Clases esenciales: El Dinero

El Dinero – Clase 3: La Economía de Hoy

Por CHBC

Capitol Hill Baptist Church (CHBC) es una iglesia bautista en Washington, D.C., Estados Unidos
Artículo
29.08.2017

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Clase esencial
El Dinero
Clase 3: La Economía de Hoy: Gastos y Presupuesto


ORACIÓN
I. Introducción

¡Buenos días y bienvenido a nuestro seminario básico sobre el dinero! La semana pasada nos enfocamos en el dinero que damos; el día de hoy estaremos reflexionando en el dinero que gastamos. Pero antes de empezar, tengo una pregunta para ti:

¿Cómo debería cambiar el evangelio la manera en que gastamos nuestro dinero? Cuando contestes, dame el resultado y el motivo. Es decir, dame un ejemplo de un cambio en nuestras vidas financieras producido por el evangelio y qué aspecto del evangelio produce dicho cambio. ¿Cómo debería cambiar el evangelio la manera en que gastamos nuestro dinero?

Queremos entender por qué nuestro uso del dinero debería ser diferente por causa del evangelio. Creo que Proverbios 30:8-9 hace un buen trabajo resumiendo el enfoque de la Escritura para el dinero. «No me des pobreza ni riquezas; manténme del pan necesario; no sea que me sacie, y te niegue, y diga: ¿Quién es Jehová? O que siendo pobre, hurte, y blasfeme el nombre de mi Dios». No me des pobreza ni riquezas. La Escritura es notablemente indiferente hacia el valor del dinero. Puede ser usado para un gran bien en esta vida—bien que durará hasta la eternidad. Y aún así, Pablo escribe a Timoteo, «raíz de todos los males es el amor al dinero» (1 Ti. 6:10). El dinero puede usarse en ambos sentidos. Nuestro objetivo es usarlo como una herramienta—dominarlo en lugar de ser dominados por él.

Para hacer eso, comenzaré repasando algunos principios que ya hemos cubierto en esta clase. Luego hablaremos sobre cuánto deberíamos gastar—con un enfoque en el llamado de Dios para cada uno de nosotros a cierto estilo de vida. Terminaremos con una discusión sobre presupuestos—y luego concluiremos reflexionando en la administración en la comunidad de la iglesia local.

Principios básicos

  1. Todo lo que tienes le pertenece a Dios. No sólo tu dinero. Creo que muchos de nuestros problemas como cristianos surgen porque pensamos en el dinero aisladamente del resto del llamado de Dios en nuestras vidas.
  2. Dios te ha hecho un administrador de todo lo que tienes. Y serás llamado a rendir cuentas por tu administración. Hay muchas formas de representar esta administración como hay cristianos en el mundo. Pero todos tenemos el mismo objetivo: Aprovechar al máximo cada oportunidad que se nos presente para la gloria de Dios. Hay gran libertad, pero un solo objetivo.
  3. El acaparamiento es dañino espiritualmente. Como dije la semana pasada, Dios te ha dado una cierta cantidad de dinero. Parte de esa cantidad necesitas gastarla. Otra parte, si tienes la oportunidad, probablemente deberías guardarla para el futuro. Eso puede ser tan simple como una cuenta de ahorros, o tan complejo como el dinero invertido en tus negocios. Sin embargo, tienes que dar el resto. Retener para ti lo que no necesitas es un intento, dice Jesús, de servir a dos señores. Servir a Dios y al dinero. Así que… gasta, ahorra, da. La semana pasada hablamos sobre dar. La próxima semana hablaremos sobre ahorrar—la economía del mañana. Pero hoy hablaremos sobre lo primero de estos componentes: ¿Cuánto deberíamos gastar en nosotros mismos?
  4. Y cuarto, también un repaso de la semana pasada. Como respuesta a la pregunta «¿cuánto deberíamos dar?», mi respuesta fue que deberíamos dar hasta que el próximo centavo que habríamos dado realmente habría glorificado más a Dios si lo hubiésemos gastado en nuestras propias necesidades. Debemos maximizar nuestra capacidad de glorificar a Dios con toda nuestra vida—y convertir el dinero en una herramienta para apoyar ese objetivo.

