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Amas a la iglesia más de lo que amas tu salud

Por Jonathan Leeman

Jonathan (@JonathanLeeman) edita la serie de libros 9Marks, así como el 9Marks Journal. También es autor de varios libros sobre la iglesia. Desde su llamado al ministerio, Jonathan ha obtenido un máster en divinidad por el Southern Seminary y un doctorado en eclesiología por la Universidad de Gales. Vive con su esposa y sus cuatro hijas en Cheverly, Maryland, donde es anciano de la Iglesia Bautista de Cheverly.
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17.04.2018

Esto va para los que se preocupan por la doctrina. Aquellos que tienen opiniones eclesiásticas. Los pastores y ancianos que piensan que la Biblia dirige las prácticas y estructuras de la iglesia.

Espera un segundo, estoy hablando de mí mismo, y todos los que estamos en 9Marcas, y tal vez tú. Doy gracias a Dios por ti, y me regocijo al considerarme un co-participante contigo al trabajar para el reino de Cristo.

Sin embargo, hay una tentación que he notado a la que tú yo somos susceptibles: podemos amar nuestra visión de lo que debería ser una iglesia más de lo que amamos a las personas que la conforman. Podemos ser como el hombre soltero que ama la idea de tener una esposa, pero se casa con una mujer verdadera y encuentra más difícil amarla que tener una idea de ella. O como la madre que ama su sueño de tener una hija perfecta más que el hecho de tener una hija.

Este es un peligro implícito para todos los que hemos aprendido mucho de los libros dados por Dios y de conferencias y ministerios sobre «iglesias saludables». Comenzamos amando la idea de una iglesia sana más que a la iglesia en la que Dios nos ha puesto.

Recuerdo haber escuchado al anciano de una iglesia quejarse sobre una familia que permitió que su hijo sin bautizar recibiera la Cena del Señor cuando el plato de la comunión pasaba por su banca. Lo que me impactó fue el tono del anciano. Estaba frustrado y un poco despectivo, «¿Cómo pudieron ellos hacer eso?» «¡Necios!». Pero estas personas eran ovejas sin conocimiento. Estaba claro que no sabían nada. Y Dios le había dado a este anciano no para que se quejara de ellos, sino para que los amara y los llevará hacia un mejor entendimiento. En ese momento, se sintió como si este anciano amaba su visión de lo que era una iglesia bíblica más de lo que amaba a aquellos individuos.

Qué fácil es responder como este anciano.

LO QUE NO ESTOY DICIENDO

No estoy diciendo que deberíamos amar a las personas y olvidarnos de la salud bíblica, como si ambas cosas pudieran estar separadas. No, eso sería como poner el amor de Dios y la Palabra de Dios una contra la otra. Amar a alguien es desear su bien y sólo Dios define «el bien». Amar a tu iglesia significa, en parte, anhelar que crezca hacia todo lo que Dios define como bueno. Es querer que tu iglesia crezca hacia una dirección bíblica.

Diciéndolo de una manera más simple, si amas a tus hijos quieres que sean saludables. Por tanto, ¿qué quiero decir cuando digo que deberíamos amar a la iglesia más que su salud?

DE VUELTA AL EVANGELIO

Cuando Cristo murió por la iglesia, la hizo suya. Él la identificó consigo mismo. Él puso su nombre en ella. Por eso que perseguir a la iglesia es como perseguir a Cristo (Hechos 9:5), y por eso es que pecar contra un individuo cristiano es pecar contra Cristo (1 Corintios 8:12; ver 6:15). Nosotros lo representamos a Él de manera corporativa e individual.

Piensa en lo que eso significa. Significa que Cristo ha puesto su nombre en cristianos inmaduros, en los cristianos que hablan mucho en las reuniones de miembros, en aquellos que le dan la comunión por error a sus hijos sin bautizar, y en  los que aman las canciones de alabanza superficiales. Cristo se ha identificado a sí mismo con cristianos cuya teología no está muy desarrollada y es imperfecta. Cristo apunta hacia los cristianos que equivocadamente se oponen a las estructuras de liderazgo y la disciplina de la iglesia y dice, «¡ellos me representan. Si pecas contra ellos, estás pecando contra Dios!».

¡Cuán ancho, grande, alto y profundo es el amor de Cristo! Cubre una multitud de pecados y abraza al pecador. Realmente, no sólo abraza al pecador, sino que pone todo el peso de la identidad y la gloria de Cristo en el pecador—«mi nombre estará en ellos, y mi gloria será de ellos».

Siempre deberíamos volver al evangelio, ¿no es así?

PASTOR, DATE A TI MISMO, NO DE TI MISMO

Un teólogo me ayudó a entender un aspecto importante del amor del evangelio al distinguir entre darme a mí mismo y dar de mí mismo. Cuando doy de mí mismo a ti, generalmente te doy algo que tengo como mi sabiduría, mi gozo, mis bienes, o mis fortalezas. Claro, realmente no arriesgo el hecho de perder algo durante el proceso porque recibo alabanzas por esa manera de dar. En realidad, puedo dar todo lo que tengo, aún mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor. Sin embargo, cuando me doy a mí mismo no sólo doy algo que tengo sino que doy todo de mí. Identifico mi yo con tu yo. Comienzo a prestar atención a tu nombre y reputación porque lo veo como a mí mismo. Cualquier gloria que puede obtener proviene de la tuya, y toda la gloria que tienes es la que debo disfrutar. ¡Es mía también!

Así es como deberíamos amarnos unos a otros en la iglesia, porque esta es la manera como Cristo nos ha amado. No sólo nos abrazamos unos a otros, sino que dejamos el peso de nuestras identidades sobre los demás. Compartimos nuestras glorias y tristezas. «Si un miembro padece, todos los miembros se duelen con él, y si un miembro recibe honra, todos los miembros con él se gozan» (1 Corintios 12:26). Nos consideramos unos a otros mejores que nosotros mismos, de la misma manera que Cristo ha hecho con nosotros (Filipenses 2:1-11).

