las que nos conectan, no sólo con una familia, una nación o un grupo étnico, sino con Dios y el cosmos. Después de todo, no somos los únicos que cuentan una historia que da significado a la vida. En la Biblia, Dios cuenta una historia.

Ahora bien, cuando me refiero a una historia en la Biblia, no me refiero a que sea ficticia, como tampoco tu propia vida es ficticia. Lo que quiero decir es que la Biblia nos provee de una narrativa que tiene un principio, una parte media y un final. Es la narrativa de las palabras y acciones de Dios en la historia. Y no es solo una narrativa entre muchas. Es la narrativa de todo, porque comienza «momentos» antes del inicio del tiempo y termina en el «momento» después de la conclusión de la historia. Y, aunque la narrativa bíblica a veces se enfoca en una única familia, o incluso en un individuo, por el camino termina incluyendo en su historia la totalidad de la raza humana. Eso significa que mi historia y la tuya están dentro de esta narrativa.

Lejos de ser un antiguo texto religioso, de interés solo para anticuarios y eruditos, la Biblia es tan contemporánea como lo somos nosotros. Es más, nuestras historias nunca tendrán sentido sin comprender cómo encajan en la de Dios.

La tarea de la teología bíblica

La labor de la teología bíblica es comprender la Biblia como una única narrativa divinamente inspirada, una revelación del propósito y el plan de Dios para la humanidad que se despliega en tiempo y espacio. Más que solo teología que es bíblica, la teología bíblica intenta entender la revelación de Dios a medida que va desplegándose progresivamente en la historia culminando en la persona de Jesucristo. Trata de entender cómo el Antiguo Testamento nos apunta y nos prepara para el Nuevo, y cómo el Nuevo Testamento está contenido en el Antiguo.

Si tuviera que indicar un versículo que justifique estas declaraciones, podría mencionar Lucas 24:27: «Y comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían».

O quizás sería 1 Corintios 10:6, donde Pablo, refiriéndose a los eventos de Israel en el desierto dijo: «Mas estas cosas sucedieron como ejemplos para nosotros, para que no codiciemos cosas malas, como ellos codiciaron».

O tal vez sería Hebreos 10:1, donde el autor dice que el antiguo pacto fue una sombra que apuntaba a una realidad mayor: «Porque la ley, teniendo la sombra de los bienes venideros, no la imagen misma de las cosas, nunca puede, por los mismos sacrificios que se ofrecen continuamente cada año, hacer perfectos a los que se acercan».

Captas la idea. La teología bíblica intenta entender la Biblia entera como escritura cristiana que cuenta la historia de Cristo.

En las siguientes páginas, vamos a embarcarnos en una exploración de la teología bíblica y su aplicación a la vida de la iglesia. Mirando cinco temas diferentes de esta narrativa, comenzando con el tema de la creación, mi objetivo es juntar la historia completa de la Biblia, de Génesis a Apocalipsis. Al hacer esto, espero que no solo comprendamos mejor la Biblia y su mensaje, sino que también nuestro lugar en ella y el futuro que nos espera; una historia ya escrita, pero no completada todavía.

LA HISTORIA DE LA CREACIÓN

La primera cosa a notar acerca de la historia de Dios es que comienza con la creación y termina con una nueva creación. Nada más esto sugiere que la creación es crucial para entender quién es Dios y lo referente a él.

La historia comienza

«En el principio, creó Dios los cielos y la tierra» (Gn. 1:1).

Génesis 1 provee un panorama cósmico general. Todo cuanto existe viene a ser por el mandamiento de Dios.

Cuando pasamos a Génesis 2, la historia se centra en los detalles de la creación del género humano, el primer matrimonio y las responsabilidades confiadas al hombre y la mujer. Todo es bueno. Todo es perfecto. Todo es simplemente como debería ser.

Juicio mezclado con misericordia

Entonces, la tragedia golpea. Increíblemente, Adán y Eva se rebelan contra aquel que les dio el paraíso. En juicio y misericordia, Dios los lanza fuera de la perfección de su presencia en el jardín del Edén, a un mundo creado que ahora está maldito y caído.

