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3 maneras en que el bautismo y la cena del Señor deberían moldear nuestro itinerario de lunes a sábado

Por Sam Emadi

Sam Emadi es miembro de la Iglesia Bautista Third Avenue en Louisville, KY y se desempeña como Editor Principal en 9Marks.
Artículo
09.11.2019

Es un típico domingo en la Primera Iglesia Bautista para Dustin. El pastor Jon acababa de terminar su sermón y anunció que después del himno de clausura, va a bautizar a Thomas, un estudiante universitario que, después de luchar con dudas sobre la resurrección por años, finalmente ha creído al evangelio. La esposa de Dustin se libra hábilmente durante el primer verso del himno para recuperar a sus hijos de la guardería. Cuando ella regresa al banco con su grupo de niños, Dustin, por su comportamiento, está notablemente nervioso. Cuando termina el verso final, él decide escabullirse con su familia antes del bautismo. En su conciencia está preocupado por irse temprano, pero de todas maneras lo decide. Después de todo, el bautismo de Thomas realmente no tiene nada que ver con él, ¿verdad? ¿No se trata solo de la profesión personal de fe de Thomas? Puede hacerlo igual de bien sin Dustin y su familia.

La actitud de Dustin hacia el bautismo de Thomas representa la forma en que muchos evangélicos piensan acerca de las ordenanzas. Para muchos, el bautismo se trata esencialmente de mi profesión personal de fe, una expresión de mi obediencia a Jesús. Lamentablemente, este individualismo caracteriza a unos cuantos creyentes que incluso piensan en la ordenanza comunal más evidente, la Cena del Señor. La Cena del
Señor es puramente sobre mi recuerdo del sacrificio de Cristo, mi confesión de pecado o mi esperanza en el regreso del Señor. Entonces, con los ojos bien cerrados y los corazones bastante indiferentes a quienes pueden o no estar en el salón, la Cena del Señor se convierte en nada más que un acto de devoción privada, solo uno que realizamos cerca de muchos otros cristianos.

La Biblia, sin embargo, traza un cuadro muy diferente de cómo funcionan las ordenanzas en la vida de la iglesia. Permíteme presentar tres formas en que la Biblia nos muestra cómo las ordenanzas deberían dar forma a nuestras relaciones entre nosotros, los domingos y durante toda la semana.

1. EL BAUTISMO Y LA CENA DEL SEÑOR CREAN COMPROMISOS DIARIOS

El bautismo y la Cena del Señor no son eventos sellados herméticamente en la vida de la iglesia: momentos de un «destello en el pan» que interrumpen nuestra rutina regular de adoración. En cambio, estos son eventos que crean responsabilidades cotidianas entre sí. Regresando al inicio de nuestra ilustración, cuando Thomas es bautizado el domingo por la mañana, ese bautismo tiene implicaciones para Dustin el lunes. En el bautismo, la iglesia se compromete con el creyente y el creyente se compromete con la iglesia. ¿Dónde encontramos esto en las Escrituras? El bautismo es cómo la iglesia distingue al pueblo de Dios. En la Gran Comisión, Jesús autoriza a los apóstoles, y por implicación a la iglesia, a administrar el bautismo a los «discípulos» (Mateo 28: 18-20). Cuando alguien se bautiza, no solo se hace público su acto de fe, sino que la iglesia afirma también que su profesión es creíble. La iglesia, después de todo, es la que administra el bautismo, dando su sello de aprobación a la profesión de fe de esa persona.

¿Y qué ocurre después de que alguien es bautizado? Se unen a la iglesia. El bautismo no solo marca el compromiso de alguien de seguir a Jesús, también marca su compromiso con el pueblo de Jesús. A lo largo del Nuevo Testamento, los nuevos creyentes se unieron o «fueron agregados» a la iglesia por el bautismo (Hechos 2:14; 1 Co. 12: 3), y una vez agregados a la iglesia, la iglesia los amó y los nutrió espiritualmente (Hechos 2: 42-47). Entonces, cuando los miembros de la iglesia ven a alguien bautizarse, no solo estamos celebrando su profesión de fe privada. Nos comprometemos con ellos a supervisar el bienestar de su andar cristiano, cuidarlos y amarlos como miembros de nuestra iglesia. En otras palabras, cuando presenciamos a alguien bautizado, estamos como congregación, implícitamente diciéndoles nuestro pacto de iglesia a medida que bajan al agua y nos lo están diciendo a nosotros a medida que emergen. Cuando veas a alguien bautizado en tu congregación, agrégalo a tu lista de oración y comienza a preguntarle cómo le está yendo:
ahora son parte de la familia.

