Consejería

Aconsejando a la mujer creyente que tiene un esposo no creyente

Por Elba Ordeix de Reyes

Esposa y madre de tres hijos adultos. Sirve como Corresponsal Bíblica para el Ministerio Aviva Nuestros Corazones. Síguela en Twitter: @elbaoreyes
Artículo
07.08.2017

Dos ilustraciones

“Tengo 20 años de casada, al unir mi vida junto a mi esposo, ambos lo hicimos profesando la fe y deseando servir al Señor. De hecho, mi esposo estuvo en el ministerio por un breve tiempo. Pero desde hace unos años ni siquiera se congrega, solo yo permanezco honrando ese compromiso. Mi esposo dice que no es creyente y mi vida junto a él es muy difícil sobre todo ante nuestros hijos”.

“Conocí a mi esposo y luego de una hermosa relación de 3 años, nos casamos. Hace 15 años de esto y hemos formado una familia. Hace unos tres años conocí del Señor pero mi esposo no quiere tener nada que ver con el evangelio. Me siento sola, sin saber cómo actuar con él, no sé qué decirle ni qué hacer para que él me pueda entender y conocer de Cristo. Siento que mucho de lo que nos unía se ha perdido y no sé qué hacer”.

Estos dos correos representan muchos de los que recibimos con mucha frecuencia de esposas que se encuentran en un matrimonio difícil, viviendo en la lucha y la tristeza de tener un cónyuge incrédulo, o lo que es peor, habiendo iniciado juntos el matrimonio como creyentes y en algún punto el marido negó lo que decía creer. El dolor que ellas experimentan es enorme y en ocasiones va acompañado por el abandono emocional o físico, la infidelidad, la falta de liderazgo para ellas y de ejemplo para sus hijos. Por esa razón, en medio de su confusión, acuden a nosotros como ministerio y nos preguntan qué es recomendable hacer ante algunas de estas situaciones y buscan palabras de consuelo y guía en medio del dolor que viven cada día.

Aunque no conozcamos sus caras o sus nombres, es muy doloroso saber que una hermana atraviesa por esta situación. La Palabra nos enseña a llorar con los que lloran (Ro. 12:15) y estas mujeres sufren enormemente. Su dolor es legítimo  y Dios ve cada una de sus lágrimas y escucha su clamor (Ex. 3:7; Sal. 56:8). Por otro lado este sufrimiento muchas veces se refleja en sus demás relaciones por lo que estamos llamados a ser empáticos con ellas, ayudarlas a entender que el dolor es parte del mundo caído en que vivimos, pero al mismo tiempo ayudarlas a poner su mirada en la realidad que ofrece el evangelio que han creído y animarlas a poner su confianza en el Dios soberano que reina sobre sus vidas y sobre cada circunstancia por la que atraviesan. Necesitamos ayudarlas a ver el dolor como un instrumento de cambio en las manos de un Dios que las ama.

La realidad es que todos sufrimos de una forma u otra por vivir en un mundo caído. Después de Génesis 3, la creación sufre los estragos del pecado y esto se refleja en nuestro entorno, pensamientos, en nuestros cuerpos, relaciones y en todo lo que vivimos. El matrimonio recibe el embate quizás de una forma más fuerte que cualquier otra relación porque representa el diseño de Dios. Él creó al hombre para modelar su imagen siendo líder, cabeza, protector y cuidador de su esposa y familia de la misma forma como Dios lo es de nosotros. Y la mujer fue creada para reflejar la ayuda que Dios nos da cada día. Él es nuestro Ezer o Ayudador y ella, como Dios, debe dar vida física o espiritual a otros afirmando y respetando a su esposo (Ef. 5:22-33). El matrimonio es por tanto un reflejo de ese amor de Dios por su Iglesia ante el mundo, por lo que Satanás no escatimará esfuerzos en destruirlo o deformarlo. Si una mujer está en medio esta situación es muy triste, pero Dios ofrece su guía y consuelo en su Palabra (Sal. 18:28; 119:105).