La narración continúa avanzando y las cosas van de mal en peor, hasta que se nos dice que el Señor vio cuán grande era la maldad del hombre sobre la tierra, y que cada inclinación del pensamiento era mala todo el tiempo. Así que dijo Jehová: «Raeré de sobre la faz de la tierra a los hombres que he creado, desde el hombre hasta la bestia, y hasta el reptil y las aves del cielo; pues me arrepiento de haberlos hecho» (Gn. 6:5-7).

Lo que sigue después de estas escalofriantes palabras es el diluvio. Su día del juicio acerca del cual Pedro dijo: «por lo cual el mundo de entonces pereció anegado en agua» (2 P. 3:6). Pero es también un acto de recreación, al menos en parte. Una vez más, la tierra está desordenada y vacía y cubierta por las aguas del abismo (compárese con Gn. 1:2). Lo que es más, la tierra ha sido limpiada del pecado de la raza humana. Dios ahora comisiona a Noé y su familia tal y como lo había hecho con Adán. Haciendo eco de Génesis 1, les es dicho, «Bendijo Dios a Noé y a sus hijos, y les dijo: Fructificad y multiplicaos, y llenad la tierra. El temor y el miedo de vosotros estarán sobre todo animal de la tierra, y sobre toda ave de los cielos, en todo lo que se mueva sobre la tierra, y en todos los peces del mar; en vuestra mano son entregados. Todo lo que se mueve y vive, os será para mantenimiento: así como las legumbres y plantas verdes, os lo he dado todo». Un nuevo mundo – nuestro mundo actual – emerge y Dios, una vez más, pone límites entre la tierra y el mar.

Pero aunque el mundo está externamente limpio y recreado, internamente los corazones de los hombres y mujeres no han cambiado. Dentro de unos pocos años, el pecado separa a la familia de Noé. En Génesis, el orgullo maligno de la humanidad se reivindica una vez más, seguido por otro acto de Dios en juicio y misericordia: Dios confunde el lenguaje de los pobladores de Babel y los esparce a través de la faz de la tierra para aminorar el progreso de su maldad.

Más gracia, más rebelión

En este increíblemente bajo nivel de la historia con la humanidad no sólo alienada de Dios, sino permanentemente alienada consigo misma, la actividad creativa de Dios profundamente cambia el curso de la historia de la humanidad. Dios habla y crea, no un mundo, sino un hombre nuevo. Toma al pagano Abram y, con su irresistible llamado de amor, cambia su corazón y su nombre. Abram se convierte en Abraham, el hombre que le cree a Dios y le sigue. Dios entonces le promete al «sin descendencia» Abraham y su mujer estéril, Sara, que hará de su familia una gran nación. Entonces, de acuerdo con la promesa de Dios, no sólo conciben un hijo, sino que su nieto concibe doce hijos. Antes de mucho, no puedes contar a todos sus descendientes. De una simple pareja se han  multiplicado y fructificado y llenado la tierra en la cual Dios los puso.

La historia sigue su curso. Esta nación de los descendientes de Abraham, Israel, es esclavizada por otra nación. Y Dios envía su profeta, Moisés, para hablar las palabras de Dios a Faraón. Dios habla, Egipto es juzgado y la nación de Israel es liberada.

Solo que no eran precisamente una nación. Son más una amplia colección de tribus. En el Monte Sinaí, por eso,  Dios habla de nuevo. Al hablar audiblemente, Dios crea a su pueblo especial, sus elegidos de entre las naciones de la tierra:

«Y Moisés subió a Dios; y Jehová lo llamó desde el monte, diciendo: Así dirás a la casa de Jacob, y anunciarás a los hijos de Israel: Vosotros visteis lo que hice a los egipcios, y cómo os tomé sobre alas de águilas, y os he traído a mí. Ahora, pues, si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra. Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa. Estas son las palabras que dirás a los hijos de Israel… Y habló Dios todas estas palabras, diciendo: Yo soy Jehová tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre. No tendrás dioses ajenos delante de mí» (Ex. 19:3-6, 20:1-3).

Dios también prometió asentar a su pueblo Israel en la tierra que fluye leche y miel, un verdadero jardín del Edén, donde los una vez esclavos podrían finalmente reposar.