2. LA CENA DEL SEÑOR CONFRONTA COHERENTEMENTE ALGÚN
ORGULLO O AMARGURA NO CONTROLADOS

En 1 Corintios 11: 17–34, Pablo identifica uno de los principales problemas en la iglesia de Corinto como la división (11:18) arraigada en alguna forma de clasismo y orgullo (11:22). ¿Cómo responde Pablo? hablando de la Cena del Señor, ¡sí, la Cena del Señor! ¿es impactante no es así? Pero no, si no reconocemos cuán centrales son las ordenanzas para una comunidad de iglesia sana.

Pablo reprende a los corintios porque la Cena del Señor exige que sean un cuerpo unificado (11: 23–33). Esta cena retrata un evangelio que exige que todos hagamos las mismas afirmaciones sobre nosotros mismos: todos somos pecadores y Jesús es nuestra única fuente de justicia. La Cena del Señor supone que somos un cuerpo único, unido y reconciliado. Es una comida familiar. La Cena del Señor, entonces, está destinada a
funcionar como una red, atrapando cualquier orgullo o amargura incontrolada que los miembros de la iglesia puedan abrigar unos hacia otros.

Para cambiar las analogías, la Cena del Señor es como un filtro de aire en su sistema de calefacción. Los filtros de aire atrapan todo el polen, los insectos y otros materiales en descomposición del exterior para asegurarse de que solo se bombee el aire más limpio a su hogar. Pero después de tres meses, esos filtros necesitan ser actualizados. El desgaste de atrapar toda esa basura significa que necesitan ser reemplazado. Así también, la Cena del Señor capta la suciedad de la división. Cada celebración de la Cena es como reemplazar ese filtro de aire, renovando la determinación de la iglesia de mantener la unidad del Espíritu en
el vínculo de la paz (Efesios 4: 3).

En otras palabras, la unidad de la iglesia manifestada en nuestras relaciones mutuas es tan importante que Dios implementó una comunión en la Cena, regular y recurrente, que exige que todos los que participan resuelvan sus diferencias y se perdonen unos a otros antes de participar. La cena convierte a los muchos en uno: «Siendo uno solo el pan, nosotros, con ser muchos, somos un cuerpo; pues todos participamos de aquel mismo pan» (1 Co. 10:17).

Al recordar que la Cena del Señor se acerca, esto debería motivarnos a disolver cualquier amargura que podamos albergar hacia los demás (1 P. 4: 8), o buscar la reconciliación y solucionar nuestra amargura con ellos (Mateo 5: 23– 24).

3. EL BAUTISMO Y LA CENA DEL SEÑOR CONTRIBUYEN A NUESTRA
LUCHA CORPORATIVA PARA SEGURIDAD DE LA SALVACIÓN

La Biblia enseña que nuestra seguridad de salvación debería basarse principalmente en la obra objetiva de Cristo en nuestro lugar y en segundo lugar en las evidencias de gracia que vemos en nuestra propia vida (es decir, nuestra respuesta a la obra objetiva de Cristo [1 Jn 2: 3; 5–6; 3:10]). ¿Cómo entonces deberíamos examinar estas evidencias de la gracia? En primer lugar, debemos esforzarnos por mantener una conciencia tranquila y una sana dosis de honesta autocrítica. Pero la auto-reflexión no es la única forma en que analizamos si nuestras vidas exhiben transformación del Evangelio. Cuando se entiende correctamente, el bautismo y la Cena del Señor también funcionan como el medio ordenado por Dios en el cual toda la congregación ejerce su autoridad para fortalecer y alentar nuestro sentido personal de seguridad.

¿Cómo es esto? Recuerda, en el bautismo, la iglesia le dice al creyente: «Creemos que tú eres cristiano». Bueno, en la Cena del Señor, la iglesia le dice al creyente: «Todavía creemos que tú eres cristiano». Por eso, la disciplina de la iglesia implica no involucrar a uno que no se ha arrepentido en la comunión (es decir, ex comunicación), no de asistir a la iglesia.

Esto significa que cuando nos reunimos alrededor de la mesa del Señor, estamos ejerciendo una autoridad congregacional y proclamándonos unos a otros: «Hermano o hermana, si estás en esta mesa, entonces sé valiente y ten confianza». El pueblo de Dios con quien tú vives semana tras semana, dentro y afuera, y quien están examinando tu profesión de fe te dice: «Sí, tu vida refleja a alguien que realmente cree en el evangelio». Como dice un amigo mío, cuando nos reunimos con nuestra iglesia para tomar la Cena, nuestros hermanos y hermanas nos miran y cantan: «Bendita seguridad, Jesús es tuyo».


Traducido por Renso Bello.

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