¿Cuánto deberíamos gastar?

Y eso nos lleva al gasto. ¿Cuánto dinero gasta un administrador sabio en sí mismo? Ciertamente, no todo. Imagina por un momento que confiaste tu dinero de liquidación a un gerente financiero a cambio de una reducción de gastos. Y un año después descubres que ese dinero desapareció. Su reducción fue de un 100%. ¿Cuál sería tu reacción? ¡Es absurdo! ¡No te di el dinero para eso! Se suponía que debías invertirlo para —no gastarlo todo en ti. Pero, ¿cuántos cristianos han hecho exactamente eso a Dios?

El versículo de Proverbios 30 que leímos anteriormente responde la pregunta «¿cuánto debería gastar?» con la pregunta «¿cuánto necesito?» «manténme del pan necesario». O como Pablo escribe en 1 Timoteo, «Pero gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento» (6:6). Pero incluso la pregunta «¿cuánto necesito?» puede ser difícil de comprender.

Así que, permíteme replantear la pregunta. Preguntémonos, «¿a qué estilo de vida nos ha llamado Dios?» Creo que nuestra tendencia es a menudo responder la pregunta «¿qué necesito?» en el nivel más granular posible. ¿Necesito el Big Mac o la hamburguesa del menú económico? ¿Realmente necesito volar a casa para Navidad? ¿Qué pasa si sólo conduzco? Y así sucesivamente. No obstante, eso no nos brinda una base sólida a la hora de tomar decisiones—y terminamos atados de nudos. En cambio, pienso que es mejor comenzar de arriba hacia abajo. ¿A qué estilo de vida me llamó Dios?

Por «estilo de vida», me refiero a los hábitos de consumo a los que estás acostumbrado.  Dónde vives, si conduces o qué conduces, cómo te vistes, cómo vacacionas, cómo comes, etc. ¿Cuáles son los gastos de consumo a los que estás acostumbrado? Nuestro estilo de vida determina nuestras necesidades. Si compras una casa, entonces necesitas pagar la hipoteca cada mes. Si decides ser la clase de familia que se va de vacaciones fuera de la ciudad, entonces necesitas un medio de transporte para llegar allí. El estilo de vida determina las necesidades.

Hay dos peligros que tenemos que tomar en cuenta al plantear la pregunta en términos de estilo de vida.

El primero es que nuestro estilo de vida determine un conjunto de necesidades que excedan nuestros ingresos. Te puedo asegurar, con la excepción de circunstancias temporales e inusuales—tales como un período de desempleo—que Dios no te está llamando a un estilo de vida que requiera mayores ingresos de los que posees. Si no puedes suplir tus necesidades más básicas, quizá, él te esté llamando a buscar un trabajo con un mejor salario. Pero él no te está llamando a un estilo de vida que cueste más de lo que produces. Me recuerda a una parodia de Saturday Night Live. Steve Martin aparece en un falso comercial sobre un revolucionario libro de administración financiera llamado «No Compres Cosas Que No puedes Costear». A Steve Martin le parece complicado y confuso, y pregunta, «Pero, ¿qué pasa si quiero algo y no tengo dinero?» El locutor le dice, «Todo está en mi libro, capítulo 1, es sólo 1 página». «Si no tienes dinero, no deberías comprar nada». Y Steve Martin se fue rascándose la cabeza. Parece simple—pero a veces es sorprendentemente difícil. Creo que la única razón por la que esto puede ser tan desafiante es nuestro deseo de complacer a otras personas. Digamos que produces la misma cantidad de dinero que un amigo—pero esa persona vive acumulando deudas de tarjetas de crédito y no da nada de su dinero. Para hacer que los números sumen, vas a tener que decir «no» a muchas de las cosas que él haga—salir menos a cenar o comprar un auto usado, por ejemplo. Las expectativas de tus amigos y de tu familia pueden forzarte a gastar más de lo que deberías. Y hay todo tipo de problemas que pueden verse atrapados en esto. Si sientes que tus necesidades exceden tus ingresos, programa un tiempo con tu amigo cristiano para hablar sobre tus finanzas juntos. Sé que es contracultural escuchar, no mereces que las cosas salgan como quieres. No mereces un descanso hoy. No mereces un tiempo para ti, no mereces salir a cenar esta noche porque estás cansado, no mereces esas vacaciones en Disney World. Renunciaste a tus derechos cuando te convertiste en cristiano. ¿Y lo que sí merecías? Cristo lo clavó en la cruz. Dios no te está llamando a necesitar más dinero del que generas.

