Conversión

Cómo el “pertenecer antes de creer” redefine la iglesia

Por Michael Lawrence

Michael Lawrence es el pastor principal de la Iglesia Bautista Hinson en Portland, Oregon. Puede encontrarlo en Twitter en @pdxtml.
Artículo
21.10.2014

El mundo moderno ha comprendido que John Donne estaba en lo correcto y que Simon Garfunkel estaba equivocado: no soy una roca; y no soy una isla.

Desde lo que pienso que soy hasta lo que creo acerca de la vida y del universo, todas mis creencias son una construcción social. Eso no significa que no pueda tomar decisiones independientemente. Lo que quiero decir es que el contexto social en el cual vivo determina en gran parte la gama de opciones dentro de la cual puedo escoger.

Es más, la cultura recompensa ciertas decisiones con su aprobación y a otras las penaliza con su desaprobación. Algunas veces la recompensa es financiera. Sin embargo, más poderosa que una recompensa material es la recompensa social, intelectual y emocional de ser considerado un miembro de la sociedad normal, sano y bien adaptado. Somos seres sociales, y todos queremos ser parte del grupo.

Y esto significa que, independientemente del mérito o valor de las ideas, algunas de ellas nos parecen más plausibles y atractivas que otras. Es un hecho que cuesta trabajo creer algo cuando la mayoría de las personas piensa que es una locura. Por otra parte, es bastante fácil aceptar algo cuando todos creen que es obviamente cierto. No somos islas, somos un banco de peces, y por tanto tiene sentido nadar con la corriente.

LA IGLESIA DICE: “ESTO NO ES TAN DESCABELLADO COMO PIENSAS”

¿Qué es lo que pasa cuando aplicamos estos principios a una iglesia local y a su tarea de evangelización? De pronto nos damos cuenta de que la iglesia local es algo más que un puesto de predicación o sitio donde se realizan programas evangelísticos. Y además de eso vemos que la tarea de la evangelización no está solamente en manos de un equipo de profesionales contratados.

Al contrario, la totalidad de la comunidad cristiana se vuelve un elemento crucial en la tarea de representar el evangelio dignamente. La comunidad se convierte en una posible alternativa a la incredulidad. Se convierte en una subcultura que demuestra lo que significa amar y seguir a Jesús en la práctica, y lo que significa amarse y servirse los unos a los otros. Y todo eso se logra cuando el cuerpo de la iglesia vive la vida en conjunto. La vida juntos incluye desde las reuniones públicas hasta los estudios bíblicos en grupos pequeños, desde las reuniones informales para comer juntos hasta los eventos que son puramente sociales. Esa interrelación comunitaria refuerza las creencias comunes, pero también envía un mensaje al mundo no cristiano. Es como si les dijera a los espectadores externos: “Esto no es tan descabellado como piensas, y si dieras el salto desde tu incredulidad a la fe, no estarías sólo”.

En otras palabras, la iglesia se convierte en una estructura sobre la cual es posible tener y practicar la fe. ¿Me explico?

UN PASO MÁS: PERTENECER ANTES DE CREER

No obstante, en las últimas décadas muchas iglesias han ido un poco más lejos. Si el solo hecho de observar una alternativa plausible a distancia puede ayudar a que los que están fuera pasen de la incredulidad a la fe, ¿no sería mucho mejor que lo vieran desde dentro? Si queremos presentar un buen testimonio del evangelio ante los no cristianos, ¿no sería más efectivo invitarles a ser parte de la iglesia? ¿No es eso lo que se hace cuando se quiere vender un producto, cuando se da la posibilidad de probarlo antes de realizar la compra? Si la comunidad es el instrumento más poderoso con el que contamos, entonces hagamos que la gente ingrese en ella, no como ajenos espectadores, sino como personas que —cautelosamente— participan junto a nosotros en la vida de la iglesia.

¿Cuál es el resultado de esta estrategia? Los incrédulos ya no son “no cristianos”, sino “buscadores”. Esos buscadores pasan a ser nuestros compañeros de viaje; la única diferencia es que se encuentran en una etapa diferente del viaje.

En la práctica, esto significa dejar que los incrédulos participen en todas las actividades de la iglesia, desde la adoración pública hasta el ministerio de enseñanza; desde ser acomodadores hasta coordinadores del transporte para personas mayores. El lema es que todo el mundo está incluido; todos pertenecen y forman parte de nosotros, independientemente de lo que crean.

La idea es que, poco después, no solamente se sientan parte del grupo, sino que además crean que lo son, porque el pertenecer habrá hecho que la creencia se hiciese plausible.

¿POR QUÉ NO DEJARLES QUE PERTENEZCAN ANTES DE QUE CREAN? TRES RAZONES

Esta es una idea atractiva y aparentemente efectiva. Pero también es una mala idea. Aquí hay tres razones que explican por qué.