En realidad, hemos recibido el mismo apellido y por eso ahora somos hermanos y hermanas (Mateo 12:50; Efesios 2:19; etc.). Si insultas a mi hermano, me insultas a mí. Si defraudas a mi hermana, me defraudas a mí. Nada es asunto de la iglesia. Todo es personal, porque el evangelio es personal. Cristiano, Él murió por ti. Él murió por . Para que lo representemos y nos parezcamos a él. (Sí, él sigue siendo el enfoque final de nuestro amor los unos por los otros, de la manera que su amor por nosotros nos fue dado para que podamos amar al Padre—el enfoque final de su amor). Si todos los cristianos deberían amar de esta manera, nosotros que somos pastores y ancianos ciertamente deberíamos hacerlo también.

Decir que deberíamos amar a la iglesia más que su salud significa que: deberíamos amar a las personas porque pertenecen al evangelio, no porque han mantenido la ley de una iglesia sana, aún cuando esa ley pueda ser buena y bíblica. Eso significa que deberíamos amarlos por lo que Cristo hizo y declaró, no por lo que ellos hacen. Si amas a tus hijos, quieres que estén saludables. Pero si amas a tus hijos, los amas a pesar de si son o no saludables.

Ciertamente, puedes regocijarte cuando un hermano o hermana crece en el entendimiento teológico. Puedes regocijarte de la gran unidad de la verdad que conoces y compartes (ver 2 Juan 1). Pero tu amor por el evangelio—tu amor «Cristo murió por nosotros mientras éramos aún pecadores»—debería extenderse hacia al hermano que es teológica, eclesiológica y aún moralmente inmaduro, porque dicho amor está basado en la perfección y verdad de Cristo, no en la del hermano.

Pastor, si tu iglesia está llena de creyentes débiles, deberías seguir identificándote con ellos como si estuvieran equivocados. Tal vez te sientes más «con ideas afines» (una frase popular entre los reformados) con el hermano maduro que compartes tu teología. Está bien, pero si ese hermano con mente teológica te pide que compartas su desprecio por un hermano menos teológico o menos maduro, dile: «hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo que tengo es tuyo. Pero tenemos que celebrar y estar felices, por este hermano tuyo que estaba muerto y ahora vive nuevamente; él estaba perdido y fue encontrado» (Lucas 15:31-32).

Anciano, ama tu rebaño como hijos e hijas. Entra en las gradas de su vida y haz una raíz para ellos en los días en que hacen sus tiros libres y en los días que tropiezan al correr por la cancha. Apodérate de sus propias risas y temores como fueran tuyos. Soporta su necedad. No te sientas amenazado cuando te hablan con desdén. Devuelve la maldición con una bendición. Recuerda que sacar el pecado de su corazón es un proceso lento, y no siempre pueden ayudarse a sí mismos. Sé paciente como Aquel que ha sido paciente contigo.

O para utilizar una metáfora bíblica diferente, el amor por tu iglesia debería ser el tipo de amor «en las buenas y en las malas, en la riqueza y la pobreza, en la enfermedad y la salud», aún cuando no sea el tipo de amor «hasta que la muerte nos separe». ¿No crees? ¿No deberías tú comprometerte con tu iglesia de la manera que lo haces con tu propio cuerpo, porque así es como Cristo nos ama a ti y a mí?

ASÍ ES COMO PABLO AMÓ

Así es como Pablo amó a las iglesias. Él se dio a sí mismo, no sólo de sí mismo Él le dijo a los filipenses que ellos eran su «gozo y corona» (Filipenses 4:1). Él le dijo a los tesalonicenses lo mismo (1 Tesalonicenses 2:19-20).

Pastor, ¿consideras a los cristianos obstinados y teológicamente ingenuos de tu iglesia como tu alegría y su corona? ¿Te identificas a ti mismo con ellos de esa manera? Pablo se dirige a las iglesias como su «jactancia» (2 Corintios 1:14; ver 2 Tesalonicenses 1:4). ¿Tú también lo haces?

Pablo le dijo a los Corintios que ellos eran sus «hijos» y que él era su «padre a través del evangelio» (1 Corintios 4:14-15). Él se sentía de la misma manera sobre los Gálatas, Timoteo y Tito (Gálatas 4:19; 1 Timoteo 1:2; Tito 1:4).

Anciano, ¿has unido tu nombre y reputación con tu iglesia como un padre lo hace con su hijo? ¡Cuán frecuentemente escuchamos las palabras amor y anhelo de parte de Pablo! Él abre su corazón ampliamente, y anhela que las iglesias hagan lo mismo (2 Corintios 6:12-13). Él anhela verlas y estar con ellas (Romanos 1:11; Filipenses 4:1; 1 Tesalonicenses 3:6; 2 Timoteo 1:4). «Él las anhela con el afecto de Jesucristo» (Filipenses 1:8). Y él sabe que su propia angustia es para el consuelo y la salvación de las iglesias, y su consuelo es para su consuelo (2 Corintios 1:6).

Pablo no se dio a sí mismo a las iglesias reteniendo algo de sí mismo, como hicieron Ananías y Safira. Él se dio a sí mismo. Y Pablo no sólo amó a los cristianos maduros de esta manera. Lee sus cartas, ¡y rápidamente recordarás lo poco sanas que eran estas iglesias!

Que el Espíritu de Dios aumente tu amor para que podamos imitar a Pablo, como Pablo imitaba a Cristo.

Traducido por Samantha Paz.