Pero hay otro peligro, y es que nuestras necesidades aumenten inexorablemente con nuestros ingresos. Mencioné la semana pasada una investigación que encontré unos años atrás. Si observas al público estadounidense, la clase más generosa haciendo donaciones de caridad es la clase alta. Tiene sentido—ellos tienen mucho más de lo que necesitan. Pero el siguiente grupo más generoso no es la clase media—es la clase trabajadora pobre[1]. Me parece fascinante. Al parecer, cuando uno pasa de pobre a clase media, las necesidades percibidas en realidad incrementan más rápido que los ingresos. La diferencia entre los pobres y la clase media no es tan amplia como para que la clase media se considere más tacaña y la clase pobre más generosa. La diferencia es lo que se percibe  como necesidad. Para un grupo, un segundo auto es un lujo. Para el otro, es una necesidad. Lo mismo ocurre con la televisión por cable y la educación privada. Mi hermano menor trabaja en una compañía con chicos que ganan tres o cuatrocientos mil dólares por año. Y él dice que el tema de conversación en el almuerzo siempre es sobre lo apretado que es el dinero. Porque cuando añades lo que ellos sienten que es necesario en determinada situación de su vida—el auto que se ve respetable en el estacionamiento de la compañía, la escuela privada en la ciudad, el lugar para entretenerse en los Hamptons—las «necesidades» han aumentado a un nivel impresionante. Tu estilo de vida consiste mayormente en lo que tú consideras que son necesidades—pero la clave es darte cuenta de que lo que tú consideras «necesario» es en realidad altamente subjetivo. Lo que hace que nuestra pregunta sea tan importante. ¿A qué estilo de vida te está llamando Dios?

Por tanto, para resumir estos dos peligros: El estilo de vida no debería ser más que los ingresos. Y el incremento de los ingresos no debería traducirse necesariamente en incrementos del estilo de vida.

Entonces… ¿cómo elegir un estilo de vida? Ocasionalmente, Dios hablará sobrenaturalmente. «¡Juan el Bautista! Ve a vivir en el desierto y come saltamontes y miel». De acuerdo. Suficiente. Pero para la mayoría de nosotros, su llamado no llega de esa forma. Consideramos nuestros valores en la Escritura, oramos por sabiduría, recibimos el consejo de otros, y usamos el buen sentido que él nos ha dado para «buscar primeramente su reino». Y por eso, necesitamos mantener nuestro objetivo mente: para usar cada don, cada oportunidad, cada relación, cada centavo que tengamos para proclamar la gloria de Dos con cada mino que él nos da en esta tierra. ¿Tienes hijos? Gasta tu dinero proveyendo para ellos. ¿Te gusta el ciclismo? Quizá, sea un buen uso de tu dinero comprar una bicicleta para que puedas refrescarte y disfrutar de lo que Dios te ha dado. Después de todo, como dice 1 Timoteo, «Dios nos da todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos».

Con ese objetivo en mente, aquí hay seis principios para elegir un estilo de vida.