Increíblemente, es un pueblo rebelde, no solo una, sino vez tras vez (Ex. 32; Nm. 11-14, 16, 21, 25). Dios juzga a una generación entera, dejando que mueran en el desierto y recrea nuevamente la nación con sus hijos. Él los establece en su propia tierra, la prometida tierra de su reposo y eventualmente les levanta un gran rey, David, quien les da reposo de cada lado de sus enemigos. Pero una vez más, como generaciones antes de ellos, como Adán y Eva en el principio, la nación se revela. Esto los guía primero a la división y, finalmente, al juicio y al exilio. Esparcidos entre las naciones donde sus discursos no son entendidos, Israel ha recapitulado su propia historia como en los primeros once capítulos de Génesis.

Pero una vez más, la gracia creativa de Dios interviene. Un remanente de la nación es traída de regreso del exilio. El templo es reconstruido y los muros de Jerusalén restaurados (Esdras y Nehemías). Pero algo falta. El templo ha sido reconstruido, pero está vacío. Dios no está ahí. Los muros de Jerusalén pueden estar restaurados, pero el trono de David es una sombra de su antigua gloria, y pronto yace vacante.

La inauguración de una nueva creación

Hasta que un sorprendente día, el creador mismo aparece en forma de hombre. Haciendo eco de Génesis 1, Juan nos dice, «En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios. Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres… Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad» (Jn. 1:1-4, 14).

Ese Verbo era Jesús, Dios encarnado. En su vida, habló y los ciegos pudieron ver y los sordos oír. Y aunque los hombres malvados lo crucificaron y sepultaron, el Creador quien tiene vida en sí mismo no pudo ser retenido en la tumba. Jesús resucitó de los muertos y con su resurrección inauguró la nueva creación, una labor que continúa hasta hoy.

A través de su palabra, el evangelio, Jesucristo resucita muertos y los levanta a novedad de vida y los hace nuevas creaturas. (Ef. 2:1-9).

A través de su palabra, el evangelio, él llama a su pueblo a una nueva humanidad, una nación santa, que el autor de Hebreos, haciendo eco de Éxodo 19 y 20, llama la congregación de los primogénitos (He. 12:22-23).

A través de su palabra, el evangelio, Jesús el creador terminará su obra de una nueva creación. El mal y el pecado serán finalmente juzgados para siempre y el pueblo de Dios será purificado de toda su maldad y habitará con él para siempre en un nuevo cielo y una nueva tierra. Como Juan dijo, «Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más. Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido. Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron. Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas. Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas» (Ap. 21:1-5)

LOS TEMAS DE LA CREACIÓN

Conocer la historia de la creación es importante. Pero si nosotros, como predicadores intentamos aplicarla a nuestras vidas y a la vida de nuestra congregación, necesitamos entender qué significa.

Dios crea de la nada

Al pensar en el significado de la historia de la creación, varios temas aparecen. Comenzando con el siguiente: Dios creó todo de la nada.

  • Génesis 1:1: «En el principio creó Dios los cielos y la tierra».
  • Juan 1:3: «Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho».
  • Colosenses 1:16: «Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él».

Esto significa que Dios es el dueño de la creación – él la hizo, es suya. Sin importar lo que pensemos acerca de los mecanismos o el marco temporal de la creación, Dios creó todo, incluyéndote a ti y a mí.

Una de la implicaciones de esto es que él hace un reclamo muy claro a nuestras vidas. Esta es la razón por la cual hay tantos argumentos tan acalorados acerca de la evolución y el diseño inteligente. El debate público no es sólo una batalla por la integridad intelectual o la iniciativa científica. Es una batalla por independizarse de Dios. La ironía es que mientras la historia avanza, es esa libertad de Dios la que se torna en nada menos que esclavitud a cualquier cosa, entre ellas, nuestras propias pasiones, deseos y fracasos.

Dios crea por su Palabra

Pero Dios no solo creó de la nada, Dios también creó todo por su Palabra.

«Y Dijo Dios, “sea la luz”, y fue la luz» (Gn. 1:3).