Un pacto eterno

El matrimonio fue diseñado y creado por Dios y es un pacto eterno ante un Dios eterno. Dios formó a Eva, la trajo a Adán y al entregarla como esposa les dijo que juntos serían una sola carne (Gen. 2:22-24). Nuestra cultura busca redefinir el matrimonio y nos invita a desecharlo cuando surgen los problemas. Por eso es importante ayudar a una hija de Dios a pensar como Cristo, ya que su Palabra nos enseña que tenemos su mente. Así que por encima de las circunstancias, de las humillaciones o decepciones, una esposa debe buscar honrar y obedecer al Dios que ama y que la unió a su marido en ese pacto eterno. Las emociones pueden hablar muy fuerte en momentos de dolor o cuando una mujer se ve unida en matrimonio pero espiritualmente muy sola. Por eso es necesario animarla a traer todo pensamiento cautivo a la obediencia de Cristo y con ellos las emociones que estos generan. La vida del creyente es una vida de fe, una vida sobrenatural, porque vivimos aferrados a la certeza de lo que esperamos y la convicción de lo que aún no vemos pero creemos (He. 11:1); y por eso sabemos que Dios es poderoso para hacer más allá de lo que nosotros podemos pedir o entender en cada circunstancia y de acuerdo a sus propósitos (Ef. 3:20). Por eso esta esposa debe aprender a esperar en Dios como Sara y como las santas mujeres que esperaban en él (1Pe. 3:5).

Ella debe enfocarse en que Dios busca que en el matrimonio la pareja levante una descendencia piadosa para él (Mal. 2:15), por lo tanto debemos animarla a modelar a Cristo ante sus hijos y el mundo que la rodea mostrando respeto, perdón, servicio y compasión hacia su esposo que no cree. De esta forma, viviendo el evangelio cada día, por difícil que pueda ser su relación, Dios dice que su luz alumbra ante los hombres para que él pueda ser visto (Mt. 5:16).

Si una esposa conoce al Señor luego de estar casada, la Palabra misma le instruye a permanecer como Dios le llamó, unida a su esposo (1 Co. 7:13), sin buscar ocasión o pretexto para salir de ese matrimonio, pues Dios la llamó a salvación estando unida a su esposo. Tanto Cristo como Pablo hablan de que no se separe o se divorcie de su esposo como instrucción general.

La actitud del corazón

“Asimismo vosotras, mujeres, estad sujetas a vuestros maridos, de modo que si algunos de ellos son desobedientes a la palabra, puedan ser ganados sin palabra alguna por la conducta de sus mujeres” (1 Pe. 3:1).

De una forma amorosa y pastoral, Pedro ha estado hablando previamente a los hermanos de cómo relacionarse unos con otros en diferentes escenarios con el fin de ser irreprochables ante los que no conocen al Señor para que si Dios les visita con salvación, ellos puedan dar un testimonio que glorifique a Dios por la conducta de sus hijos. Por eso nos instruye a todos a someternos ante las autoridades que él ha puesto sobre nuestras vidas: a los gobernantes y a los que nos emplean. Estos últimos pueden ser muchas veces difíciles e insoportables, pero ahí es que un creyente halla gracia de Dios al padecer sin ser culpable. Ese es el contexto para las esposas, de esa misma forma ellas son llamadas a someterse a sus esposos para gloria de nuestro Dios, aún ante aquellos que son incrédulos y difíciles. Este pasaje permite que ella pueda ver que Dios le ha prometido de una forma especial dar su gracia cuando sufre por ser como Cristo. Dios está permitiendo un esposo incrédulo con el fin de que ella pueda mostrar el carácter Cristo, pero al mismo tiempo Dios usa ese dolor para que sea moldeada para parecerse más a él en cada situación. Y en todo esto, al permanecer sometida sin temor ella puede ganarlo sin palabras con su respeto y manera sabia de convivir.

Por otro lado, es importante que ella entienda que la forma en que ella puede ganarlo para el Señor no es dejándole sermones o mensajes, sino con el adorno de un espíritu sereno, afable, apacible, que es de gran valor para Dios (1 Pe. 3:4). Esto la lleva a vivir de una forma prudente, en intimidad con Dios y dependiendo de su gracia en cada momento, porque separada de él no lo podrá hacer. El gozo y la paz que ella vive deberá ser algo que su esposo anhele.

El enfoque correcto

Aunque el matrimonio pudiera ser muy difícil para una mujer en esta situación, el ser hija de Dios es lo que la define, no su estatus social, no es si su esposo comparte su fe, ni siquiera que ella padezca aflicciones por esa fe. Dios dice que ella es bendecida, predestinada, adoptada, escogida, perdonada por Dios y sentada en los lugares celestiales con Cristo desde la eternidad pasada (Ef. 1:1-14). Estas verdades deben ser lo que le dé sentido a su vida y son su gloriosa identidad. Deben ser su esperanza, su gozo cada día y deben moverla a orar para que, si es la voluntad de Dios, su esposo pueda compartir la eternidad junto a ella. Tener el enfoque correcto, cambia la perspectiva de víctima y dolor a triunfo y esperanza en Cristo.