Confunde a los cristianos

En primer lugar, confunde a los cristianos. Soy pastor de una iglesia que por varios años practicó esta idea en maneras extraoficiales. El resultado es que la iglesia es un colectivo de personas —algunos miembros formales y otros no— que afirman ser cristianas. El problema es que hay algunos muy celosos y consagrados, otros al parecer vienen a la iglesia para ser entretenidos, y hay otros a quienes no hay manera de hacerlos contribuir, por mucho que se les exhorte. Pero ya que todos pertenecen a la familia, y todos son nominalmente seguidores de Jesús, tenemos que dar otras explicaciones en cuanto a sus diferencias: “Es que está muy ocupado”, “Es que no le gusta la música”, “Es que sus amigos se fueron de aquí”. Y luego tenemos que inventar categorías tales como “cristianos dedicados”, “cristianos serios”, y “cristianos sacrificados”, para diferenciarlos de los que son “cristianos comunes y corrientes” y de los “más o menos cristianos”.

Es de esperar que haya una amplia gama de madurez espiritual en la iglesia, y es un hecho que los cristianos pecan. Pero, ¿qué significa exactamente ser cristiano en este contexto? ¿Y qué vamos a hacer con las incómodas palabras de Jesús, “Cualquiera que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre”? (Mt. 12: 50). ¿O estas otras: “el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí”? (Mt. 10: 38). Las palabras de Jesús son radicales e implican un quiebre completo con nuestra antigua forma de vivir. Pero si deliberadamente borramos la línea divisoria entre lo que es ser cristiano y lo que no es ser cristiano, confundimos a los que lo son, pues no les queda claro exactamente qué significa seguir a Jesús.

Confunde a los no cristianos

En segundo lugar, la idea de pertenecer antes de creer confunde a los que no son cristianos. Un día, poco tiempo después de haber llegado a mi iglesia, estaba en la oficina cuando recibí una llamada telefónica anónima en la cual se me informó que uno de nuestros líderes estaba “viviendo en pecado”, en el sentido antiguo de la frase. Investigamos el asunto y resultó ser cierto.

En cierto sentido, ese no era el mayor problema. Insisto, los cristianos caen en pecado, y a veces en pecados graves.

Desde un punto de vista pastoral, el problema real se presentó cuando confrontamos a la persona en pecado. Su respuesta fue sorprendente: “¡Este no era el trato! Si hubiese sabido que esto sucedería, jamás me hubiese hecho miembro”. (Lo que es irónico es que tu iglesia puede tener esa cultura de pertenecer antes de creer y al mismo tiempo tener un sistema de membresía formal, como era nuestro caso).

Para este individuo el ser cristiano aparentemente no involucraba tener que obedecer a Jesús. El evangelio no tenía que ver con arrepentirse y creer. Para él, el evangelio consistía en pertenecer a nuestra familia, y ser aceptado en un lugar donde tuviese la oportunidad de expresar sus dones e intereses. La responsabilidad y obligación de dar cuenta al grupo no entraba dentro de su ecuación, como tampoco el compromiso. Incluso antes de que pudiéramos hablar del asunto con dicho líder, se marchó.

Cuando a los no cristianos nunca se les dice que no son cristianos, y en lugar de eso se les enseña a pensar en sí mismos como “compañeros de viaje”, “buscadores”, o “gente que va en diferentes etapas del mismo viaje”, es fácil confundirse en cuanto a lo que significa ser cristiano realmente, y lo que significa confiar en el evangelio. Es muy fácil que el deseo de pertenecer a una familia maravillosa lleve a personas a hacerse parte de la comunidad de Jesús, sin obedecer el mandamiento de Jesús que se encuentra en Marcos 1:15: “Arrepentíos y creed en el evangelio”.

Modifica fundamentalmente la definición de la iglesia local

En tercer lugar, pertenecer antes de creer da una definición fundamentalmente diferente a la iglesia local. La iglesia local es una comunidad, y en última instancia una iglesia no se define por sus documentos, edificios o programas sino por su gente; gente cuyas vidas participan de las realidades de una nueva creación, del amor y de la santidad, dando origen así a nuevas estructuras de plausibilidad.

Eso fue lo que Jesús enseñó: “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” (Jn. 13:35).

Tal enseñanza también fue la del apóstol Pablo, quien dijo: “¿No sabéis que un poco de levadura leuda toda la masa? Limpiaos, pues, de la vieja levadura, para que seáis nueva masa, sin levadura como sois; porque nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros” (1 Co. 5:6, 7). El mismo apóstol dijo en otra parte: “No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas?” (2 Co. 6:14).

Lo mismo enseñó el apóstol Pedro: “Manteniendo buena vuestra manera de vivir entre los gentiles; para que en lo que murmuran de vosotros como de malhechores, glorifiquen a Dios en el día de la visitación, al considerar vuestras buenas obras” (1 P. 2:12).

Y el apóstol Juan enseñó: “Por esto sabemos que estamos en él. El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo” (1 Jn. 2:5, 6).