Si tú y yo vamos a hacer algo, necesitamos materia prima con la cual trabajar. Todos tenemos que gastar esfuerzo y energía. Si es complejo, necesitaremos ayuda. No así Dios. En ningún momento Dios se frustró en sus planes creativos y diseño. Él no tuvo que luchar para crear nada, nunca ha necesitado la ayuda o cooperación de otros. Como dice Pablo en Romanos 4, «el cual da vida a los muertos, y llama las cosas que no son, como si fuesen». Dios crea todo al hablar.

Cuando la Biblia se refiere a la Palabra de Dios, no se está refiriendo necesariamente a una voz audible. La «Palabra» es la expresión de su sabiduría, poder y amor. La tenemos de manera escrita en la Biblia. Pero últimamente, como Hebreos 1 nos dice, «en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo» (He. 1:2). Juan dice lo mismo al iniciar su Evangelio: «En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios» (Jn. 1:1). Jesucristo es el creador de todo porque Jesús es la Palabra por la cual Dios crea.

Esto también significa que donde sea o quienquiera sea lo que Dios crea, si es luz o vida o vida espiritual, es un acto poderoso, de irresistible gracia. Nada fuerza a Dios a hablar. Pero cuando habla, cosas suceden. No solo se trata de la posibilidad de que cosas sean creadas. Las cosas son creadas. En ningún lugar se puede observar más vívidamente el poder de la gracia que en Ezequiel 37. Ahí Dios instruye a Ezequiel a hablar la Palabra de Dios a un valle de huesos muertos y secos en gran manera. Cuando lo hace, la vida entra en esos huesos y ellos se levantan.

Vemos lo mismo en el capítulo 11 de Juan. Jesús llama al cuerpo de Lázaro, y Lázaro se levanta y sale de la tumba.

Los huesos no le dicen a Ezequiel: «No quiero levantarme». Lázaro no le dice al Señor, «No, no ahora, regresa el año siguiente». No, cuando la voz de Dios resuena con poder creativo y lleno de gracia, ni siquiera la muerte puede resistir su poder.

Esta es la razón por la cual debemos predicar la Biblia expositivamente en nuestras iglesias. Podemos hacer muchos videos y danza y entretener a la gente. Podríamos escribir nuestras propias historias, o leer o hablar acerca de cosas muy profundas que otras personas han escrito, llenar nuestras iglesias con aquellos que están interesados en el cristianismo. Pero como heraldos de la Palabra de Dios, nuestra meta no es ni entretener ni estimular intelectualmente. En lugar de eso deseamos que la gente que está muerta en sus pecados halle la vida; que la gente que está espiritualmente ciega, vea. Y eso sólo lo hará la Palabra de Dios, mientras se predique el evangelio de Cristo Jesús. Predicador, ¿de quién es la voz que está escuchando el pueblo? Cristiano, ¿de quién es la voz estás escuchando?

Dios crea para su gloria

Hay un tema más en la historia de la creación que debemos notar y es que Dios crea todo para su gloria. Dios no necesita crear nada. No hay nada necesario en este universo. Pero en amor y gracia, él escogió crear todo de manera que su gloria sea el gozo y deleite de otros. Como declara Apocalipsis 4:11: «Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas».

Cualquiera que haya sido testigo de la majestuosidad del Gran Cañón, o haya sido testigo de un atardecer sobre el Pacífico, sabe lo que es ser conmovido por la naturaleza. Pero ¿has considerado la razón por la cual somos conmovidos por la naturaleza? El apóstol Pablo nos lo dice en Romanos: la creación despliega la majestad y el poder de Dios. La razón por la que la naturaleza nos conmueve es porque es una expresión de la gloria de Dios y fuimos creados para responder a esa gloria.

Pero eso no es todo, en Génesis 1 se nos dice que la creación de los seres humanos fue diferente del resto de la creación. A diferencia de los animales, la gente fue creada para reflejar el carácter mismo de Dios.

«Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó» (Gn. 1:26-27).

Este es el pináculo de la labor creativa de Dios. Así que, grande es la gloria de Dios que ha creado criaturas vivientes que llenan la tierra, no sólo con su vida o inteligencia, sino como reflejo de Dios mismo.