 Un corazón que anhela a Cristo

La mujer creyente debe anhelar mostrar a Cristo en todo su andar. Una vida de adoración a nuestro Dios, va más allá de ir el domingo a la iglesia acompañada o no de su esposo. Se traduce en todas las decisiones, grandes y pequeñas, que se toman en la vida diaria, en la forma de ver el mundo y de pensar. Por eso es muy importante que ella pueda ver su vida y su matrimonio como un acto de adoración a Dios. Dios es soberano por encima de nuestras decisiones, acertadas o no, ya que él ha prometido su presencia en todo nuestro andar. Una esposa con un esposo incrédulo vive cada día en medio de la toma de decisiones para ella y su familia bajo la influencia de dos paternidades opuestas, su deseo de agradar a Dios en todo y el de su esposo que desea seguir la cultura que le rodea. Ella enfrenta conflictos, luchas internas y muchas veces el menosprecio por sus creencias sufriendo injustamente, pero ella está llamada cada día a perdonar a su marido como Cristo la ha perdonado a ella. Nada que ella perdone será mayor que lo que Dios le ha perdonado al darle salvación. Está llamada a hacer todo para el Señor y no para los hombres (Col. 3:23) y a darle a él bien y no mal todos los días de su vida (Pro. 31:12). Así cada día ella debe predicarse el evangelio a ella misma y de esta forma podrá encontrar la esperanza de las buenas nuevas que él ofrece. Eso debe llenarla de gozo y paz (Ro. 15:13).

 El papel de la iglesia

Dios nos llama individualmente, pero él desea que caminemos hasta la Canaán celestial unos junto a los otros, nunca de forma solitaria. Como iglesia Dios nos llama a sobrellevar las cargas los unos de los otros y cumplir así la ley de Cristo (Gal. 6:2). Las mujeres de forma especial estamos llamadas a ayudarnos mutuamente en especial las ancianas a las más jóvenes, dando apoyo e instrucción, y en el caso de una esposa con un marido no creyente es necesario animarla a mostrar la Palabra en su vida para que ésta no sea blasfemada (Tit. 3:2).

Los pastores son el regalo de Dios a la iglesia y están llamados a sostener, cuidar y guiar a estas hermanas con cuidado pastoral brindándoles consejería para que ellas puedan ver su situación a la luz de la Palabra y puedan ser guiadas a andar en verdad (1 Pe. 5:2). Por lo tanto, los pastores están llamados a equiparse en esta área para poder aconsejar bíblicamente, al mismo tiempo que brinden orientación y apoyo a estas hermanas y sus familias que sufren. En muchos casos su ayuda será llevarlas a cambiar el enfoque de resentimiento o ira por la verdad de que ella está llamada a mostrar al mundo: la luz de Cristo, mostrando cada día el fruto del Espíritu en su trato con su esposo: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, mansedumbre (Mt. 5:16; Gal. 5:19). Habrá ocasiones en que deberán ayudarlas a salir del centro del problema, porque existe la tendencia a la autocompasión y el dolor se puede idolatrar al ocupar el lugar que solo le corresponde a Dios en nuestras mentes. Cuando el dolor es prolongado se puede convertir en el único objeto de pensamiento y Dios es el único que debe ocupar toda nuestra mente, nuestra alma y corazón (Mt. 22:37). La fe en Dios restaura nuestras mentes y nuestras vidas. Nuestras hermanas que están atravesando esta difícil situación deben ser renovadas en la esperanza que tienen en Cristo (Ef. 4:23).


Recursos

En el ministerio Aviva Nuestros Corazones a menudo recibimos preguntas de hermanas que tienen esposo no creyente. Cuando nos escriben sobre esta situación suelen solicitar material de ayuda. Nos gusta recomendar “El reto 31 días de oración por tu marido”, que es para toda esposa. Orar con el enfoque de la Palabra y con el objetivo claro de pedir por el esposo es de mucha ayuda. No son nuestras palabras, sino la infalible Palabra de Dios que llevamos de vuelta a Dios en oración. Por eso, este reto es algo que recomendamos a toda esposa en especial a aquellas en un matrimonio difícil, recordando que nuestro Dios es poderoso para hacer más allá de lo pedimos o entendemos por su poder que obra en nosotros. Esta es una forma de bendecir al esposo y rendir el corazón a la voluntad de Dios (https://www.avivanuestroscorazones.com/articles/31-dias-de-oracion-por-tu-marido/).

Otro recurso apropiado en estos casos es el blog “Cuando el corazón de tu esposo es duro” porque es el testimonio de una esposa que esperó 30 años por su esposo y comparte con sabiduría cómo esperar en Dios en este tiempo (https://www.avivanuestroscorazones.com/mujer-verdadera/blog/cuando-el-corazon-de-tu-esposo-es-duro/).