Según el Nuevo Testamento, este es el poder de la iglesia al dar testimonio de Cristo. Por supuesto, cuando el mundo ve a la iglesia, ve que está formada por pecadores. Pero eso no es todo lo que ve. También ve vidas que han sido radicalmente transformadas por el poder del evangelio. Ve pecadores que se aman los unos a los otros con un amor que solamente se explica a través de la muerte y resurrección de Jesucristo. Ve pecadores que no solamente se aman los unos a los otros, sino que aman a Dios por medio de Jesucristo, y cuyas vidas muestran ese amor en santidad y verdad.

Regresemos adonde empezamos. La iglesia puede ser una estructura plausible para la fe, solamente si está formada por gente que tiene fe.

Pero todo cambia si la iglesia es una comunidad compuesta por gente que simplemente se reúne para hacerse compañía en un viaje. Para algunos de ellos el final del viaje no está claro ni es seguro. Para otros, el viaje ha sido interrumpido antes de llegar al final. Algunos ya han llegado a la meta, la salvación. Pero la comunidad en sí no es un testigo de la verdad de Jesucristo y del evangelio. Y no puede serlo si es que el pertenecer viene antes del creer.

En cambio, la comunidad es meramente un testimonio de sí misma, de su calidez, apertura e “inclusivismo”. Pero, a fin de cuentas, ¿cuál es la característica única y atractiva de una iglesia así? En la ciudad de Portland, donde vivo, hay muchas comunidades —o “subculturas” si así lo prefieres— acogedoras y abiertas. Pero estas comunidades no dan testimonio de Jesús. Solamente la iglesia local puede hacerlo. Y estrictamente hablando, la iglesia solamente puede hacerlo cuando se cree antes de pertenecer.

En resumen, la filosofía de pertenecer antes de creer modifica fundamentalmente la definición de la iglesia, y a largo plazo debilita el poder del testimonio de la iglesia.

UNA IDEA MEJOR

Pertenecer antes de creer es una mala idea. Una idea mejor es lo que describe Jesús en Juan 13: una comunidad que profundamente cree el evangelio, y cuya vida se distingue porque el amor que se tienen los unos a los otros. Jesús dijo que tal comunidad provocaría a los que estén afuera, no solo a reconocer que están fuera, sino a desear entrar.

La imagen que me viene a la mente es la de una panadería en un día frío y nevado. Una suave brisa del delicioso olor del pan y del chocolate caliente se puede sentir ocasionalmente desde fuera. Y hay un niño con la nariz pegada al vidrio mirando hacia dentro. Pero el cristal es una barrera. Sin el cristal, el calentito y delicioso olor pronto se dispersaría con el viento frío y nadie sabría de aquella cosa rica que se puede encontrar dentro. Pero la barrera es transparente, lo que le permite al niño ver las cosas buenas que hay dentro y que lo invitan a entrar. Además, hay una puerta estrecha por donde puede entrar. Y hasta que no lo haga no podrá gozar de lo que vio y olió desde afuera. Pero una vez que entre, será suyo con solo pedirlo.

La experiencia de los no cristianos al encontrarse con tu iglesia debería ser como la de ese niño que mira la panadería a través de la ventana, no como mirar una muralla de ladrillos con la mirada vacía. Deberían sentir el calor de tu amor en la bienvenida que les das y al ver que los tratas como gente hecha a la imagen de Dios. Deberían sentir la profundidad que tienen esas relaciones al ser testigos de cómo gente que no tiene ninguna obligación de servir a los demás deja su comodidad y lo hace de todas maneras. Deberían saborear las riquezas del evangelio al escuchar la predicación e instrucción de la Palabra de Dios y al ver que esta es relevante para sus vidas. Y deberían escuchar los atractivos sonidos de una comunidad llena de gozo al escuchar las alabanzas y oraciones de personas que adoran a nuestro Señor crucificado y resucitado.

Así que deja tu comodidad y esfuérzate por crear una comunidad que les dé la bienvenida a los que están fuera. Piensa en el lenguaje que usas. Usa tu hospitalidad con sabiduría. Usa tu estrategia con transparencia. Como la panadería que arroja su delicioso olor a la calle, públicamente celebra cómo la gracia de Dios ha transformado y sigue transformando las vidas de las personas en medio de vosotros. Y después que hayas hecho todo eso, predica claramente el evangelio e invita a la gente a responder con arrepentimiento y fe. Llámalos, no para que pasen al frente, sino a entrar por la puerta estrecha y unirse a todos vosotros en las riquezas de la fe en el evangelio.

Si la iglesia ha de mostrar las cosas buenas del evangelio, la barrera de creer no debe ser quitada de en medio, pues la más poderosa invitación a entrar es la exhibición de esa creencia compartida en el evangelio.

Michael Lawrence es pastor de Hinson Baptist Church en Portland, Oregon, y es autor de Biblical Theology in the Life of the Church: A Guide for Ministry (Crossway, 2010).

Traducido por Humberto Pérez