Esto es por lo que los seis días de la creación terminan con un séptimo día en el que Dios descansa, pero no porque esté cansado. Su creación está completa. El séptimo día es un día de coronación, un día de adoración en el cual Dios se sienta en su trono y recibe su propia gloria, manifiesta y desplegada a través de la labor de sus manos y especialmente a través de su imagen en la raza humana. Es notorio también que, a diferencia de los otros días, este día de adoración nunca termina.

¿Te ofende que nosotros y el resto de la creación existamos para la gloria de Dios? Ciertamente va en contra de todo lo que hay dentro de nosotros. Lo que necesitamos comprender es que esto significa que la historia de la creación es fundamentalmente una historia de amor. Dios no tenía que crearnos, pero lo hizo. Dios no tenía que crearnos como portadores de su imagen, pero lo hizo. Al hacerlo, nos dio una habilidad única: la habilidad de disfrutar de lo más alto, más hermoso, más deseable, la gloria de Dios. Dios mismo sólo ama nada más que su propia gloria. No hay nada mejor o sublime que amar. No hay nada más hermoso ante lo cual enamorarse. Del mismo amor, él te creó a ti y a mí para participar como portadores de su gloria. El resultado es que nuestra historia se introduce dentro de la más grande historia que se pueda llegar a conocer, la historia de interminable e insuperable de la gloria de Dios.

Mucha gente gasta mucha energía y angustia emocional tratando de comprender cuál es su propósito en la vida. La historia de la creación nos da la respuesta: nuestro propósito es «glorificar a Dios y disfrutarlo para siempre». Este propósito se halla en nuestra misma naturaleza, impresa en nuestros genes, impresa en nuestras almas como portadores de imagen. Entonces, ¿no es acaso cierto que una vida vivida con un propósito distinto, eventualmente se sentirá como una muerte? Lejos de limitar nuestra libertad o nuestro gozo, una vida vivida para la gloria de Dios es la única vida verdadera que hay. Aún más, es la gloria de Dios, nuestro valor inherente, lo que garantiza que Dios se interese en sus criaturas. ¿Quieres saber si Dios se interesa o no por lo que te sucede a ti, tu familia, tu iglesia? Considera que él te hizo para su gloria. Con tanto en juego, con tanta inversión, ¿cómo podría Dios no interesarse?

EL PROBLEMA DE LA CREACIÓN

Toda buena narrativa tiene tensión – un problema debe ser resuelto. ¿Sabes por qué? Creo que es por causa de la historia, la historia de la creación de Dios tiene un problema en ella, una tensión que necesita ser resuelta. El problema no es con Dios o su obrar en la creación. El problema somos tú y yo y nuestra pecaminosa rebelión contra Dios quien nos hizo.

Génesis 3 introduce el problema en la trama. El resto de la Biblia traza el desarrollo de la solución. Una y otra vez Dios es misericordioso hacia la gente que él creó y una y otra vez ellos responden con rebelión. No sólo es la historia de la Biblia, es la historia de nuestra vida.

La creación frustrada en su propósito

Si vamos a entender la historia de la creación, necesitamos entender el efecto que nuestra rebelión tuvo en ella. Para comenzar, por causa del pecado, la creación está frustrada en su propósito de desplegar la obra de Dios.

Pablo lo pone de esta manera en Romanos 8: «Porque la creación fue sujetada a vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa del que la sujetó en esperanza».

¿Quién sujetó la creación? Dios lo hizo. En respuesta al pecado de Adán y Eva, la creación no permanecería más en el puro estado de gloria de Dios. En lugar de eso, la creación sería el contexto de ambas cosas, el juicio de Dios y su ira contra nosotros. Lejos de ser el Jardín del Edén en continua expansión, el mundo se convirtió en un lugar de cardos y espinos, fatiga y frustración. Como Dios dijo a Adán, «Maldita es la tierra por causa de ti». Y no nos equivoquemos, la relación entre el ser humano y la tierra ha sido una relación de odio.

Por un lado, diseñada para nuestro disfrute y provisión abundante, la creación ahora rinde sus tesoros testaruda e insuficientemente. Por otro lado, creado para cultivar y guardar la creación, gastamos nuestras energías explotándola y somos cómplices de su degradación y destrucción. Mientras el poder de Dios todavía se despliega en la naturaleza, la naturaleza misma con frecuencia nos abate con desastres naturales y con su indiferencia imperdonable, dejando a incontables millones luchando por sacarle una vivienda en alguna inhóspita esquina del planeta. Aunque hay algunos interesados en cuidar de la naturaleza, muy frecuentemente ese cuidado es motivado no por la adoración a Dios, sino por la adoración a la misma naturaleza.