  1. El estilo de vida se define a menudo en grandes partes—pero puede variar gradualmente con el tiempo. Así que, una vez que hayas establecido dónde vas a vivir, probablemente has definido la mayoría de tus gastos, porque con ello viene la elección de tu casa, si necesitas un auto o un segundo auto, la educación de tus hijos, etc. Debes tomar esa decisión seriamente. Sin embargo, comprende que la creciente presión de tu estilo de vida a medida que aumentan tus ingresos llegará a través de cosas pequeñas. Y aunque puede que eso no sume mucho dinero, podría ser significativo espiritualmente. ¿Mi consejo? Usa un presupuesto. Más sobre eso en un momento.
  2. El tiempo y el dinero son intercambiables. ¿Cómo tomas el tiempo que Dios te ha dado y lo conviertes en dinero? ¿Y cómo conviertes el dinero en tiempo? Contratas a un plomero para que repare tu baño, le pagas a alguien para que corte tu césped, etc. Y en menor medida, el dinero y las relaciones son intercambiables. Puedes construir relaciones con dinero—comprando flores para tu esposa, por ejemplo. O puedes cambiar una relación por dinero—trabajado un segundo turno en lugar de pasar tiempo con tus compañeros. Gran parte de tu estilo de vida implicará determinar dónde se encuentra tu factor limitante—dinero, tiempo, relaciones—y luego convertir uno en el otro. Algunos «lujos» que los hombres y las mujeres piadosos buscan—una casa más limpia o unas buenas vacaciones, por ejemplo—entran en esta categoría. Y algunos sacrificios que los hombres y las mujeres piadosos hacen también caen en esta categoría—mi abuela complementa el seguro social vendiendo edredones hechos a mano para poder contribuir con las misiones, por ejemplo. El dinero puede convertirse en tiempo; el tiempo en dinero; ambos pueden construir relaciones.
  3. La flexibilidad es una virtud. Santiago 4 (v. 13-17) nos dice que no presumamos el futuro. No presumas que Dios obrará en el futuro exactamente como lo ha hecho en el pasado. Mientras construyes tu estilo de vida, no hagas compromisos que limiten tu capacidad para responder a oportunidades o restricciones que podrían cambiar tu estilo de vida.
  4. Mantén presente la visión a largo plazo. Tu objetivo es una vida de fidelidad. No solamente el próximo año. Así que, si eres capaz, un estilo de vida donde puedas esforzarte y no sólo sobrevivir, será probablemente más provechoso prolongadamente. Pienso que para aquellos de nosotros con familias, esta es una pregunta importante a considerar. Quizá, estés prosperando en este estilo de vida. Pero, ¿qué hay del resto de tu familia? Puedes arruinar el futuro gastando muy poco (por ejemplo, haciendo que tu familia se enoje contigo o enseñando a tus hijos a ser tacaños) o gastando demasiado (por ejemplo, malcriando a tus hijos o construyendo un gusto por el lujo que no deberías sostener).
  5. Considera a tu hermano más débil (1 Co. 8:9). Tienes una enorme libertad en donde invertir tu dinero para el reino de Dios. Pero algunas decisiones tentarán a otros más que otras. Por ejemplo, para ti puede funcionar el cálculo de contratar a un cocinero y a un encargado de la limpieza. Pero si nadie más en el cuerpo de tu iglesia puede estar cerca de hacer eso—y si muchos de ellos no entienden por qué lo haces, el beneficio para ti de servir al Señor, quizá, no valga el costo para otros de lucha y tentación adicional. Como Pablo dice en 1 Corintios 6:12 «Todas las cosas me son lícitas, mas no todas me convienen».
  6. Considera las oportunidades que parezcan únicas para ti. Por ejemplo, no todos son capaces de plantar sus vidas en Capitol Hill a largo plazo. Pero como iglesia, necesitamos personas que sí. Si honestamente crees que puedes hacerlo—por la naturaleza de tu trabajo, por tu capacidad de vivir sencillamente, por tu amor a la ciudad, o por tu don de soltería, etc.—Creo que tienes la fuerte obligación de considerar esa posibilidad muy seriamente. Esta iglesia puede sentirse llena de creyentes maduros. Pero si echas un vistazo al directorio de membresía y cuentas los números de las personas que posiblemente podrían estar en esta iglesia veinte años a partir de ahora, notarás realmente cuán poco son esos potenciales «vividores». Por supuesto, frecuentemente nos encontramos con el peligro de sobrestimar nuestra «singularidad ». Así que, asegúrate de hacer este tipo de evaluaciones con la ayuda de otros que no estén tan impresionados por ti como tú lo estás.