Lo que todo esto nos dice es que, a pesar de todo el bien y los esfuerzos correctos de la ciencia y la política para aminorar el sufrimiento humano, a pesar de todo el bien y los esfuerzos correctos de la industria por desarrollar y utilizar bien los recursos naturales, hasta que Dios no remueva su maldición, no habrá cielo en la tierra.

La creación sometida a muerte

Pero la maldición de Dios en la creación va más allá de la frustración de su propósito. Por causa del pecado, la creación ha sido sometida a muerte.

En ninguna parte la Biblia se sugiere que Dios creó toda vida para ser inmortal. De hecho, la presuposición de Génesis 1 y 2 es que no fue así. Sin embargo, la Biblia claramente sugiere que Dios creó a los seres humanos para vivir para siempre. También dice que la muerte entró después como juicio por nuestro pecado. Dios advirtió a Adán que si desobedecía, ciertamente moriría.

Y esa es precisamente la sentencia que Dios dio: «Porque la creación fue sujetada a vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa del que la sujetó en esperanza» (Ro. 8:20). Pablo lo pone de esta manera: «Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron» (Ro. 5:12).

Por perseguir nuestra propia gloria, en lugar de la gloria de Dios, lo que recibimos fue la ignominia de un agujero en el suelo.

Este mundo no funciona como se supone debería funcionar. Dios lo creó para ser un lugar de gozo; nosotros lo conocemos como un lugar de constante frustración. Dios lo creó como un hábitat para la vida, nosotros lo conocemos como un crisol de muerte. Dios lo creó para ser nuestro hogar, nosotros lo conocemos como nuestra tumba.

Estamos muertos espiritualmente y vamos a morir físicamente. Nada podemos hacer para cambiar eso y no podemos culpar a nadie, sino a nosotros mismos.

El creador muere

¿Fin de la historia? No tan rápido. Si así fuera, entonces, comamos y bebamos que mañana moriremos. Pero hay otro efecto que el problema del pecado tiene sobre la creación. Por causa del pecado, el Creador murió.

Toda gran historia tiene un sorprendente e inesperado cambio en la trama que nadie esperaba. Una vez más, esto es así porque Dios lo hizo así en la historia que ordenó. Contra toda esperanza y toda expectativa, Jesús, el Creador del universo, toma carne humana, vive una vida humana sin pecado y muere en una cruz romana.

¿Por qué lo hizo? Lo hizo para demostrar su amor por pecadores como tú y yo, para pagar nuestra deuda que él no adeudaba y que nosotros nunca podríamos pagar. Después de todo, ¿cómo cualquiera de nosotros podría enmendar nuestra rebelión contra el Dios infinitamente santo e infinitamente bueno? No tenemos excusa y no podemos deshacer lo que ya hemos hecho. Así que, en amor, Jesús, el Creador asumió mi naturaleza y culpa y pagó la deuda por su pueblo.

«Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros» (Ro. 5:8).

En Colosenses 1, luego de proclamar a Cristo como el supremo creador de todo, Pablo explica por qué el Hijo de Dios se hizo hombre.

«Por cuanto agradó al Padre que en él habitase toda plenitud, y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz. Y a vosotros también, que erais en otro tiempo extraños y enemigos en vuestra mente, haciendo malas obras, ahora os ha reconciliado en su cuerpo de carne, por medio de la muerte, para presentaros santos y sin mancha e irreprensibles delante de él; si en verdad permanecéis fundados y firmes en la fe, y sin moveros de la esperanza del evangelio que habéis oído, el cual se predica en toda la creación que está debajo del cielo; del cual yo Pablo fui hecho ministro» (Col. 1:19-23).

Las buenas noticias del evangelio es que aquel que nos hizo, quien está justamente airado con nosotros, también ha demostrado su amor por nosotros. En la cruz, el Creador de la vida, aquel que tiene vida en y de sí mismo, puso su vida para que pecadores como nosotros pudiéramos hallar vida una vez más, en tanto que nos arrepintamos de nuestro pecado y confiemos en la muerte sacrificial y resurrección de Cristo.

Esto es el sorprendente e inesperado cambio en la historia. Tú y yo no podríamos haberla inventado si lo hubiéramos intentado. Pero podemos confiar en él y una vez más ser atrapados en el amor de Dios en la historia de la creación.

EL DESTINO DE LA CREACIÓN

Hoy en día muchos consideran la creación y la historia como una caminata sin rumbo a través del tiempo, a la cual podría aplicarse la famosa frase de Shakespeare, «un cuento dicho por un idiota, lleno de sonido y furia, pero que no tiene significado».

Otros ven una lucha por la supervivencia, la reproducción y el avance evolutivo. Otros, influenciados por religiones orientales, ven un círculo, el ciclo de vida del rey león, repitiéndose interminablemente y encontrando significado en la repetición.

Pero la historia de la creación en la Biblia es diferente. La historia de Dios no es un ciclo, no es aleatoria y no es evolutiva, en lugar de eso está colmada de gracia. La historia de Dios tiene un destino, un objetivo, precisamente porque inicia con un propósito – el despliegue de la gloria de Dios. Y a pesar de nuestro pecado, Dios ha estado dirigiendo la creación a través de la larga marcha de la historia al destino que él ha preparado para ella. Ese destino tiene todo que ver con Cristo: El heredero de la creación y aquel por quien y para quien todas las cosas fueron hechas.

Nuevas criaturas

Para comenzar, es a través de Cristo que somos hechos nuevas criaturas.

Dios nunca ha abandonado su plan original. La tierra será llena con el conocimiento de la gloria de Dios como las aguas cubren el mar, y eso sucederá entre tanto la tierra sea llena con portadores que reflejen con exactitud la gloria de Dios. Sólo ahora, por causa de nuestro pecado, necesitamos ser recreados para cumplir el plan de Dios.

Aunque la familia de Abraham fue escogida externamente por Dios, sus corazones estaban – y nuestros corazones están – corrompidos y muertos en pecado. Ellos continuamente rompían el pacto de Dios y se mezclaban con el mundo, tal como lo habríamos hecho nosotros si Dios nos hubiera dejado en nuestro estado natural de separación de Cristo.

La historia de Israel, como nuestra historia personal, apunta a nuestra necesidad de que nuestro terco y pecaminoso corazón sea reemplazado por corazones ablandados por la Palabra y el amor de Dios.

Esto es lo que Jeremías prometió que el Mesías haría en Jeremías 31, y es lo que Jesucristo, de hecho, ha cumplido. A través de su palabra, el evangelio, Jesús resucita pecadores muertos en novedad de vida y los hace nuevas creaturas. Así lo escribe Pablo, «De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas» (2 Co. 5:17). En otro lugar, lo expresa de este modo:

«Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús, para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe. Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas» (Ef. 2:4-10).

La gracia de Dios hacia nosotros no viene porque hayamos decidido que necesitábamos nuevos corazones y lo hubiéramos pedido, como tampoco Adán pidió ser creado o Abraham pidió ser llamado por Dios. La gracia viene a nosotros por medio de Cristo porque Dios nos ama. Irresistiblemente, como un esposo que atrae a su amada, Dios cambia nuestro corazón, lo regenera, recrea nuestra misma naturaleza, de manera que en lugar de odiar a Dios y correr lejos de él, lo amamos y nos volvemos a él en fe y arrepentimiento. Como Juan dijo: «Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero» (1 Jn. 4:19). A través de Cristo, quienes hemos puesto nuestra fe en él hemos sido hechos nuevas creaturas.

El despliegue de la gloria de Dios

Pero no solo a través de Cristo y su gracia es que somos nuevas creaturas. En Cristo, somos una vez más el despliegue de la gloria de Dios.