Gestiona un presupuesto

Muy bien. Has determinado tu estilo de vida. Y con suerte no cambiará a medida que tus ingresos aumenten con el tiempo. ¿Cuál es la mejor forma de manejar tu estilo de vida? Un presupuesto.

A menudo pensamos en un presupuesto como una herramienta financiera. Algo para asegurarnos de que nuestros cheques no reboten. Creo que eso es muy limitado. Un presupuesto es principalmente una herramienta de contentamiento. Y es una herramienta de comunicación—una prudente si eres soltero y una crítica si eres casado. 1 Timoteo 6: 8-10 nos dice que, «Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto. Pero los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición; porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores». Tu presupuesto puede ayudarte a proteger tu contentamiento, y a protegerte de esta ruina y destrucción.

Entonces, ¿cómo es tu presupuesto una herramienta para el contentamiento?

  • Ayuda a restringir el exceso de gastos. Creo que eso es lo primero que a menudo pensamos.
  • Ayuda a protegerte de la culpa falsa o de la ansiedad cuando gastas ¡Oh, no! ¡Se dañó el horno! ¡Eso saldrá costoso! Pero está en el presupuesto, ¿cierto? Bien. No hay problema. El presupuesto demuestra cómo Dios ya ha provisto para nosotros.
  • Se asegura de que tus gastos se basen en lo que necesitas en lugar de aumentar con tus ingresos.

Y es una herramienta de comunicación.

  • Convierte las conversaciones financieras en estratégicas y proactivas—cuando organizas todo tu presupuesto—en lugar de limitadas y reactivas—como cuando el esposo llega a casa con un nuevo juguete para los niños y la esposa se enfurece.
  • Ayuda a protegerte de juzgar a tu cónyuge. Tu esposa compra una mermelada un poco más costosa que la regular. ¡Que impía! ¿No sabe ella que tenemos mejores cosas que hacer con ese dinero? Pero todavía nos mantenemos dentro de nuestro presupuesto de comestibles, ¿no? Entonces, relájate. Deja esas conversaciones para el nivel del presupuesto macro.

La administración como un proyecto comunitario

Esas son algunas opiniones sobre usar un presupuesto para ayudarnos a ser estratégicos y proactivos con nuestros gastos y estilo de vida. Pero mientras hemos avanzado, probablemente has notado lo complejo y desafiante que son muchas de estas decisiones. Así que, antes de finalizar nuestro tiempo, permíteme llevarte a una última reflexión: Estas no son decisiones que deberíamos hacer por nuestra cuenta.

Tenemos una oportunidad considerable como iglesia de tener conversaciones sobre cómo gastamos el dinero en una parte normal de la vida. Estamos dispuestos a ser abiertos sobre las luchas con la pornografía, con la ira, la comida, el orgullo—pero raramente hablamos sobre el amor al dinero, o acerca de cuánto damos, o de dónde gastamos nuestro dinero. Eso parece extraño. Por qué serías transparente sobre todo lo demás en tu vida excepto tu dinero—especialmente cuando el dinero es algo de lo que Jesús enseñó muchas veces. Deberíamos hablar del dinero como iglesia. En relaciones de discipulado. Con amigos. En nuestros grupos pequeños. Deberíamos hacer que otros vean dónde gastamos y damos nuestro dinero, y deberíamos estar dispuestos a tener serias conversaciones con los hermanos y hermanos que, tememos, estén actuando más por amor al dinero que por amor a Dios. Claro está, hay algunos peligros conocidos aquí. Permíteme examinar dos de ellos:

El primer peligro es el de juzgar. Somos tan rápidos para juzgar las decisiones financieras de otros, ¿no es así? Somos tan egoístas que a menudo asumimos que todos los demás tienen nuestro raciocinio, nuestros motivos y nuestras circunstancias. Por lo que rápidamente aplicamos categorías morales a cosas que sencillamente son diferentes en preferencia. Esto es algo de lo que hablo mucho cuando doy consejería prematrimonial. Una recién casada que creció con padres que gastaban libremente en comestibles. Un recién casado que creció con padres que gastaban libremente en clases de música. Se casan, y el esposo está consternado por los gastos en comestibles de la esposa; la esposa está consternada por las expectativas del esposo para la educación de sus hijos. Rápidamente, uno acusa al otro—al menos en su corazón—de ser egoísta e impío. Pero en realidad lo que ha ocurrido es que ambos sencillamente han asumido los hábitos de sus propias familias. ¿Está bien escatimar en comida para financiar clases? ¿O eliminar las clases para comprar mejor comida? Por supuesto. Eso simplemente nos muestra el peligro de convertirnos en jueces en nuestros corazones. Déjame hacerte dos sugerencias para ayudarte a evitar juicios errados de las finanzas de otros:

  1. No supongas los motivos. Cuando alguien haga algo que no entiendes, no interpoles por qué lo hizo. En cambio, si tu relación lo permite, pregúntale. Y si no, olvida el asunto y asume lo mejor, como Pablo nos dice que hagamos en 1 Corintios 13.
  2. Cuando sí hables con alguien sobre sus decisiones financieras, asegúrate de que tu motivación sea compasiva y no distante. Que tu actitud no sea la de juzgar, «¡Cómo se atreven a hacer eso! Voy a mostrarles lo equivocados que están», sino la que vemos en Gálatas 6:1 –«Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado».

Pero también está el peligro del orgullo. Recuerda Mateo 6:1, donde Jesús dice que nuestra razón para dar no debería ser la alabanza de los hombres. Su enfoque, evidentemente, no es tanto la discreción por el bien de la discreción, sino un deseo de tener los motivos correctos. Asegurarte de que estás honrando a Dios y no a ti mismo. Si luchas con esto—y sospecho que de alguna forma nos pasa a todos—creo que encontrarás muy útil la clase sobre el «temor al hombre» que saldrá en un par de semanas. Y confiésalo a un amigo. Tal vez, tu discusión sobre tu presupuesto comienza con una discusión sobre cuánto quieres impresionar a otros al dar. O quizá,  tiene que ver con donde se encuentra tu corazón, no empieces a hablar sobre el presupuesto, habla primero sobre tu lucha con el orgullo.

Así que, ¿cómo puede verse esto desde una perspectiva positiva? Al igual que muchas otras áreas de nuestra vida como iglesia, me encantaría vernos aprender a hablar específicamente sobre nuestras decisiones financieras incluso al nuestras relaciones irradiar la gracia que deberían. Muchas veces cuando alguien es especifico en su crítica hacia nosotros, tendemos a ser rápidos para alegar la bandera del «legalismo». Eso es ridículo. Y para nada el término usado por la Biblia. No hay razón por la que no podamos ser específicos al animar y exhortar y al mismo tiempo ser abrumados por la gracia de Dios para con nosotros. Me encantaría ver hermanos y hermanas maduros ayudando a los más nuevos o débiles en esta área—con consejos, y cuando sea apropiado, con préstamos y donaciones a fin de que la falta de dinero no limite la fertilidad de nadie para el reino de Dios. Y me encantaría vernos ser rápidos para confesar las áreas con las que batallamos y rápidos para animar en esta área de nuestras vidas. Después de todo, el mundo ama estigmatizar las finanzas como algo simplemente privado y personal. Hay una cultura de transparencia piadosa que creo puede revolucionar  nuestro enfoque del dinero. Y pienso que deberíamos orar y trabajar en pro de ese fin.

Esas son algunas de las reflexiones sobre cómo podemos gastar nuestro dinero para la gloria de Dios. Oremos.

[1]Charles T. Clotfelter, Federal Tax Policy and Charitable Giving (Prensa de la Universidad de Chicago, 1985)