Desplegamos la gloria de Dios al reflejar su carácter como nuevas criaturas. Pablo nos dice que somos hechura de Dios, creados en Cristo Jesús para andar en buenas obras. Cuando demostramos el fruto del Espíritu en lugar del fruto de la naturaleza pecaminosa, cuando amamos a nuestros enemigos, cuando perdonamos como Dios nos perdonó a nosotros, desplegamos la gloria de Dios.  Estas buenas obras no nos salvan, en lugar de eso, demuestran nuestra salvación, despliegan que hemos sido hechos nuevos. Si no vemos la gloria de Dios en vidas transformadas en la membresía de nuestra iglesia, entonces, necesitamos hacernos algunas preguntas difíciles acerca de nuestro ministerio como pastores y líderes. El ministerio del evangelio resulta en vidas que despliegan la gloria de Dios.

Pero no son sólo nuestras vidas cambiadas las que manifiestan la gloria de Dios. En nuestra unión con Cristo por medio de la fe, somos reconciliados y unidos a aquel que es la «imagen del Dios invisible», «el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia» (Col. 1:15; He. 1:3). Nos convertimos en su cuerpo, la iglesia. Y aunque venimos de toda tribu y lenguaje y color, estamos unidos en él como un solo pueblo de Dios, una sola raza, una sola nación. La confusión y la maldición de Génesis 11 han sido quitadas por Cristo.

En Cristo, muchos formamos un cuerpo y cada miembro pertenece a todos los demás (Ro. 12:5).

A través del evangelio los gentiles son herederos junto con Israel, miembros unidos de un cuerpo y participantes de la promesa en Cristo Jesús (Ef. 3:6).

En Cristo, la iglesia despliega la gloria de Dios, y las divisiones de este mundo no cuentan para nada y todo cuenta como una nueva creación (Ga. 6:15). Por esto queremos que nuestras iglesias sean diversas étnicamente así como nuestras comunidades. Queremos que nuestras iglesias sean lugares donde no necesitemos otra cosa que a Cristo en común para amarnos los unos a los otros. No necesitemos tener los mismos trabajos. No necesitemos tener los mismos logros académicos. No necesitemos tener el mismo color de piel. No necesitemos tener el mismo gusto por la música. Todo lo que necesitamos es una nueva creación. Todo lo que necesitamos tener en común es Cristo. Ese no es un objetivo político, es un objetivo del evangelio y una realidad en la nueva creación.

El objetivo de la creación

Pero aún eso no hemos agotado el destino de la creación. Porque juntos con Cristo, somos el objetivo de la creación.

La iglesia es más que el cuerpo de Cristo. Juntos con los creyentes de cada época desde el comienzo del mundo, somos la novia de Cristo. No es accidente que la última imagen del mundo no caído en Génesis 2 presente la intimidad de un esposo y su esposa en su día de bodas. Creo que se nos ha dado la última imagen instantánea de un mundo no caído, porque esa es la imagen del propósito final de la creación. A través de la historia Dios ha estado dirigiendo la creación hacia una boda. En Apocalipsis 21, el apóstol del amor escribe:

«Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más. Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido. Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron. Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas. Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas» (v. 1-5).

El destino de la creación es un día de bodas.

La historia de la creación realmente es una historia de amor, la historia del novio que no se detendrá ante nada, ni siquiera a costo de su propia vida, para ganar para sí una novia, y presentarla a sí mismo radiante y hermosa, sin mancha y pura. La historia termina con un novio preparando una nueva casa para su compañera – un cielo nuevo y una tierra nueva. A diferencia de Adán y su novia, este novio promete que Él excluirá de la nueva casa todo lo que pueda arruinar o detractar de su amor.

En ese lugar, no habrá más llanto ni dolor, porque no habrá más pecado o maldad. Ahí se encontrará solo amor, cuando Cristo y su novia desplieguen la gloria de Dios en la gracia redentora y los ángeles observen con asombro.

No hemos llegado allá. Pero allá estaremos. ¿Estás viviendo para ese día? ¿Está tu vida incluida en esa historia? Puede ser. La gracia de Dios es suficiente y el llamado de su amor es irresistible. Ora para que tengas oídos para oír la voz del amor de Dios en Cristo, ora que tu pueblo tenga tales oídos. No descanses satisfecho hasta que estés seguro que la única voz que ellos escuchan desde tu púlpito sea esa voz singular, la incomparable voz del amor.